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País de misión

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LUIS F SALAZAR WOOLFOLK

La firma el sábado pasado, de lo que constituye un concordato o convenio diplomático entre la República Popular China y la Iglesia Católica a través del Estado del Vaticano, es digna de comentario.

La presencia del cristianismo en China se remonta a los albores de la edad moderna con la llegada del Sacerdote Jesuita Mateo Ricci (1552-1610), científico y cartógrafo italiano dotado de sabiduría enciclopédica e inflamado por celo apostólico, que se instaló durante treinta años en la corte de Wan Li, emperador de la Dinastía Ming.

El Padre Ricci impregnó de espíritu cristiano la filosofía de Confucio y la cultura China, con su tratado "Genuina Nación de Dios", que refiere a la existencia de Dios y a la inmortalidad del alma. Enseñó desde el pensamiento de Aristóteles hasta la geometría de Euclides; en su tiempo se fundaron en China sesenta iglesias regionales con el apoyo de doscientos misioneros europeos, en lo que fue un productivo encuentro de civilizaciones, a partir del anuncio del Evangelio de Jesucristo.

En la historia reciente, la ruptura entre el Gobierno de China y la Santa Sede ocurre en el año de 1949 en que fue instaurado el Régimen Comunista bajo la dictadura de Mao Zedong, después de una lucha contra las fuerzas del Komingtang, partido dirigido por el General Chiang Kai-shek, que a la caída de la Dinastía Imperial pretendía el establecimiento de un régimen republicano de inspiración demócrata y liberal, de estilo occidental.

El triunfo comunista generó una creciente injerencia del Gobierno en los asuntos de la Iglesia, que culminó con una excomunión decretada por el Papa Pío XII en 1951 en contra de dos obispos designados por el Estado. Beijing respondió con la expulsión del Nuncio Apostólico y después en 1957, con la creación de la denominada Iglesia Patriótica Católica bajo control del Gobierno, que en la actualidad cuenta con más de cinco millones de fieles.

Tanto el régimen de Chiang Kai-shek como la Nunciatura Vaticana se refugiaron en Taiwán, la antigua Isla de Formosa fue asiento de la China Nacionalista durante la guerra fría que recibió el reconocimiento internacional como sede del gobierno legítimo, a despecho de la China Comunista. En 1971 Richard Nixon derribó la Gran Muralla, y la Organización de las Naciones Unidas, basada más en la fuerza de los hechos que en razones de justicia, reconoció al Gobierno de Beijing, quedando Taiwán en posición de provincia libertaria disidente, hasta el día de hoy.

La tensión entre ambos poderes, temporal y espiritual, generó que en la China Continental, en forma paralela a la Iglesia Patriótica de factura gubernamental, se desarrollara en las catacumbas una Iglesia del Silencio, que hoy día agrupa un número que por virtud de su condición clandestina, se calcula de modo difuso entre ocho y doce millones de católicos. Los obispos de la Iglesia Patriótica son designados por el Gobierno de China Popular y a los obispos de la Iglesia Silente los nombra el Papa en turno.

Los pormenores del Concordato reciente no han sido divulgados, pero todo indica que en lo sucesivo los obispos serán designados por el Vaticano, en tanto que el Estado se reserva el derecho de veto. La firma ha despertado el rechazo de muchos como es el caso del Obispo Emérito de Hong Kong, el Cardenal Joseph Zen Ze Kiun, que considera que el convenio en comento traiciona a la Iglesia del Silencio, entregándola al Gobierno Comunista.

La postura del hoy Cardenal en retiro se entiende, porque toda su vida ha ocupado la primera línea en defensa de la libertad religiosa, y durante su ministerio, compartió el martirio y la persecución sufridos por su grey. Sin embargo, es sabido que la Iglesia toma la iniciativa de tumbar los muros, los ajenos y los propios, como ocurre desde que San Agustín fue acusado de traición al Imperio Romano, por transigir y aceptar a los bárbaros invasores.

Sin caer en la ingenuidad ni echar las campanas al vuelo, el convenio es positivo en el largo plazo, con fundamento en la experiencia de dos mil años de historia de la Iglesia, así como en la Fe y en la Esperanza Cristianas.

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