Hace un par de días, la aeronave comercial donde venía el presidente electo proveniente de Huatulco, sufrió un retraso de más de cinco horas debido a las condiciones climatológicas. Pese a ello y fiel a su estilo de afrontar los imponderables con buen humor, Andrés Manuel López Obrador no hizo mayores aspavientos al verse confinado en el interior de la aeronave con otros pasajeros.
A los muy pocos afortunados que tenemos la suerte de viajar en avión, tales cosas nos ocurren con frecuencia. En tanto, que el futuro presidente corra con la misma suerte de cierta forma lo humaniza y lo vuelve terrenal, cercano. Por otra parte, el que López Obrador esté dispuesto a correr dichos riesgos es algo que a más de uno preocupa.
El presidente electo insiste en que no utilizará el avión presidencial. Poder es humildad, considera, y solo tiene sentido y se convierte en virtud cuando se está al servicio de los demás. “Me daría pena, se me caería la cara de vergüenza subirme en un avión lujoso en un país con tanta pobreza”, dijo a los reporteros que cubren sus actividades.
Hay cosas más importantes que la flota presidencial, sin embargo no podemos pasar de largo que la integridad del presidente es un asunto de seguridad nacional y va de la mano de la estabilidad del país y la buena marcha de sus instituciones. Además, perder tiempo es un lujo que el mandatario en turno sencillamente no se puede dar. Lo que ahora es chusco, estar cinco horas esperando un despegue, bien podría tornarse en algo catastrófico o bochornoso.
Imaginemos, por ejemplo, que López Obrador llegue tarde a una cita con Trump en La Casa Blanca o no pueda comparecer ante el pleno de la Asamblea General de Naciones Unidas porque su avión se retrasó. Y aunque México no es un país bélico, pensemos por un momento que se desate una crisis nacional o cualquier emergencia y nuestro presidente se encuentre incomunicado y atado de manos para tomar decisiones estratégicas desde el aire.
Si bien la compra (arrendamiento) del Boeing TP01 que actualmente utiliza en Ejecutivo se hizo al término de la administración de Felipe Calderón, de toda suerte se convirtió en símbolo de los excesos de un sexenio, el de Peña Nieto.
Desde el comienzo de la campaña, López Obrador amagó con vender el avión si se convertía en presidente. “Ese avión no lo tiene ni Obama”, repetía el tabasqueño hasta el cansancio aunque los hechos demuestren que el Air Force One es considerablemente más caro y mucho mejor equipado que el TP01. Además, el Gobierno de Estados Unidos cuenta con dos aparatos idénticos por motivos tanto de seguridad como de disuasión.
El estilo personal de Andrés Manuel es y seguirá siendo austero. Indudable, en comparación con un Enrique Peña Nieto que vivió seis años en un crisol, es la cercanía del próximo presidente con los ciudadanos. Cabe recordar que atrás quedaron los tiempos de campaña. López Obrador no necesita probarle a nadie su integridad personal y desapego a lujos y estilo de vida suntuoso porque todos, afines o detractores, lo consideramos por mucho el político más honesto de este país.
De ahí nuestra insistencia. Si Don Andrés Manuel se niega a utilizar el actual avión presidencial, existen otras muchas opciones. La flotilla al servicio del presidente cuenta con aeronaves de menor tamaño, además la Policía Federal, PGR, Marina, Ejército y otras dependencias del Gobierno Federal tienen diversas aeronaves.
Mi voto en estas elecciones no fue para Andrés Manuel López Obrador pero de todo corazón deseo que le vaya bien y tenga éxito. Sin embargo, dicho éxito fácilmente puede verse vulnerado si Andrés Manuel sigue jugándole al candidato y no entiende que ya es el próximo presidente.
Andar en un Jetta o volar en Viva Aerobús: por ahí no va, Don Andrés. Entre la austeridad y el pan y circo existe una línea muy delgada.
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