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Singularidad y desubicación

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Vaya momento. Sin establecer su alcance y dimensión, el cambio en puerta tiene entusiasmados a los fans, temerosos a los resignados, afilados a los críticos, desconcertados a los actores de reparto, atrapado al actor secundario y haciendo malabarismos al actor principal que, en aras de sostener el ánimo y respaldo popular, formula nuevas promesas al tiempo de reajustar las ya hechas.

Interesante la circunstancia, la interrogante es qué tan larga puede ser la curva de aprendizaje para formular y asentar un nuevo entendimiento político.

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Quizá porque aun antes de llegar a la jornada electoral se dio por sentada la victoria de Andrés Manuel López Obrador en la competencia por el Poder Ejecutivo, pero no la de su partido en el Poder Legislativo y, en ambos casos, sin vislumbrar su contundencia, el cuadro prevaleciente es singular: el conjunto de los actores se ven desconcertados y desubicados en la escena.

El partido en el poder, Morena, no acaba de asumirse como tal y, en tal virtud, de controlar y dominar el uso de su fuerza parlamentaria. El partido derrotado, el tricolor, reconoce el resultado electoral, pero no su nueva circunstancia. La segunda fuerza en el Congreso, Acción Nacional, se advierte sin cohesión y distraída con la renovación ¡hasta noviembre! de su dirigencia, cuando mucho del entramado jurídico del nuevo gobierno habrá sido ya resuelto. Sólo el Partido Verde se mantiene en lo suyo, hacer de la política una mercadería, aunque esta vez la licencia del indeciso Manuel Velasco le salió, pese al dicho de Arturo Escobar, carísima: cinco diputados.

En el marco de la desubicación, los coordinadores del grupo parlamentario mayoritario, Ricardo Monreal y Mario Delgado, afrontan un doble desafío: consolidar su mando sin ignorar el liderazgo de su jefe, Andrés Manuel López Obrador, y equilibrar la política cupular, en la que están acostumbrados a negociar con los adversarios, con la política popular, en que está hecha su bancada. Meter un movimiento en una Cámara no es sencillo, menos cuando la costumbre en el Congreso es meter los acuerdos en una burbuja.

Entender y operar la nueva composición del Congreso de la Unión no es cosa de un día.

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Andrés Manuel López Obrador también tiene lo suyo.

El anuncio de su gabinete y algunas de sus políticas durante la campaña lo obliga, ahora ya presidente electo, a continuar ese camino siendo que faltan tres meses para acceder en sí al gobierno. Tal ruta le da una desventaja y una ventaja. Lo sobreexpone a la crítica y la resistencia que, desde ahora, descalifican, cuestionan y ponen en duda algunos nombramientos, así como la viabilidad de algunas propuestas y, a la vez, le facilita la posibilidad de llegar haciendo, en vez de llegar a ver qué hace.

En esa ruta, López Obrador matiza sin decirlo algunas de las promesas de campaña -ejemplo: becarios sí, sicarios no se transforma en becarios no, empleados sí-, al tiempo de agregar otras. Reconfigurar las refinerías, la educación, el gasto, las Fuerzas Armadas, la burocracia, la hacienda pública, las obras de infraestructura, la relación con los gobernadores y consultar el aeropuerto en Texcoco son políticas osadas, pero no descabelladas y, en su postulación, el presidente electo activa el debate público que durante años fue silencio, cuando no imposición.

Plantear distintos y variados asuntos permite al presidente electo fijar la agenda, poner o no acentos, calibrar la acogida o el repudio de sus planes y, sobre todo, establecer los términos de cualquier eventual negociación. El riesgo de ello es pasar del ajuste de las políticas al campanazo en las políticas.

Viniendo de una cultura del acuerdo cupular, abrir el debate de par en par desconcierta a algunos y molesta a quienes hicieron de las decisiones, las opiniones y el conocimiento un club exclusivo.

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Asimismo, en aras de mantener el entusiasmo y el respaldo popular, López Obrador anuncia e, incluso, practica algunas acciones que satisfacen el deseo de acabar o modificar algunos símbolos del poder o de su abuso.

Habla coloquialmente, se equivoca, pero no se enreda. Despacha en una casona en un barrio clasemediero, sin vallas, cámaras de vigilancia ni gran despliegue de seguridad. Viaja en un coche sencillo con la ventanilla abierta. Reduce su cuerpo de seguridad, al punto de desaparecer al Estado Mayor Presidencial. Quiere convertir Los Pinos en museo. Reivindica como centro de poder el Palacio Nacional. Se escapa a dar batazos a un deportivo popular. Arrastra el petaquín en el aeropuerto y forma filas como los demás, al tiempo de anunciar la liquidación de la flota aérea oficial...

El tabasqueño tiene un desarrollado instinto para decodificar qué símbolos de sencillez hay que subrayar y qué símbolos de poder hay que borrar. Practica una liturgia que irrita a quienes veneran la solemnidad. La palabra populista no lo asusta, lo espanta no contar con el respaldo popular.

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Es un momento singular. Viejas y nuevas expresiones, conductas y actitudes políticas se manifiestan juntas, separadas o revueltas en lapsos muy cortos. Y, en ese tráfago de discordancias, aún sin ubicarse, entender y mucho menos dominar la escena, los actores -incluso, algunos analistas- litigan la interpretación de la realidad sin advertir que ésta es distinta.

El desafío radica en construir y asentar con rapidez nuevas fórmulas de entendimiento político.

EL SOCAVÓN GERARDO RUIZ

Curioso, muchos temas sujetos a debate recaen en el sector comunicaciones y transportes: trenes sin destino, aviones accidentados, el nuevo aeropuerto, dobles remolques... y hasta la licencia federal de conducir de Vicente Carrillo Leyva.

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