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Dos realidades contrastantes

JESÚS CANTÚ

El sexenio está a punto de terminar evidenciando, como ha sido a lo largo de los seis años, dos realidades diametralmente opuestas: la que pretende construir el gobierno de Enrique Peña Nieto a través de sus campañas mediáticas y la que vivimos la mayoría de los mexicanos. La semana que recién concluyó representa muy plásticamente lo que fue la historia del actual gobierno: los spots presidenciales pretendiendo convencer de los avances que logró y la vida cotidiana mostrando todas sus carencias.

De acuerdo a un estudio de Fundar, organización de la sociedad civil mexicana, el gobierno de Peña Nieto gastó en la compra de tiempos y espacios en los medios masivos de comunicación, en promedio durante su mandato un millón de pesos por hora. La saturación de los espacios publicitarios especialmente en radio y televisión fue la constante a lo largo del sexenio y se agudiza alrededor de los informes de gobierno.

Peña Nieto aprovecho al máximo los 13 días (siete antes y cinco después) de cada informe de gobierno, que la Ley de Instituciones y Procedimientos Electorales, permite -incluso violando la disposición expresa del artículo 134 constitucional- para salir a cuadro y promocionar sus acciones de gobierno. En este caso, en su gira de despedida, tanto a través de las entrevistas concertadas con los principales conductores de radio y televisión como de sus promocionales, el presidente Enrique Peña Nieto se empeña en convencer que "México es mejor que hace seis años".

Hay dos frases que aparecen en sus mensajes, que llaman la atención. La primera, casi para intentar arrebatarle al presidente electo su propuesta de cuarta transformación: "Gracias a todos, México se ha transformado", es decir, la idea es ya no es necesaria una nueva transformación, pues en estos seis años, ya lo logramos. La segunda, es darle continuidad al mensaje que inicio en el quinto informe de gobierno: "Unidos haremos que lo bueno siga contando", para reiterar que el problema es la falta de visibilidad de sus buenas obras, no que éstas no hayan existido.

Pero la terca realidad se empeña en desmentirlo y en mostrarse con toda su crueldad. Justo en la misma semana en la que el bombardeo publicitario arreció: pobladores de Puebla e Hidalgo lincharon y quemaron vivos a cuatro presuntos delincuentes; la Procuraduría General de la República desistió de la acción penal en contra del operador político-financiero de Manlio Fabio Beltrones, Alejandro Gutiérrez Gutiérrez; y el Infonavit, se ve obligado a transparentar que incorrectamente indemnizaron a una contratistas externa.

Tres rostros de la triste realidad mexicana: la justicia por su propia mano, que estuvo presente a lo largo de todo el sexenio, ante la incapacidad de la autoridad de frenar la creciente inseguridad y violencia, cuya manifestación más grotesca fueron precisamente los linchamientos populares y las autodefensas.

La incompetencia y/o complicidad de los responsables de procurar e impartir justicia para castigar a los verdaderos delincuentes, particularmente cuando se trata de influyentes políticos mexicanos, como ha sido por demás evidente en los últimos días con los casos de Elba Esther Gordillo, Javier Duarte y, ahora, Alejandro Gutiérrez.

La corrupción disfrazada de vigencia del Estado de Derecho y cumplimiento de los contratos institucionales, que afloró por el pago de una indemnización de 5 mil 88 millones de pesos a Telra Grupo Inmobiliario (al que el primer director del Infonavit, Alejandro Murat) otorgó un contrato de movilidad hipotecaria para poder hacer realidad el actual programa de Cambiavit. La diferencia que surgió entre el actual director, David Penchyna, y el anterior, Murat, permitió conocer el texto del contrato, con lo cual queda claro que fue un pago muy cuestionable.

Los cuatro hechos recrean la realidad del presente sexenio: dispendio en el gasto publicitario; ausencia de estado de derecho; corrupción; e inseguridad. Realidad que, como ha ocurrido a lo largo de todo el sexenio, se quiere negar a base de campañas mediáticas cuyos efectos son exactamente los contrarios a sus objetivos, pues provocan más irritación entre la población por ostentosas y exageradas.

Pero también evidencian la distancia existente entre la realidad y, desde luego la percepción, que viven gobernantes y pueblo. Reconocer algunos errores o el desgaste asociado al ejercicio de gobierno, en nada ayudan a mitigar la mala situación en la que vive la mayoría de la población mexicana.

La única sorpresa es que ni siquiera la debacle electoral que arrolló al Partido Revolucionario Institucional -y a sus aliados en el Pacto por México- en la jornada electoral del pasado 1 de julio, haya provocado algún cambio (por mínimo que fuese) en la forma de gobernar y conducirse de Peña Nieto y su equipo cercano. Hoy, propios y extraños, reconocen que los resultados electorales son la clara expresión del rechazo a la forma de gobernar. Sin embargo, Peña Nieto y el equipo gobernante, parece no darse cuenta de ello, pues mantienen sus formas y prácticas inalteradas, incrementando todavía más la desaprobación de su gobierno.

Definitivamente están empeñados en darle la razón a The Economist, cuando en algún momento del sexenio, señaló: "no entienden que no entienden". Su ceguera es tal que ni siquiera el fracaso electoral pudo cambiarlos.

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