Ya en plena fase de transición la plétora de anuncios y declaraciones que se difunden por todos los medios, incluyendo las desconcertantes "noticias falsas" que se entremezclan, hacen que las confusiones abunden.
Todos hemos tomado debida nota de las prioridades que figuran en la agenda del señor presidente electo. Ya aparecen en los periódicos y programas radiofónicos análisis y comentarios que examinan más de cerca las repercusiones del cumplimiento de los compromisos de campaña. Tales consideraciones. a veces críticas, están alimentadas por un genuino patriotismo. Por ociosidad, podría guardarse en una caja especial todo lo que se diga y que se opine.
Pero las ansias de comenzar a gobernar pueden entenderse porque el presidente Peña Nieto, todavía en funciones hasta el último día de noviembre, intencionadamente ha renunciado a su autoridad para inducir al señor Presidente Electo que entre anticipadamente a la brega.
Tan complicada se presenta la transición que sería válido pensar que la actitud de EPN responde a la perversidad de dejar libre el camino a que fluyan desde ahora los problemas que normalmente corresponderían caer el primero de diciembre. No lo creo así. No es por perversidad, sino por las muy explicables ansias de remontar la frustrante experiencia de la presidencia.
No es aconsejable para el licenciado López Obrador asumir antes de tiempo sus preavisados compromisos. Hay que emplear el precioso e insustituible lapso intermedio que ahora disfruta en diseñar y preparar, no en responsabilidades antes de tiempo. Son muchos los planes que se destapan. Día a día son más. Todos importantes. Algunos son neurálgicos por implicar una acción profunda. Más sensato sería usar sus anuncios como sondeos para conocer las reacciones que suscitan las medidas que se propone ejecutar.
El público advierte que las acciones que se anuncian están pensadas desde hace tiempo, quizás dieciocho años. Pero esta previsión, no asegura, como lo debe saber una persona con la vasta experiencia práctica del presidente electo, ni éxito ni valía didáctica.
Las propuestas definitivas se dirigirán a realidades específicas. Algunas son de carácter técnico-financiero como la estrategia petrolera o bien de tipo práctico como la dispersión geográfica de secretarías de estado. Hay cuestiones que tocan sensibilidades familiares y no simples reformas de artículos de un código. Los liberales tan celosos de que la religión nunca incida en la Ley no vacilan, en cambio, en proponer que la ley sí interfiera en las convicciones religiosas. El futuro presidente de México debe evitar pasos en falso. La pacificación del país y el respeto a la persona son primordiales.
La idea de inaugurar la cuarta revolución mexicana es grandiosa. El anunciarlo es buen augurio. Si a transformaciones vamos habrá que emprender un nuevo edificio social y político distinto a todo antecedente, una nueva sociedad con nuevos paradigmas. Pero la transformación que México requiere no es así se honda. El gobierno de López Obrador seguirá un modelo capitalista, en la esperanza de que el factor capital no inunde la estructura social hasta el grado de monetizarlo todo. Los cambios más drásticos que se anuncian no van a más. Debemos entenderlos como el urgente ejercicio de hacer más eficiente y justa la comunidad conocida.
Pero no será fácil la tarea de limpiar el aparato social mexicano de sus anquilosados pero activísimos vicios en los que, quien más quien menos, unos vivimos en irresponsable comodidad mientras otros en desesperado abandono. Los que están en el extremo afortunado no están listos para moderar su fórmula de vida. Los desheredados no tienen con que apostar.
Manuel Gómez Morín la llamó "brega de eternidad." Romper las inercias requiere decisiones drásticas que en realidad no deseamos tomar. Para bien o para mal el señor Presidente Electo no ha dado más señales que las de limpiar el organismo y hacer que funcione mejor. Respetándolo. ¡Qué alivio!
