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Pasado o futuro

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Esclarecer el pasado o tentar el futuro es el dilema en toda alternancia y, en México, no es costumbre de los mandatarios tomar una decisión clara, abierta y manifiesta al respecto. Por la vía de los hechos y sin expresarlo lo deciden o, peor, dejan a la circunstancia la respuesta.

Hoy, el Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, está ante la disyuntiva. Por los indicios y los dichos, el próximo mandatario parece querer ver hacia adelante, pero hay un problema: el aliento a la idea de castigar la corrupción y la impunidad frena -es una impresión- la posibilidad de abrir aquella postura y declararla. Quizá, ahí se explica la insistencia de perdonar sin olvidar en el campo del crimen, la corrupción y el fisco, así como el anuncio pertinaz y sin detalle de tantos grandes proyectos, intentando pulsar la resistencia y la disposición al sacrificio.

Empero, si en verdad se quiere sacudir la forma de hacer política, no estaría de más asumir y divulgar la decisión, cualquiera que ésta sea. Mirar hacia adelante en el ánimo de reponer un horizonte distinto, en lugar de voltear atrás. O bien, resolver el pasado bajo peligro de empantanarse en él y vulnerar la oportunidad de perfilar el futuro.

La decisión no es sencilla. Hay quienes piensan que avanzar al futuro exige tener claro el pasado. Y hay quienes piensan que esclarecer el pasado distrae y debilita la posibilidad de diseñar el futuro. Por lo demás, fueron tantos los agravios y los abusos cometidos que no es fácil perdonar ni olvidar. La emoción con frecuencia nubla la razón.

***

Las dos alternancias anteriores no tuvieron el efecto deseado. No se tradujeron en una alternativa.

Vicente Fox titubeó. No vio para atrás ni miró hacia adelante. Su equipo se confrontó al respecto y, al final, no prevaleció ninguna postura. No se aclaró el pasado ni se exploró el futuro. El bono democrático fue a dar al cesto de la basura y el clamor "no nos falles", expresado en coro justo el día de la victoria electoral del guanajuatense, concluyó en un vaticinio invertido. Fox falló. Hizo de la popularidad y la frivolidad su refugio y, aún hoy, ahí se esconde.

Enrique Peña sí decidió. No hizo un corte de caja, en su mira estaban las reformas estructurales y, requiriendo del apoyo de los partidos opositores para legislarlas, esclarecer el pasado no convenía. Optó, pero pactó mal: sólo consideró a las cúpulas partidistas; y no negoció ni acordó las reformas, las canjeó o las pagó con posiciones y prebendas. Sin advertir el peligro subyacente en el recurso empleado, pretendió instrumentarlas al viejo estilo de hacer política. En el caso de la reforma educativa cometió un error: la implementó no con, sino contra los maestros.

Peña no esclareció el pasado y construyó mal el entramado del futuro. Por si algo faltara, toleró la corrupción y la impunidad que acabaron por desvanecer la posibilidad de constituir su administración en gobierno.

Dos alternancias sin alternativa.

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Ahora, por tercera ocasión, el electorado se decidió por la alternancia en el poder presidencial con un añadido importante: no practicar más el gobierno dividido. Dio la jefatura del Ejecutivo y la mayoría en el Legislativo a un mismo partido, Morena, y además le concedió la mayoría en al menos diecisiete legislaturas, así como el gobierno en cinco de las nueve entidades donde hubo comicios.

Desde 1997, casi veinte años atrás, el electorado ensayó el equilibrio entre los poderes Ejecutivo y Legislativo sobre la base del gobierno dividido. Sin embargo, los partidos le fallaron a la gente. No entendieron el mandato y, si lo entendieron, lo incumplieron o lo pervirtieron. De el gobierno dividido hicieron el gobierno paralizado y, de éste, el gobierno corrompido. Los partidos arrumbaron la razón de ser de la política -negociar y acordar-, a cambio de transar y canjear.

A saber si a resultas de ese incumplimiento, el electorado decidió dar un enorme poder a un solo partido. Salir de pretextos y derivar de la alternancia una alternativa. Si esta vez se falla al país, difícil de imaginar la reacción.

El desafío de Andrés Manuel López Obrador es mayúsculo.

***

El próximo gobierno está obligado a decantarse frente al pasado o el futuro.

La decisión es complicada. El discurso desarrollado para encontrar el apoyo y el impulso para acceder al poder entrampa al discurso para ejercerlo y emprender la pretendida transformación del país en unidad, paz y conciliación. Por eso, probablemente, el afán de someter a consulta muchos de los proyectos anunciados o reclamados. Se quiere determinar la posibilidad de instrumentarlos total, parcial o gradualmente, o bien, descartarlos.

Replantear o matizar el discurso de campaña de cara al discurso de gobierno sin provocar decepción exige tiempo y ese recurso es escaso. López Obrador reconoce la importancia de ese factor, incluso la velocidad, en la pretensión de transformar el país en un sexenio. No es mera figura retórica la idea de trabajar doce años en un sexenio.

Sin embargo, el reclamo de castigar la impunidad y la corrupción ante la propuesta de perdonar sin olvidar el pasado, bajo la divisa de cero impunidad y corrupción a partir de ya, y de colocar detonantes de desarrollo en distintas plazas o regiones del país para atemperar la desigualdad, no acaban de articularse.

Queda poco tiempo, menos de cuatro meses para embonar el reclamo y la propuesta, mirar hacia atrás o hacia adelante... y gobernar.

  EL SOCAVÓN GERARDO RUIZ

"Autoridades de Morelos advirtieron de nuevos riesgos a la población en el Paso Exprés de Cuernavaca, una obra polémica adjudicada por la SCT al consorcio Aldesa-Epccor". Así dice la entrada de la nota de Benito Jiménez... ni qué añadir.

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