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Arrogancia en la victoria

JESÚS SILVA-HERZOG

La contundencia de la victoria de Andrés Manuel López Obrador no lo coloca por encima del cuestionamiento. La legitimidad es un título para ejercer el poder, no un certificado de infalibilidad. Mucho menos una orden de aquiescencia. La crítica a quienes se preparan para asumir el poder no se alimenta necesariamente de la nostalgia ni es un alegato para la preservación de las cosas. Quienes nos critican no han entendido el veredicto de las urnas. No han aceptado la derrota dicen, como si fuera nuestro deber callarnos la boca y celebrar todo lo que provenga de los ganadores. Siempre habrá más de un camino para el cambio. Advertir incongruencias, anticipar costos o percibir retrocesos en los anuncios del presidente electo no significa, en modo alguno, respaldar lo que se ha hecho recientemente. La crítica de López Obrador no es elogio a Peña Nieto. Criticar a los futuros funcionarios no es celebrar a los que hoy tenemos.

El voto confiere poder, pero no otorga razón. La discusión pública no termina con el voto. ¿Se ha vuelto una buena idea la redacción de una "constitución moral" por el hecho de que Andrés Manuel López Obrador ganó la elección? La idea de un constituyente que perfile una guía para la plenitud me parece no solamente absurda, sino amenazante y creo inaceptable que en un Estado laico se pretenda codificar la moral abriendo el espacio para que líderes religiosos decreten el bien con el respaldo de las instituciones públicas. La política debe mantenerse al margen de cualquier tipo de cruzada espiritual. La suerte del alma no es asunto para la política. Quienes se preocupen por ella deben buscar consejo en otra parte. Que millones de mexicanos hayan votado por Morena no modifica ni en un ápice mi convicción. ¿Debemos suponer que las propuestas del candidato se han convertido en irrebatibles por el caudal de votos que recibió? De ninguna manera. El voto es un permiso, no una comprobación.

Quiero decir que no es antidemocrático criticar al poder democrático. Decirlo parecería innecesario, pero es urgente expresarlo hoy cuando se escuchan tantas voces que sugieren que la discrepancia es una forma de deslealtad; que oponerse a las iniciativas del futuro gobierno es casi como oponerse a la victoria que le dieron los votos. Muchas y contradictorias habrán sido las razones de quienes votaron por López Obrador. Muchas y contradictorias fueron las propuestas del propio López Obrador. De la elección no deriva la obligación de implementar un programa concreto. La única instrucción que surge del voto es que a él le corresponde ocupar la presidencia de la república y ejercer las facultades que corresponden al encargo. Las elecciones no revelan el sentido correcto de la historia.

Uno de los peligros que encierra una victoria tan contundente como la de julio es el fomentar la arrogancia de los triunfadores. Tratar con infinito desdén a esos críticos que, a su juicio, fueron vapuleados por los electores. Creer que la votación implica respaldo a cualquier cosa que diga o proponga el nuevo grupo gobernante. Suponer que los votos son una celebración de todas las propuestas de campaña. Confiar en que la gente mantendrá su respaldo.

Hay muchas señales inquietantes y deben ser señaladas. Apunto una que es muy grave y ostensible. Proviene de una arrogancia que se cree inmune a la crítica. López Obrador parece entender el conflicto de interés tan mal como lo hizo Peña Nieto. Piensa que, si él no se beneficia directamente, puede invitar a quien quiera a colaborar con él, sin tomar en cuenta que con ello altera el juego de las inversiones y las ganancias. El presidente electo ha anunciado que un empresario prominente será su jefe de gabinete. Como si fuera un acto inocente, en estos días, el presidente electo visitó una empresa de su futuro colaborador anunciando una asociación para la siembra de miles de árboles. La nobleza de la causa no puede esconder la aberración. Lo notable es que el futuro presidente ni siquiera se percataba del escándalo de su anuncio. A unos días de recibir la constancia de su triunfo, el presidente electo publicitaba la empresa de un colaborador y anticipaba proyectos con su gobierno. ¿Así piensa separar el poder político del poder económico?

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Escrito en: Jesús Silva-Herzog

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