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Si no entendemos las señales...

NUESTRO CONCEPTO

El verano extraordinariamente caluroso que se vive en la mayor parte del hemisferio norte ha reavivado las alertas respecto al cambio climático y el calentamiento global provocados por la cada vez más nociva huella del ser humano en la Tierra. Pero no son sólo los fenómenos extremos consignados en la prensa internacional -como las largas sequías, los grandes incendios, las tormentas violentas, el aumento de la marea y el derretimiento de glaciares-, sobre todo están los estudios científicos que ponen el punto sobre las íes respecto a lo que está ocurriendo y lo que como comunidad internacional deberíamos hacer, principalmente los gobiernos y sociedades que más contribuyen al trastorno del clima global.

La semana pasada se reportó que las altas temperaturas han roto récords en sitios en donde predomina el frío congelante en invierno y el clima templado en verano. Asia Oriental, Siberia, Escandinavia, Islas Británicas y Norteamérica han registrado temperaturas máximas inusuales que van desde los 34 a los 41 grados Celsius, registros que tal vez sean comunes en veranos como el lagunero, pero que en aquellas latitudes han provocado ya decenas de muertos. Otra de las nefastas consecuencias de la ola de calor extremo son los incendios forestales, como el ocurrido en los alrededores de Atenas, Grecia, el peor en 100 años en Europa, o el de California, ambos con decesos humanos.

La catástrofe de los incendios forestales es triple y redunda en un círculo de devastación completo. A las pérdidas humanas se suma la pérdida de superficie vegetal, tan necesaria para el equilibrio climático, la generación de oxígeno y la producción y captación de humedad. Pero además, los incendios forestales representan el 20 % de las emisiones de dióxido de carbono (CO2), considerado uno de los principales gases de efecto invernadero, que propicia el calentamiento global. Y en la medida en que más calor hace, los incendios forestales se vuelven más frecuentes y devastadores.

Y precisamente en estos días de calor y siniestros es que se da a conocer que, de acuerdo con el Informe Anual del Estado del Clima, elaborado por 450 científicos de más de 60 países, la cantidad de gases de efecto invernadero liberados en la atmósfera de la Tierra durante 2017 alcanzó máximos históricos. La concentración media mundial de CO2 en la superficie de la Tierra fue de 405 partes por millón (ppm), es decir, 2.2 ppm más que las registradas en 2016, una cifra inimaginable hasta hace unos cuantos lustros. Pero no sólo eso, los tres últimos años -2015, 2016 y 2017- están considerados los más calurosos desde que comenzaron los registros en 1880, y los datos obtenidos hasta ahora de 2018 hacen pensar que la tendencia se mantendrá.

Por si fuera poco, la semana pasada la organización “Global Footprint Network” identificó al primero de agosto de 2018 como el día del sobregiro de la Tierra. Esto quiere decir que, según los datos de la asociación, nuestro planeta ha alcanzado su límite y que la humanidad en su conjunto habría agotado todos los recursos que la naturaleza puede renovar en un año, por lo que estaríamos como especie viviendo en deuda. Tal vez pueda parecer exagerado para algunos, pero lo cierto es que existen claras señales que indican que el ritmo de consumo de recursos naturales resulta insostenible.

Las naciones con mayor capacidad para encabezar la lucha por un futuro más sustentable son también las que más contribuyen a deteriorar el medio ambiente: China y Estados Unidos. La segunda, de la mano de Donald Trump, ha renunciado al liderazgo de frenar el cambio climático y, por el contrario, ha abierto la puerta a un mayor consumo de energías sucias. La primera, por su parte, ha intentando colocarse a la vanguardia para llenar el vacío que ha dejado la potencia americana en esta lucha, aunque tiene que resolver primero sus contingencias internas. El tiempo corre y si no entendemos las señales de hoy, mañana puede ser demasiado tarde para construir un mundo menos hostil en el plano climático.

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