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El bono... y el paso

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Ya una vez el país desperdició la posibilidad de emprender un cambio con mejora, ahora está de nuevo ante la oportunidad. Andrés Manuel López Obrador debe ejercer, administrar y cuidar el bono democrático recibido, así como regular la velocidad del cambio radical -de raíz, dice él- prometido.

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La hazaña pretendida no es nada sencilla.

Son muchos los frentes internos y externos donde la acción del próximo gobierno requiere percibirse cuanto antes, pero el desbocamiento de ella podría terminar por sepultar el entusiasmo generado por la idea de hacer de la alternancia una alternativa. Si el tino en la acción falla y aflora, otra vez, el titubeo, la marcha y la contramarcha, la contradicción entre el postulado y el resultado, el bono puede evaporarse aun antes de usarlo.

La velocidad es clave en la operación política. Lo es porque aun cuando seis años parecen una eternidad, apenas son un suspiro en la historia nacional. Lo es porque, dada la contundencia de la victoria de Morena no sólo en la escala presidencial, los partidos derrotados se encuentran fracturados y en la lona, dando una ventaja extra al ganador antes de su rehabilitación. Y lo es porque una transformación del calado propuesto reclama contar con mucho más tiempo del disponible. La independencia, la reforma y la revolución se tomaron más de un sexenio y si, ahora, el cambio es sin ruptura, la velocidad en la acción es fundamental. Exige rapidez... y tino.

Sin embargo, si la velocidad deriva en vértigo, esto es, pérdida del equilibrio, turbación del juicio y apresuramiento anormal, correr no servirá de mucho. El descarrilamiento y el tropiezo podrían sobrevenir.

Puede Andrés Manuel López Obrador correr riesgos, pero no exponerse al peligro. El riesgo, parafraseando a Anthony Giddens, supone pérdida o ganancia y se vincula con el futuro. El peligro implica invariablemente pérdida y se liga al pasado.

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Correr con pies de plomo en la dirección correcta y a paso firme demanda enorme destreza. Gran condición política, significada en la organización, la inteligencia y la fuerza.

Los anuncios, intenciones, planes, encuentros y nombramientos realizados por Andrés Manuel López Obrador después de su victoria, así como algunos planteamientos de sus colaboradores, han nutrido el entusiasmo de sus seguidores, elevado aún más las expectativas y, a la vez, han suscitado legítima duda en quienes lo respaldan críticamente, desconcierto en adversarios resignados y resistencia en algunos actores que esconden, en la sonrisa, la mueca o la torcedura de boca.

Pacificar al país sin descartar ningún recurso; desconcentrar la administración en su conjunto; reducir el sueldo del jefe del Ejecutivo provocando un efecto en cascada; recortar al personal de confianza sin tocar al personal de base y, por ende, a los sindicatos; nombrar coordinadores estatales y territoriales, en vez de delegados; prescindir por completo del Estado Mayor Presidencial; destinar los servicios de inteligencia exclusivamente al combate del crimen; someter a consulta popular la construcción o no del aeropuerto en Texcoco...

Todo al mismo tiempo, sin matizar los términos ni establecer la hoja de ruta.

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Tales anuncios y planteamientos formulados al garete sin articulación ni respaldo en un plan medianamente elaborado ofrecen en bandeja de plata la posibilidad de resistir el cambio, disfrazando de sensatez y mesura la oposición a él.

El ministro presidente de la Corte, Luis María Aguilar, ya dijo: a mí y a los míos ni nos toquen el bolsillo; en medio millón de pesos mensuales cotiza la independencia y la autonomía de las resoluciones de sus colegas. Más de un gobernador olvida su memoria de cacique, el gusto por el despilfarro y repudia a los coordinadores en sentida y falsa defensa del federalismo. El líder de la burocracia, Joel Ayala, jubiloso apoya desconcentrar la administración siempre y cuando se dé casa, vestido, nieve y sustento a los trabajadores y no se pierda un solo derecho o prerrogativa sindical. Algunos especialistas que antes exigían reorganizar la administración y emprender acciones fuertes, ahora se inclinan por seguir haciendo lo de siempre y no andar moviéndole a las cosas. Más de un colaborador del propio López Obrador palidece ante la pérdida de asesores o plantel aceptable de empleados de confianza, porque sabe del freno al cambio si sólo se opera con el engrane de la burocracia sindicalizada.

Si de por sí todo cambio genera resistencia, asombra regalarle motivos al inmovilismo.

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Más de una vez, Andrés Manuel López Obrador ha dado muestra de su fuerza de convicción, arrojo, temple y disciplina ante la adversidad, la derrota o el castigo. No lo ha hecho así en la victoria. Ahora está en esa tesitura, pero en condición de próximo jefe de gobierno y de Estado. El rol es distinto.

Es innegable que el país requiere de una sacudida y hacer sacrificios si, en verdad, pretende un cambio con mejora, una transformación profunda que recoloque los cimientos de la paz, la igualdad, la educación, la democracia y la justicia.

No hay tiempo, pero sí ánimo para emprender esa hazaña con velocidad, pero sin precipitación ni desbocamiento. Es obligación ejercer el bono, pero también cuidarlo y administrarlo bien.

 EL SOCAVÓN GERARDO RUIZ

Satisfecha la publicación de la extensa carta del secretario Gerardo Ruiz Esparza, una aclaración y un anuncio. Supone el funcionario cierta animosidad personal en su contra y un particular interés por el socavón del Paso Exprés de Cuernavaca. Ni lo uno, ni lo otro. El socavón es emblema -dicho con suavidad- de la negligencia que, en su descuido, cobra hasta vidas. Este epílogo prevalecerá hasta que el secretario deje el cargo.

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