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De gastos y recortes

SIN LUGAR A DUDAS...

PATRICIO DE LA FUENTE
Debo, no niego; pago, no tengo”

— Benito Juárez

A principios del actual sexenio entrevisté para la televisión a uno de los subsecretarios de Hacienda.

Al igual que su jefe, José Antonio Meade, dicho subsecretario me causó buena impresión como hombre listo y preparado. Sin embargo, ya en corto y fuera del aire le manifesté mi preocupación sobre diversos asuntos. He de decir que tomó tales observaciones en buena lid, cosa que como periodista siempre se agradece de un entrevistado.

No soy especialista en finanzas, pero desde entonces ya se percibían focos amarillos y rojos en el horizonte. Y es que exceptuando a Ernesto Zedillo, casi todos los presidentes emanados del PRI observaron la costumbre de hacer polvo a la maltrecha economía nacional heredándonos pasivos abismales, altos índices inflacionarios, fuga de capitales y una paridad cambiaria fuera de toda proporción.

Vaya que quien no conoce su historia está condenado a repetirla y además, querido lector, nuestros miedos se encuentran bien fundamentados. Ahora sí que la burra no era arisca…

Aunque la plena autonomía de instituciones como el Banco de México y la continuidad en la política financiera trajeron cierta estabilidad macroeconómica, desde el principio este Gobierno dio síntomas del dispendio que ha sido sello de la casa.

Ustedes comienzan a gastar y piden dinero a manos llenas, recuerdo haberle dicho al entrevistado. Aunque tú estás en Hacienda y no en Comunicaciones y Transportes, te solicito vigiles que otros no hereden las insanas manías del Grupo Atlacomulco, comenté socarrón, y comiencen a hacer obras por todos lados. Me quedé corto: los constructores consentidos del sexenio eran personajes desconocidos para la opinión pública.

Al ritmo que van, comenté al subsecretario, para el término del sexenio la deuda externa representará una parte importantísima del PIB y quizá las calificadoras internacionales pararán antenas, apunté. No nos equivocamos.

La deuda pública mexicana reportó un saldo de 10,880 billones de pesos al cierre del año pasado, lo que representa la cifra más alta de la que tiene registro la Secretaría de Hacienda. Aunque las calificadoras nos otorgan notas positivas por el puntual cumplimiento del pago de pasivos, lo que en términos reales estamos asumiendo es el pago de altísimos intereses de la deuda.

Detallan los especialistas que los incrementos en la deuda no son necesariamente malos, siempre y cuando se destinen a bienes de capital para generar recursos productivos, incentivar el crecimiento económico, y así recuperar el gasto por deuda en el futuro, cosa que no necesariamente ha sucedido.

Comenzado el sexenio no se precisaba ser experto para advertir el dispendio gubernamental en diversos rubros, entre ellos el publicitario. Según un estudio de FUNDAR, de 2013 a 2016 la administración de Enrique Peña Nieto ejerció casi 40 mil millones de pesos en publicidad oficial.

En total, el Gobierno Federal gastó 72 % más del monto que fue aprobado por la Cámara de Diputados para este rubro, pasándose por el arco del triunfo los mandatos del legislativo y la independencia que debe existir entre los tres poderes de la Unión. Lo lamentable, además del férreo control que se ejerció sobre diversos medios de comunicación que de plano terminaron plegados a los vaivenes y caprichos de un gobierno que los controlaba con el toma y daca de la publicidad oficial como en antaño, se hizo controlando el papel, es que al término del sexenio todo ese gasto sirvió de muy poca cosa.

Enrique Peña Nieto se va de Los Pinos como el presidente peor evaluado de la historia moderna. Lo mismo varios de sus secretarios, entre ellos Aurelio Nuño, quien en su afán de sentirse presidenciable destinó carretadas de dinero en publicitar su imagen personal, en vez de destinar dichos recursos al mejoramiento de aulas escolares públicas, mejoras salariales o inversión en equipo.

Andrés Manuel López Obrador ha anunciado un plan de austeridad que estaremos analizando en las próximas semanas y meses. Mucho es plausible, se festeja y aplaude, en tanto otras son medidas cosméticas de carácter electoral. Por ejemplo, reducir los sueldos de los altos funcionarios del gobierno o vender el avión presidencial implica paliativos que si bien sientan las bases de lo que será una administración austera, a la larga no resolverán gran cosa.

La corrupción florece no en los tabuladores salariales sino en otras partes. Urge arrancar con lo que fue la tumba del actual Gobierno: “la cuatidud”. Ahí el mayor desfalco al erario. Justo ahí…

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