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¿Dónde falló el liberalismo?

JESÚS SILVA-HERZOG

No es extraño ver a muchos liberales de estos tiempos reaccionando como los viejos comunistas ante las sorpresas y las decepciones. Nuestro libro es infalible, pero hay personas que se equivocan. No hemos logrado llevar las reformas a su realización plena y por eso enfrentamos a quienes se resisten a aceptar el dictado de la historia. Han fallado los hombres, pero la ruta que seguimos es la única posible. Es la arrogante ceguera de los ideólogos incapaces de someter a crítica su creencia. Por eso es muy valioso prestar atención a lo que ha dicho recientemente Timothy Garton Ash. Convocado por The Political Quarterly, el historiador de lo inmediato, pronunció una conferencia hace casi un mes en Londres. "¿Qué salió mal con el liberalismo y qué deben hacer los liberales al respecto?", podría ser la traducción de la ponencia. ¿Cómo podemos interpretar los votos en Gran Bretaña y en Estados Unidos, el ascenso del populismo y del nacionalismo? El punto de partida de su reflexión es la ética orwelliana: no hay movimiento que uno deba examinar con mayor severidad que el propio. Criticar a los nuestros es el primer deber de un escritor político. El cuestionamiento debe empezar con los de casa.

Parte de un hecho: el liberalismo se convirtió en doctrina de poder y dejó de ser una filosofía para cuestionar al poder. Más aún, se convirtió en la filosofía de las élites. Michael Ignatieff reconoce esta mancha cuando habla del discurso de la moderación liberal como una especie de canto de apareamiento de las élites cosmopolitas. La victoria de los liberales agudizó el conflicto entre el liberalismo y la democracia que viene de muy atrás. Un explícito discurso antidemocrático se ha abierto paso reviviendo los viejos tópicos de la ignorancia de los muchos, del peligro del voto, de las amenazantes mayorías. Nadie lo ha dicho de manera más clara que Hillary Clinton cuando se refirió a los votantes de su adversario como la "canasta de los detestables". La expresión, que bien pudo haberle costado la victoria a la candidata demócrata, captura el desprecio profundo de las élites liberales a una sociedad que no tiene siquiera interés por entender.

Los liberales han permitido también el secuestro y la reducción de un ideario rico y complejo. La economía se convirtió en un saber apabullante. Una versión particularmente ideologizada de la triste ciencia fue tomada como el único modelo para la comprensión de lo social. De la mano del neoliberalismo la historia parecía cerrarse triunfalmente. El futuro, recordemos, se había resuelto. Todos llegaríamos, tarde o temprano al mismo sitio: economías abiertas y democracias liberales. Se pervirtió así esa doctrina de la sospecha que es el liberalismo para convertirse en un pontificado tan severo como miope. Ese liberalismo jactancioso ha dejado de ver, en primer lugar, el efecto sus prescripciones. Ha cerrado los ojos a las desigualdades que ha promovido, no solamente en términos económicos, sino también de lo que Garton Ash describe como la igualdad del reconocimiento y del respeto. Debemos reconocer que hemos traicionado, dice, la promesa del trato igualitario para todos que es uno de los ladrillos fundamentales del proyecto liberal.

Puede escucharse a los liberales invocar la razón como si fuera patrimonio exclusivo de su tribu. Nosotros exponemos argumentos mientras nuestros enemigos lloran, gritan e insultan. La razón es nuestra y sólo nuestra. Ellos sólo expresan emociones. El historiador vuelve a recurrir a Orwell para enfatizar la importancia del lenguaje, de las palabras y la comunicación. Un proyecto político que no es capaz de encender entusiasmo carece de futuro. El liberalismo necesita ser más afectivo para ser efectivo.

Timothy Garton Ash recuerda en su plática a Pierre Hassner, gran teórico de las relaciones internacionales y discípulo de Raymond Aron, quien poco después del derribo del Muro de Berlín advirtió que la historia estaba lejos de llegar a su final. "La humanidad no vive para la libertad y la universalidad solamente. Debemos recordar las aspiraciones que dieron lugar al nacionalismo por una parte y al socialismo por la otra. Regresarán". Tuvo razón: si el liberalismo quiere encarar inteligentemente esta crisis deberá reconocer el deseo de comunidad y la aspiración de igualdad. En otras palabras, si el liberalismo quiere reinventarse, tendrá que ser como liberalismo igualitario.

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