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El tinterillo de la reforma

RAÚL MUÑÓZ DE LEÓN

Leguleyo y tinterillo son adjetivos que se aplican despectivamente y con intención de ofender, a quienes se hacen pasar por abogados sin serlo; tipos que litigan sin tener título autorizado por institución...

...universitaria; representan a veces los intereses del actor y otras los del demandado, en juicios laborales, civiles o penales, y aun en materia de amparo.

Los abogados que sí lo son, han protestado por esta situación anómala, pues las actividades de dichos individuos, les representan competencia desleal, por lo que reiteradamente han solicitado a las autoridades judiciales y administrativas se ponga solución a este problema que perjudica seriamente sus intereses profesionales.

Sin embargo, hubo en la Ciudad, no ha mucho tiempo, dos conocidos personajes, ya fallecidos, que litigaban sin tener legal autorización para ello; que, sorprendentemente, tenían numerosa clientela, perteneciente a diferentes estratos sociales que buscaba a estos litigantes para que atendieran determinados asuntos, prefiriendo sus servicios en vez de los auténticos abogados.

Aprendían de memoria la Constitución Política, códigos y leyes secundarias, por lo que se les llamaba también "codigueros", y a la hora de argumentar jurídicamente, en la etapa procesal de los alegatos, hacían gala de conocimientos jurisprudenciales, tesis y ejecutorias de la Corte, también memorizadas, lo que les permitía ganar los pleitos o litigios en los que intervenían, traduciéndose en oportunidad de cobrar a los clientes buenas cantidades por concepto de "honorarios". No es necesario mencionar sus nombres; no quiero correr el riesgo de herir susceptibilidades. Pero muchos sabrán a quienes hago, respetuosamente, referencia.

A los dos conocí, y supe de ellos por circunstancias accidentales, pero lo que sí sé es que asesoraban a personas en varias materias jurídicas y tenían numerosa clientela, porque a pesar de no poseer título profesional eran buenos en la "litigada".

El tema de "tinterillo" me remite a lo que Juan de Dios Peza, exquisito poeta mexicano, escribió en 1898 sobre el General Jesús González Ortega, citado por Daniel Moreno en su libro "Los Hombres de la Reforma", a quien sus enemigos y detractores llamaban despectivamente el "Tinterillo", por haber realizado con anterioridad cursos de Derecho y trabajar en una modesta notaría pública

Insigne militar y político: Originario de Fresnillo, Zacatecas, en donde nació el 19 de enero de 1822. Hizo estudios literarios y de jurisprudencia en la Ciudad de Guadalajara. En la Guerra de Tres Años o de Reforma (1857-1860), que decidiría el destino de los liberales y conservadores, González Ortega comienza a figurar por el ímpetu de sus convicciones y lo avanzado de sus ideas. No fue alumno de ninguna escuela militar; había servido en humildísima notaría en El Teul, una población cercana a Zacatecas; se inmiscuyó en asuntos públicos y pronto habría de destacar en la política local de su estado, donde es electo diputado al Congreso de Zacatecas. Aguerrido y valiente soldado que ganó muchas batallas, defendiendo la causa de los liberales, dándole sonados y decisivos triunfos a la República.

"Era yo un rapazuelo de ocho años cuando sucedió lo que voy a referir, tal como se me ha quedado grabado en la memoria:

"La noche del 24 de diciembre de 1860 las campanas de la Catedral de México repicaron sin tregua, celebrando el triunfo de las armas liberales. . .

"Aquel repique duró dos días con sus noches y ya estaban aturdidos los habitantes, al par que asombrados de la tenacidad con que el pueblo solemnizaba la victoria de los que entonces se llamaban "puros"...

"El general González Ortega había obtenido constantes triunfos sobre el ejército conservador, en las batallas de Peñuelas, de Silao, en el sitio de Guadalajara y por último en Calpulalpan desbarató las tropas disciplinadas de los más notables jefes conservadores y el pueblo que lo miraba como protegido del cielo, como el favorito de la fortuna, lo saludaba vitoreándolo con febril entusiasmo. . .

"Cuando todos los personajes de acción y de prestigio en su Estado desconfiaban de arrollar y vencer al partido que tenía por jefe al indomable y aguerrido Miguel Miramón, él se puso al frente de las legiones populares y como por encanto venció y triunfó en repetidas campañas, hasta que al fin, derrotando al bravo Miramón en Calpulalpan como lo había derrotado en Silao, entró en la capital de la República cuando el mundo cristiano solemnizaba el nacimiento del redentor...

"Aquella victoria alarmaba a los próceres, a los privilegiados, a los dueños del dinero, de las garantías, de los fueros y de todo cuanto constituía el rango y la fuerza de las clases altas de nuestra sociedad. Ninguno de los jefes liberales había sido tan afortunado como este soldado novel que principiara su carrera con inesperada victoria, alcanzando a fuerza de repetidos triunfos el más alto grado a que puede aspirarse en nuestro ejército...

"La aureola de la gloria que circundaba a González Ortega, despertó envidias y rencillas de tal suerte que muchos jefes de escuela y de antecedentes militares, miraban con antipatía al general zacatecano, desdeñándose de llamarlo su compañero y aun de estrecharle la mano... Acaso alguien previno los ánimos de don Santos Degollado, de don Miguel Lerdo de Tejada y de don Melchor Ocampo, en contra del vencedor de Calpulalpan , asegurándoles que era un advenedizo entregado a los afeites de su persona, un "tinterillo", poseído de un orgullo tan grande como su fortuna. .

"González Ortega, verdadero genio militar modesto y desinteresado como pocos, sabía cuánto de él se murmuraba, pero lo escuchaba con la más completa indiferencia... No pocas personas de ilustración y de talento al tratarse de González Ortega, se dejaban dominar por la opinión engendrada por las envidias y por las rencillas y se nivelaban con los seres vulgares, aceptando y confirmando la idea de que el vencedor de Peñuelas, el héroe de Silao, el admirable salvador de la Constitución en Calpulalpan, no era más que un tinterillo afortunado...

"González Ortega había brotado del pueblo y sólo contaba con el pueblo. Lo adoraban las chusmas mirándole como a un semi dios cuando él les sonreía montado en hermoso caballo alazán; con el ancho sombrero blanco ladeado sobre la negra y rizada cabellera; ostentando en el cuello la corbata roja, símbolo de su causa; y llevando terciado en la espalda un vistoso sarape de Saltillo con los colores nacionales...

"Sus ojos eran oscuros, penetrantes y vivos; denunciando su ardimiento para el combate y sed de amor ante las damas, pues sabido es que aquel león de los campamentos era un enamorado galán en los salones...

"Determinó que la entrada solemne se efectuara el primero de enero de 1861, para augurar a su patria y a su causa un año de prosperidades y de bienestar político. Fue al rayar el nuevo año a ponerse al frente de sus numerosos soldados y entró con ellos en la ciudad de México, por el lado del poniente, eligiendo lo que hoy se llama Avenida Juárez. . .

"De las azoteas, de las ventanas, de los balcones henchidos de curiosos, llovían coronas de laurel y de rosas frescas sobre el afortunado caudillo. Muchas de estas coronas arrojadas por las finas manos de damas hermosas. De uno y otro lado resonaban entre los ecos entusiastas de las músicas militares y de los cantos al pueblo, los gritos que yo escuché de niño y que no he olvidado con el transcurso de los años...

"-¡Viva González Ortega! ¡Viva el vencedor de Calpulalpan! ¡Viva el héroe de Zacatecas! Y él inclinaba la cabeza y abría con trabajo los brazos llenos de laureles, como queriendo estrechar contra su corazón al pueblo que lo saludaba. . .

"Al pasar frente al Hotel Iturbide alzó los ojos a un balcón y distinguió a una persona conocida. Al verla detuvo el caballo y mandó hacer alto a las tropas. Después dijo a uno de sus ayudantes: Suba usted a aquel cuarto y diga al general Santos Degollado que tenga la bondad de bajar a verme. El ayudante volvió a poco, diciendo que el general Degollado no podía bajar porque se sentía algo indispuesto...

"-Pues vaya usted a asegurarle -repuso González Ortega- que aquí nos estaremos detenidos el ejército y yo, hasta que él baje a verme.

"Transcurrieron algunos instantes y el general Santos Degollado y el general Felipe B. Berriozábal que lo acompañaba, se acercaron a González Ortega, quien dijo conmovido, con voz clara y vibrante:

"Señor general Degollado, enfrente de usted, yo no tengo méritos ni grandezas propias. Yo no soy más que un soldado de fortuna, un militar improvisado a quien la victoria le ha sonreído por casualidad o por inesperado privilegio del cielo. Usted es un héroe; un esforzado campeón de la libertad y de la patria; por esto usted es el que debe entrar en el Palacio Nacional. Ocupe usted este puesto, señor general, y acepte las coronas que le corresponden y que yo le trasmito en nombre del pueblo y en pro de mi deber y de la justicia".

Volvió de nuevo González Ortega a detenerse, diciendo a un ayudante: vaya usted a llamar a aquellos señores que están en ese balcón. Para que también ocupen sus puestos delante de nosotros y al lado del general Degollado. . . Los que designó eran, el inolvidable estadista don Miguel Lerdo de Tejada y el sublime mártir don Melchor Ocampo. . .

"Estos laureles pertenecen a ustedes, que han pensado, que han sufrido, que han luchado sin tregua, y no a mí, que soy, por privilegio del cielo, acaso un soldado nuevo, un humilde tinterillo de Teul, a quien le ha sonreído la fortuna".

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