La sensación de proporcionalidad nos permite darnos cuenta, de inmediato, cuando algo no encaja en la situación de vida en la que nos encontramos siendo. Un ejemplo sencillo ocurre cuando al pagar una compra notamos, sin haber contado, que nos están entregando el cambio equivocado; simplemente "sabemos" que lo que estamos recibiendo es desproporcionado al dinero que entregamos en relación con la compra que hicimos.
Si no se cultiva la sensación de proporcionalidad se corre el riesgo de caer en injusticias ante la imposibilidad de determinar qué se merece en cada caso. Regresando al ejemplo del cambio en la compra, si no poseemos la sensación de proporcionalidad es más difícil que reconozcamos que el cambio que estamos recibiendo es el justo y que no es ni mayor ni menor al que merecemos.
Diera la impresión de que en México la sensación de proporcionalidad se cultiva de manera insuficiente. Somos una sociedad que suele sobre-reaccionar a lo que ocurre y que rara vez hace un intento por dar su justa dimensión al acontecer. Entiendo, por supuesto, que las generalizaciones entrañan sus propias injusticias, pero en este caso es necesario usarlas ante lo cotidianas que resultan las reacciones que están fuera de toda proporción y que, además, son atestiguadas por otros que tampoco notan la exageración en la respuesta.
Así lo vemos con el triunfo de López Obrador y las muchas reacciones, a favor o en contra, que sobredimensionan lo que, como nación, estamos viviendo. Los hechos verificables hablan del triunfo electoral más contundente ocurrido en la historia de esa democracia en la que la alternancia es posible, y todos los argumentos que se construyan para desdeñarlo se salen de la debida proporción. Pero, también se exagera la nota cuando se piensa que, con el mero triunfo, México está salvado -o condenado- como afirman diversas voces.
Necesitamos serenarnos como sociedad. Comprendo la necesidad de desahogo que sienten ganadores y perdedores, pero tenemos que reconocer que las reacciones desproporcionadas son un obstáculo de cara a lo que está por venir. Lo acabamos de vivir en Rusia cuando, por el triunfo contra Alemania en el primer partido, sentimos que ya éramos campeones del mundo; el tiempo nos demostró que le ganamos al último lugar de nuestro grupo, meritorio, sí, pero no lo suficiente como para que nos entregaran la copa sin jugar y ganar el resto de los partidos.
La jornada electoral nos trajo, insisto, la más contundente y amplia victoria de un candidato en condiciones de democracia efectiva; por supuesto, eso es muy meritorio, pero no es el resultado de una sola voluntad, sino de la de millones de mexicanos incluidos aquellos que, desde los otros partidos, eligieron candidatos que no tenían cómo competir realmente contra López Obrador. Con el paso de los meses, y luego de los años, veremos qué tan afortunado fue para el gobierno que encabezará AMLO haber ganado con tanta amplitud; eso, por ahora, no lo podemos dimensionar.
Tanto los que afirman que nos convertiremos en Venezuela como los que creen que seremos como los países nórdicos están emitiendo juicios muy desproporcionados. Como ocurre con cada gobierno, algunas cosas mejorarán -espero las más- y otras no lograrán ser resueltas y, tal vez, empeoren. Pero, eso sólo el tiempo lo demostrará. Por ahora, en verdad, es mejor permanecer serenos, retomar nuestro trabajo y fortalecer nuestra sensación de proporcionalidad, pues si algo requerirán López Obrador y su equipo de nosotros, es que hablemos con justicia de sus logros y de sus fracasos, así, tendremos una democracia madura y no sólo una en la que se alternan los partidos que gobiernan.
