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El Periquillo y El Gallo; dos pícaros vigentes

RAÚL MUÑÓZ DE LEÓN

Primera Parte

Ambos se sitúan a finales del siglo XIX, con pocos años de diferencia, participan política y literariamente en la guerra de Independencia; fueron liberales y fustigaron a la sociedad de la época...

Criticando severamente las costumbres desde su respectiva producción literaria. Los dos son representantes de la corriente conocida como la novela pícara. Son José Joaquín Fernández de Lizardi, "El Periquillo Sarniento" y Juan Bautista Morales, "El Gallo Pitagórico".

Lizardi nace en la Ciudad de México el 15 de noviembre de 1776 y Bautista en la Ciudad de Guanajuato el 29 de agosto de 1788. A más de doscientos años de su nacimiento, el contenido de su producción literaria tiene plena vigencia, pues la descripción que hacen de la sociedad de su época, presenta en muchos aspectos gran similitud con las circunstancias actuales.

El Periquillo Sarniento es la primera novela de América, escrita por Lizardi en 1816, protagonizada por Pedro Sarmiento, un jovencito pecoso de entre 19 y 21 años, mordaz e incisivo, un pícaro que exhibe las trampas del médico y del abogado, del carpintero, del profesor, del albañil y del cura, y denuncia en su novela el disfuncional sistema de justicia de su tiempo.

La siguiente es una transcripción de un fragmento del Capítulo II, "en el que Periquillo da razón de su ingreso a la escuela, los progresos que hizo en ella, y otras particularidades que sabrá el que las leyere, las oyera leer o las preguntare":

*Hizo sus mohinas mi padre, sus pucheritos mi madre, y yo un montón de alharacas y berrinches revueltos con mil lágrimas y gritos; pero nada valió para que mi padre revocara su decreto. Me encajaron en la escuela mal de mi agrado. . .El maestro era muy hombre de bien; pero no tenía los requisitos necesarios para el caso. . .Una vez le oí decir platicando con uno de sus amigos: "Sólo la maldita pobreza me puede haber metido a escuelero; ya no tengo vida con tanto muchacho condenado: ¡que traviesos son y que tontos!, por más que hago no puedo ver uno aprovechado. ¡Ah, fucha en el oficio tan maldito! ¡Sobre que ser maestro de escuela es la última droga que nos puede hacer el diablo!. . . En segundo lugar carecía, como dije, disposición para el oficio, o de lo que se dice genio. . . Ya ustedes verán, hijos míos, que este hombre aunque bueno de por sí, era malísimo para maestro y padre de familia. . .

*Tenía una hermosa imagen de la Concepción, y le puso al pie una redondilla que desde luego debía decir así:

Pues del Padre celestial

Fue María la hija querida,

¿no había de ser concebida

Sin pecado original?

Pero el infeliz hombre erró de medio a medio la colocación de los caracteres ortográficos, según que lo tenía de costumbre, y escribió un desatino endemoniado y digno de una mordaza, si lo hubiera hecho con la más leve advertencia, porque puso:

¿Pues del Padre celestial

Fue María la hija querida?

No, había de ser concebida

Sin pecado original.*

*"Ya verán ustedes qué expuesto está a escribir mil desatinos el que carece de instrucción en la ortografía, y cuan necesario es que en este punto no os descuidéis con vuestros hijos. ¿Qué aprendería yo con un maestro tan hábil? Nada seguramente. Un año estuve en su compañía, en él supe leer de corrido, según decía mi cándido preceptor, aunque yo leía hasta galopando; porque como él no reparaba en niñerías de enseñarnos a leer con puntuación, saltábamos nosotros los puntos, paréntesis, admiraciones y demás cositas de éstas con más ligereza que un gato; y esto nos celebraban mi maestros y otros sus iguales.

*También olvidé en pocos días aquellas tales cuales máximas de buena crianza que mi padre me había enseñado en medio del consentimiento de mi madre; pero en cambio, de lo poco que olvidé, aprendí otras cosillas de gusto como ser desvergonzado, malcriado, pleitista, tracalero, hablador y jugadorcillo. La escuela era, a más de pobre, mal dirigida: con esto sólo la cursaban los muchachos ordinarios, con cuya compañía y ejemplo, ayudado del abandono de mi maestro y de mi buena disposición para lo malo, salí aprovechadísimo en las gracias que os he dicho. Una de ellas fue el acostumbrarme a poner malos nombres, no sólo a los muchachos mis condiscípulos, sino a cuantos conocidos tenía por mi barrio, sin exceptuar a los viejos más respetables.

*¡Costumbre o corruptela indigna de toda gente bien nacida, pero vicio casi generalmente introducido en las más escuelas, en los colegios, cuarteles y otras casas de comunidad, y vicio tan común en los pueblos, que nadie se libra de llevar su malnombre o retaguardia!. En mi escuela se nos olvidaban nuestros nombres propios por llamarnos con los injuriosos que nos poníamos. Uno se conocía por el tuerto, otro por el corcovado, éste por el lagañoso, aquel por el roto. Quien había que entendía por el loco, quien por burro, quien por guajolote, y así todos.

*Entre tantos padrinos no me podía quedar yo sin mi pronombre. Tenía cuando fui a la escuela una chupita verde y calzón amarillo. Estos colores y el llamarme mi maestro algunas veces por cariño Pedrillo, facilitaron a mis amigos mi mal nombre, que fue Periquillo; pero me faltaba un adjetivo que me distinguiera de otro Perico que había entre nosotros, y este adjetivo o apellido no tardé en lograrlo. Contraje una enfermedad de sarna, y apenas lo advirtieron, cuando acordándose de mi legítimo apellido me encajaron el retumbante título de Sarniento, y héme aquí ya conocido no sólo en la escuela ni de muchacho, sino ya hombre y en todas partes, por Periquillo Sarniento*.

"En los momentos en que surgía la Nación, cuando se debatía la propia existencia y se discutía el mismo derecho a constituirse, hubo en la escena mexicana quienes creyeron que había que utilizar las armas de la inteligencia en servicio del pueblo; la literatura popular para que estuviese al alcance de los grupos más amplios, sin desdeñar los vocablos populares; antes bien usándolos en los escritos más importantes, lo mismo en género de la ficción, que en las doctrinas políticas; en la crítica social, que en la prédica moralista.

En este orden figura en primer término, quien es considerado como el padre de la novela mexicana, José Joaquín Fernández de Lizardi, el Pensador Mexicano, designación con la que ha quedado incorporado de modo definitivo en la literatura nacional y en la doctrina política", dice Daniel Moreno en su libro Los hombres de la Reforma.

El Pensador Mexicano, primer novelista mexicano, al mismo tiempo que un doctrinario político, creador de un género que persistirá a lo largo del siglo XIX.

Lizardi representa la corriente popular; retratista de un mundo desdeñado por los neoclásicos y los artepuristas. Presenta sus personajes tomándolos de la más sensible y profunda entraña popular, lo que le permitirá llevar sus ideas progresistas a todos los estratos sociales, al mismo tiempo que atraerá las críticas de aquellos que le acusarán de pervertir el buen gusto, de usar giros no acreditados por las Academias.

Fernández de Lizardi aparece en el mundo de las letras con unas Letrillas Satíricas, un año más tarde de que Hidalgo lanzara en Dolores el Grito de Independencia. Al promulgarse en España la Constitución de Cádiz, en 1812, que permite la libertad de imprenta en las colonias, el nombre de El Pensador Mexicano se da a conocer: "Un hombre oscuro y no conocido hasta entonces", diría Lucas Alamán.

A partir de entonces en el periodismo, con folletos, con sátiras, en diálogos que van apareciendo constantemente, la obra en la tarea de realizar una literatura nacional, de contribuir a la formación de una Patria nueva, no cesará en el ánimo, el espíritu y la actividad de El Pensador. Cárceles, persecuciones, multas, vejaciones, nada lo detendrá en su actitud valiente e insobornable.

En una época tan señalada como 1812, publica su escrito La Igualdad en los Oficios, que contiene diálogo entre un zapatero y su compadre, cuando imperaba el sistema de castas y la esclavitud era una institución legal y aceptada en diversos círculos, incluso intelectuales, El Periquillo se atreve en contra de aquella organización social; y lo dice en términos que están al alcance de los que apenas saben leer, en una sociedad en que eran unos cuantos los que sabían y que puede comprender aun la persona de más escasos conocimientos.

En 1814 con su periódico El Pensador Mexicano, aparece la defensa de la independencia, donde las ideas más audaces de su tiempo serán expuestas; donde un apasionado de la libertad y de la democracia, ejercerá un magisterio que alcanzará dimensión nacional.

Vendrá después, en 1816, la aparición de su libro más famoso El Periquillo Sarniento, en el que surge la novela mexicana, en la que aparecen de cuerpo entero los tipos populares, en la que hay una cantera a la que aún podemos acudir, para tomar las cuestiones vivas y palpitantes expuestas por quien al mismo tiempo que mostraba las fallas de un sistema, predicaba el mejoramiento y la superación de la institución que censuraba.

Es en el Periquillo, a través de relatos de la más diversa índole, en la que la picaresca mexicana aparece ya perfectamente delineada; y después irán surgiendo nuevos personajes en otras novelas, La Quijotita y su prima, Don Catrín de la Fachenda, que arraigan en la literatura nacional. En 1820 en que se decreta la reimplantación de la Constitución de Cádiz, nuevamente aparecen los periódicos, los folletos, los alcances, los diálogos e impresos de diferente clase para luchar por la afirmación de las ideas políticas.

En 1825 publica su "Constitución Política de una República Imaginaria"; aquí aparece el Diálogo entre el Payo y el Sacristán; surgen sus postulados feministas, declarando en el artículo 10 de la Constitución de su República que las señoras también son ciudadanas, anticipándose más de un siglo, a la concesión cívica de las mujeres, a quienes se les otorgó derecho al voto en 1953. Fallece el 27 de junio de 1827, encargando a sus amigos que sobre sus corazones graben el siguiente epitafio: "Aquí yacen las cenizas del Pensador Mexicano,-quien hizo lo que pudo-, por su Patria".

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