Las campañas electorales para renovar Presidencia de la República, Congreso de la unión y diversas autoridades locales en al menos nueve estados de la República llegan a su fin, y después de tres días de reflexión, culmina el proceso el próximo domingo primero de julio.
El día de las votaciones se avizora como decisivo, en virtud de que en ese momento la realidad se sobrepondrá a las apreciaciones sin embargo, faltará juzgar si la realidad corresponde a una imposición, o a un comportamiento de alto civismo y conforme a derecho.
Entre las campañas de última hora, destaca una que orquestada desde diversos puntos de origen, invita a los ciudadanos a aceptar el resultado del cómputo cualquiera que este sea, con tal de recuperar la cotidianeidad de nuestra vida individual y colectiva.
El consejo es a simple vista pertinente, porque nada más apegado al talante de la democracia que el saber ganar y saber perder, como premisa para cerrar cada fase electoral asumiendo el resultado y como condición para continuar con la vida social y productiva de la comunidad.
Sin embargo, la campaña de "El día siguiente" despide un tufo de resignación malsana, que pareciera invitar al perdón y olvido de las incidencias que llegaran a producirse el día de la jornada y en el escenario postelectoral. La prudencia, el ánimo de justicia y la fortaleza con las cuales debemos afrontar los resultados, no debe implicar la expedición de una especie de cheque en blanco, que consienta anomalías y hasta delitos que empañen la elección.
Para los coahuilenses resulta obligado el evocar los aciagos días del proceso electoral que tuvo lugar el año pasado, y que aún permanece en la memoria colectiva como nube que obscurece la legitimidad del gobierno del Estado de Coahuila, al que de hecho representa Miguel Riquelme, vocero, personero y causahabiente de los hermanos Moreira, señalados todos ellos, como la trilogía responsable del robo de la elección.
Tampoco es posible olvidar el triste papel del Instituto Nacional Electoral en aquellos días, y el más lamentable desempeño del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que en base a una resolución cuestionada como ninguna otra en la historia de ese tribunal, impuso a Riquelme en el cargo, contra toda exigencia de justicia electoral.
Aún están gravadas en la memoria colectiva las imágenes de la corporación pretoriana denominada Fuerza Coahuila, robando paquetes electorales sin ningún pudor, así como la exhibición de otros paquetes más presentando signos visibles de violación en las mismas instalaciones del Instituto Estatal de Coahuila o peor aún, aquellos paquetes que se encontraron en oficinas de la Procuraduría de Justicia del Estado dizque asegurados, como pruebas de la comisión de un delito que jamás fue investigado, porque los autores del ilícito fueron los propios agentes ministeriales.
Es una burla que con tales antecedentes, en reunión celebrada el lunes pasado en la ciudad de Piedras Negras, Miguel Riquelme se presente como cabeza del llamado Grupo de Coordinación en Materia de Seguridad, garante de la paz y la limpieza del proceso, al tiempo que el vocal ejecutivo del Instituto Nacional Electoral Juan Álvaro Martínez, a pesar de haber sido asesinado un candidato a diputado federal, asegura que "no se han detectado focos rojos".
Para muchos coahuilenses que sufrimos en carne propia los agravios del proceso electoral del año pasado, la presencia de Riquelme como cabeza del grupo coordinador es una burla y constituye en sí misma "el foco rojo", por lo que al día siguiente de la elección o en los sucesivos, ni el árbitro electoral ni ninguna otra autoridad debe contar con nuestra resignación, ni con nuestro perdón, ni con nuestro olvido, de lo que pueda ocurrir.
