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Maniqueísmo electorero

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

No puedo compartir la postura de quienes pintan a México como el peor país en el mundo. Es cierto que hay innumerables y profundos problemas, pero aún de los más graves y preocupantes, podemos encontrar referentes cercanos que nos demuestran que aquí "todavía no hemos tocado fondo" y eso no como un "consuelo de tontos" sino como una ubicación necesaria para tomar las decisiones correctas.

Pongo un par de ejemplos comenzando con la violencia. La tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes en México en 2017, el año más violento de la historia reciente, alcanzó los 27. Sin embargo, en Venezuela la cifra se eleva hasta los 89; en El Salvador fueron 60 en Jamaica 55.7 Honduras 42.8 y Brasil 29.7. Me queda claro que deberíamos ser como Chile, Ecuador o Argentina en donde las tasas no alcanzan los dos dígitos. También estoy de acuerdo con los esfuerzos que hay por distinguir el tipo de violencias que varían en la región, así como también en México. Pero de allí a aceptar que este es el peor país del mundo para vivir debido a la violencia, hay un trecho importante que no estoy dispuesto a caminar.

El otro ejemplo es el de la desigualdad que, por cierto, es muy difícil de estimar, pero que encuentra en el Coeficiente de Gini un referente de amplia aceptación. Pues bien, de acuerdo con ese indicador México tiene una desigualdad de 43.4 (en donde 100 es total igualdad) muy similar a la que tienen la mayor parte de los países del continente incluyendo Estados Unidos que tiene 41.5. Nuevamente, no estoy diciendo -jamás lo haría- que vivimos en el paraíso terrenal; pero tampoco ésta es la antesala del infierno.

El problema es que los discursos electoreros que mejor impacto están teniendo son aquellos que parten de la falsa hipótesis de que aquí nada está bien y que, por tal motivo, hay que acabar con todo. Me parece que, detrás de tales afirmaciones hay demasiada irresponsabilidad y ninguna honestidad, porque, insisto, claro que hay problemas, pero si éstos no se colocan en su justa dimensión, sino que se sobrevaloran, no podrán ser realmente resueltos.

¿Por qué razón los candidatos no parten de explicar qué de lo hasta ahora hecho piensan sostener porque se hizo bien? La respuesta es sencilla: porque reconocer que no todo está mal les restaría popularidad; porque su fuerza la toman de un malestar que vienen cultivando sistemáticamente y que no van a dejar que "se enfríe".

Mi gran dificultad es que yo sigo exigiendo un presidente que tenga el mejor de los diagnósticos en las manos para que ejecute las medidas que sean verdaderamente pertinentes para que haya avances significativos en México. Pero ¿cómo confiar en alguien que quiere venderme la idea de que aquí se vive de la peor manera posible cuando definitivamente no es cierto? ¿De qué manera estar seguro de que su falta de honestidad termina allí? ¿Cómo tener certeza de que su labor permitirá superar los problemas reales de México cuando la lectura que ofrecen es equivocada o peor todavía, está tramposamente distorsionada?

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