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Grave, muy grave

FEDERICO REYES HEROLES

Queremos imaginar que el paciente recuperará sus signos vitales, que éstos se estabilizarán, que en algún momento musitará algo, abrirá los ojos y sólo entonces sabremos que, poco a poco, y gracias al tratamiento, la crisis va quedando atrás. Pero hay otra posibilidad, esa que no queremos aceptar: no supimos leer la sintomatología, el tratamiento no fue el adecuado, desconocemos la enfermedad, nos tomó por sorpresa. Perdemos la batalla.

"...el actual paisaje político se ha llenado de una decepción generalizada que ya no se refiere a algo concreto...", habla Daniel Innerarity (Política para perplejos, Galaxia Gutenberg). Estamos instalados en la era de la incertidumbre. Oklahoma, Oregón e Indiana son los más recientes episodios de una violencia. Los gobiernos recientes de la primera potencia del mundo, no han podido contenerla. Los diagnósticos han sido fallidos, además hoy los gobierna un bufón que cuenta con un amplio apoyo popular. Todo es muy raro.

Trump se suma a los desfiguros de la nueva Italia, la de la Liga y las 5 Estrellas, la insospechada alianza que destruye uno de los sistemas partidarios que eran referente mundial. Esta alianza designa a un académico desconocido como primer ministro. España está en crisis por las corruptelas que arrinconan al PP y a Rajoy. España busca una nueva fórmula de gobierno en la que Ciudadanos -el juvenil partido con pocos años de vida- se impone. El Eurobarómetro más reciente retrata el desconcierto: "Europa confía más en los nuevos partidos que en los tradicionales", fue la cabeza de El País. "Cada vez resulta más complejo identificar lo que el pueblo realmente quiere..." es la premisa de Innerarity "...se cuestiona más la autoridad de los expertos y tenemos una identidad menos rotunda". Algo queda claro: no sabemos qué quieren estos nuevos ciudadanos, pero si conocemos sus múltiples rechazos. No a los partidos políticos y a los políticos tradicionales, viva la novedad por sí misma.

Sigamos la ruta de su razonamiento: las ideologías languidecen, una identidad menos "rotunda" inyecta volatilidad en las opiniones, la "pos verdad" se pasea oronda igual en Austria, Hungría o México, los partidos se debilitan, los liderazgos personalizados desplazan a las viejas estructuras, las teorías conspirativas florecen en pleno Siglo XXI, -la Mafia del Poder por ejemplo o las múltiples amenazas internacionales que son el alimento diario de Trump- cada quien que se invente la suya. En plena era del Internet las conspiraciones funcionan muy bien. La desinformación es el seco pastizal que facilita los incendios nacionales. Lo improbable se vuelve probable, lo irracional es conducta ciudadana cotidiana. La sintomatología es compartida de ahí el desconcierto. Regresa la pregunta: ¿Cuál es el tratamiento?

Gaza y sus decenas de muertos de hoy son el resultado de una provocación de Trump: llevar la embajada a Jerusalén y, ¡oh! sorpresa, Paraguay lo secunda. ¿Racionalidad? Ninguna. Un heredero político del dictador Stroessner gobernará ese país; Nicaragua se incendia por la represión de una pareja de dictadores que llegaron al poder luchando contra un dictador. ¿De qué lado han estado toda su vida? El final de las certezas es la era que anuncia Innerarity, y con él llega el debilitamiento de las democracias como las hemos concebido. Erdogan, Putin, los Ortega y hasta Maduro convocan a elecciones que sabemos subvierten los principios democráticos basados en la libertad y respeto a la legalidad. Cada cual tiene su modalidad de partidos, alianzas o movimientos. Son muy diversas, pero las consecuencias son muy evidentes: la perpetuación en el poder.

La farsa de los simplones ya tiene una historia, Beppe Grillo que brincó de la comedia a la política italiana. Fabrizio Alvarado quien con un discurso religioso muy popular pudo haber ganado las elecciones en Costa Rica. Francia se libró de la señora Le Pen gracias a la segunda vuelta. De Gaulle se hubiera revolcado en su tumba si una xenófoba y racista hubiera llegado a gobernar la Quinta República. Pero estamos en la era del desconcierto y en ella gobierna no lo que proponemos sino lo que aborrecemos. Montados en las elecciones emocionales que son dominadas por el instante, los sentimientos se sobreponen a los cálculos o razonamientos. Brexit quedará en la historia como la absurda y costosa expresión de un sentimiento. ¿Es la política sentimental nuestro sino?

No a los partidos, no a los políticos, no a las estadísticas, no al periodismo de investigación, no a los expertos, no a los argumentos y razonamientos, no a los cálculos, no a las cifras. Si a la exaltación de las emociones, si a la improvisación, si a los simplismos, si a los bufones, si a los falsos, si a los tuits y memes, si a la superficialidad.

Nuestro paciente, la democracia liberal, está muy enferma.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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