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IMPORTANCIA DE LA FAMILIA PARA LA HUMANIDAD

¿Queda alguna esperanza para la humanidad en un mundo donde no se ama de verdad, donde impera la violencia, el egoísmo, el interés personal, la búsqueda del tener sobre el ser? Para realizarnos personal y socialmente, los seres humanos necesitamos tener relaciones personales gratificantes y relaciones sociales que nos garanticen satisfacer nuestras necesidades básicas. Hay un espacio donde estas relaciones formadoras de personas y de comunidad se dan en forma natural: la familia. En ella encontramos la relación conyugal que despierta el amor desinteresado que busca el bien del otro saliendo del egoísmo; la relación de paternidad y maternidad, las relaciones entre hermanos que enseñan de manera práctica y profunda el respeto, la protección, la seguridad, el sentido de pertenencia, la protección y cuidado del más débil y muchas más capacidades educativas que, dada su manera natural de formar en humanidad, sólo percibimos su importancia cuando faltan. Si la familia es formadora de personas, es entonces en ella donde está la solución a la situación de extravío antropológico que padece la sociedad.

Las relaciones de hombre consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios, han sido dañadas por el cambio de época que estamos viviendo, y necesitan restablecerse para que siga adelante el desarrollo armónico e integral de las diversas dimensiones de nuestra existencia. La familia es la cuna y la escuela donde se forja la estructura relacional de cada persona. Cuidando y protegiendo la institución familiar el mundo puede tener una respuesta a sus expectativas de humanización. Aun con los defectos e influencias negativas que han entrado a dañarla, no se ha inventado aún nada mejor para formar personas. Proteger la familia no es pues una opción de unos cuantos ultraderechas anquilosados en la tradición o una opción religiosa que deriva de un dogma doctrinal, todo lo contrario, es la única respuesta a la situación caótica de esta crisis cultural, que está rediseñando sus instituciones; es el grito que brota, no de la interpretación bíblica ni de la tradición histórica, sino de la perenne naturaleza humana cuyo proyecto trasciende las culturas (y que además es interpretada por una recta religión y una bien documentada historia).

La importancia de la institución familiar no sólo exige muchas acciones de protección, dados los peligros variados por los que atraviesa, sino que además positivamente es la clave para el rediseño del ser humano de esta nueva época. Por tanto hay que proveerla de lo que sea necesario para convertirla en la fuerza transformadora que la humanidad necesita. Al darle el apoyo desde las políticas públicas, la sociedad organizada, las instituciones públicas, privadas y religiosas, podrá reparar el tejido dañado y llenar las lagunas que se habían creado en esta crisis cultural.

Quien asuma la responsabilidad de formar una familia y continuar con la misión de formar personas en plenitud de humanidad, tienen que saberse apoyado por toda la sociedad en su conjunto. Quien quiera dirigir una comunidad nacional o local, debe declarar abiertamente su compromiso con esta institución, dejarse de ambigüedades y mucho menos declararse a favor de acciones destructivas de la familia, influenciado por agendas internacionales, tendencias de moda o ideologías destructivas que disfrazan de derechos intenciones maquiavélicas. Quien esté convencido de la necesidad de retomar el camino de la humanización, no debe atenerse irresponsablemente ni esperar pasivamente respuestas mesiánicas de quienes nos consideran inútiles e incapaces de colaborar en la formación de esta nueva humanidad. "A mi hijo lo educo yo". Las instituciones son subsidiarias de la misión de la familia. La trascendencia de la familia exige que este tema no sea opcional en las políticas públicas, ni se deje llevar por "modernismos" que en realidad son regresiones que deshumanizan.

Cada ser humano por el simple hecho de serlo, debe tender a su perfección, a su desarrollo, a su autoconstrucción; la familia es el espacio para este crecimiento por lo que dañarla o actuar contra su misma naturaleza, es detener el desarrollo de la humanidad (por eso son tan graves las ideologías, políticas públicas, situaciones y acciones de individuos o de grupos que directa o indirectamente perjudican a la familia: pobreza, movilidad, ideología de género, aborto, infidelidad, divorcio…). El hecho de que pocos encaminen su vida hacia la plenitud, y que más bien la mayoría se desvíe hacia otros proyectos deshumanizantes, nos está llevando a una involución. El problema es antropológico: individualismo, consumismo, liberalismo, hedonismo, etc., traen implícitas erróneas o parciales concepciones de lo que significa ser persona. Para descubrir esos errores hay que remontarse al proyecto original del ser humano y de la familia, para conocerse y realizarse según la verdad interior no sólo de su ser, sino también de su actuación histórica.

Desenmascarar falsos proyectos de hombre, es hoy más necesario que nunca, pues son muchos los que engañan u ofrecen falsas propuestas nacidas de la ignorancia, el egoísmo, la explotación o la manipulación; liberar a otros de estas esclavitudes es de las mejores contribuciones que se pueden hacer a la humanidad, pues está desatando las cadenas que le impiden crecer o incluso que lo pueden destruir. Cada persona tiene una profunda dignidad y la familia no es algo accidental, sino el lugar para su formación.

P.D. ¡Viva la familia!

  Por: Arturo Macías Pedroza

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