Hace algunos años, varios colegas investigadores de universidades locales que colaboramos con la asociación civil Biodesert, fuimos invitados por World Wildlife Fund (WWF, o Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza), a través de su oficina del programa que opera en el desierto Chihuahuense, para que realizáramos, con el liderazgo de dos biólogos, primero, un estudio técnico justificativo que soportara la declaratoria como espacio protegido de un pequeño humedal en el municipio de Julimes, Chihuahua, y después, su programa de manejo.
El sitio es un manantial del que brotan aguas termales que son aprovechadas por los dueños del predio, una familia de apellido Pando, en un balneario ubicado aguas abajo y después siguiendo la pendiente se destinaban al riego de sus cultivos. Lo destacado de este sitio, que en otro tiempo fue parte de una ciénega, es que era prácticamente un charco en el que sobrevivía un pez cuya longitud no pasaba de cinco centímetros, en agua termal que alcanzaba los 45oC, temperatura en la cual escasea el oxígeno y alimento.
Dicho pez, posteriormente identificado como cachorrito de Julimes (Cyprinodon julimes), era una especie endémica que había sobrevivido probablemente por varios cientos o miles de años (ya que las aguas termales que brotaban del suelo provenían de una sierra en cuyo subsuelo existían rocas que, según estimaron los geohidrólogos, podrían tener cuatro mil años enfriándose y aún les restaba tiempo similar). Pero ¿cómo es que había sobrevivido esta población de peces, por cierto ya diezmada por el manejo humano que se le había dado a ese manantial? ¿por qué había que someterla a un estatus legal de protección y asegurar su conservación?
Esta especie que forma parte de la ictiofauna o fauna acuática del desierto Chihuahuense, al igual que otros parientes existentes en Cuatrociéngas, Coahuila, desarrolló capacidades que le permitieron adaptarse y sobrevivir en condiciones de aislamiento, su organismo las soportó durante todos esos años. Las especies endémicas, aquellas que se convierten en únicas del lugar o de nuestro país, desarrollan genes que les permiten adaptarse a los cambios ambientales en que viven.
Y es esa información genética una de las características que contribuyen a darles una dimensión relevante, un valor singular que nos obliga a protegerlas y conservarlas. El cachorrito de Julimes, como otras especies endémicas que habitan en los diversos ecosistemas del planeta, tiene información genética que constituye un valor agregado que consideramos cuando algún sitio es declarado como área natural protegida, no solo son "un montón de plantitas y animalitos silvestres", como los definen quienes, en el nivel de cultura que tienen, desconocen esos valores que los vuelven singulares.
Entre otras, por las razones anteriormente expuestas que incluyen, desde luego, no solo a las especies endémicas ya que todas las especies del planeta contienen información genética que no solo es importante para los científicos sino para la población en general, como se observa en los usos económicos que se les han dado (alimenticios, medicinales, etc.), es que esta semana, como en años anteriores, la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), convoca a las instituciones de gobierno, comunidades académicas, organismos civiles y los propios ciudadanos, a realizar actividades de difusión sobre la riqueza biológica existente en el planeta, en virtud de que este 22 de mayo ha sido declarado internacionalmente como Día de la Diversidad Biológica.
El interés de la Conabio es que no pase desapercibido entre los mexicanos la importancia que tienen los recursos bióticos, particularmente porque nuestro país es uno de los más megadiversos del planeta, privilegio escasamente reconocido. Para este 2018, se promueve la octava semana dedicada a la difusión de la diversidad biológica y la campaña se ha centrado en el lema "Historias de éxito: acciones por la naturaleza", quizás porque a pesar de que México ha declarado una importante superficie terrestre y marítima como espacio protegido, arriba de 25 millones de hectáreas que representan el 13% del territorio nacional, son pocas las experiencias exitosas existentes y que, por tanto, deben difundirse.
Lo que sí es reconocido y preocupante son las continuas amenazas que sufre la biodiversidad por las actividades humanas como lo observamos en esta región, donde hemos declarado cerca del 7% de su territorio como espacio protegido, condición insuficiente para contenerlas si no le ponemos la debida atención y esta se expresa no solo en una declaratoria formal, sino en la asignación de presupuestos destinados proteger y conservar los ecosistemas y la biodiversidad que en ellos se alberga.
El Manantial El Pandeño, espacio protegido denominado así por el nombre del predio cuyos propietarios, la familia Pando, colaboraron sin menoscabo, es una experiencia exitosa que ha permitido conservar al cachorrito de Julimes, especie que es estudiada en universidades mexicanas y norteamericanas y cuya información genética proveerá no solo a la ciencia, sino a la sociedad, un aporte importante para la solución de problemas en el campo médico u otro.
Esta experiencia, en particular quienes administran fondos públicos que regatean a la conservación de la naturaleza y prefieren destinarlos a asuntos que en ocasiones son banales, además de ni siquiera considerarlos como temas de sus campañas como sucede en este y los anteriores procesos electorales, los laguneros debemos retomarla y preocuparnos por proteger los pocos ecosistemas naturales que nos quedan donde habitan varios centenares de especies de fauna y flora silvestre como los que encuentran en nuestras áreas naturales protegidas, y donde un porcentaje no despreciable son endémicas.
