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Fisuras en Occidente

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Uno de los saldos más evidentes del gobierno de Donald Trump son las fisuras en el bloque de Occidente. La Alianza Atlántica, vigente desde la Segunda Guerra Mundial y bajo la cual se reconfiguró y amplió el concepto geopolítico de Occidente, atraviesa por sus momentos más críticos. Bajo el liderazgo del republicano, Estados Unidos se ha agazapado en una política proteccionista y nacionalista para defender de forma exclusiva sus intereses, incluso en detrimento de sus propios aliados históricos. El mundo está frente a un cambio de paradigma. Pero contrario a lo que se cree, no se trata de un cambio repentino, sino que ha venido gestándose desde hace años; así como tampoco es nueva la crisis en ese entorno difuso que se conoce como Occidente.

Aunque el uso del término no se hizo frecuente, sino hasta el siglo XIX, desde una perspectiva eurocéntrica y muchas veces racista, para contraponer la llamada civilización occidental, más desarrollada tecnológicamente, frente al "atrasado" Oriente, las raíces de la noción de Occidente se hunden en el primer milenio antes de nuestra era. Es en el gran poema homérico La Ilíada en donde encontramos el germen de esta oposición entre dos mundos, en ese caso, la Hélade y la Tróade. Posteriormente Heródoto en sus Historias, antepone el mundo helénico o griego al Imperio Persa, heredero y unificador del Antiguo Oriente. Es aquí donde surge otro concepto que estaría muy ligado a la noción de Occidente: los bárbaros, aquellos pueblos "que balbucean", ajenos a la cultura y lengua griegas.

Fueron los romanos en tiempos de la expansión de la República los que dieron una nueva interpretación al término de bárbaros, incluso aplicándolo al propio mundo helenístico, representado por el Egipto ptolemáico y la Siria seléucida, principalmente. Más tarde, ya en la era imperial, la oposición se dio con los reinos de la Partia arsácida y la Persia sasánida. Hasta aquí, el peso del contraste y la diferencia recaía en aspectos sociales, políticos y culturales. Tras la propagación del cristianismo y su ascenso al poder en el orbe romano, y la conquista del Islam en el Mediterráneo, la confrontación adquirió un carácter más religioso. Se trataba de dos formas distintas de concebir el mundo, aunque su raíz espiritual fuera la misma, el judaísmo.

Para la época de las grandes expediciones marítimas, los siglos XV al XVII, Europa veía frente a sí a un imperio, el otomano, que representaba un desafío para su comercio con India y China. Rebasado por mar el bloqueo turco, el Imperio Británico, hegemón del mundo en el siglo XIX, encontró en la China del gran Qing a su enemigo oriental por excelencia. Con el sometimiento de India y la expoliación de la misma, la consecución de varias guerras y la imposición de reglas comerciales desventajosas para los chinos, los británicos lograron doblegar al imperio del Lejano Oriente. Pero la creciente rivalidad de las potencias imperialistas europeas que desembocó en las desastrosas guerras mundiales del siglo XX, desdibujó el concepto de Occidente.

Fueron los Estados Unidos de América los que dotaron al término de un nuevo significado. El ambicioso plan de reconstrucción y rescate de la Europa en ruinas llevó a la postre a un proyecto de gobernanza global liderado por la Unión Americana que encontró en la Alianza del Atlántico Norte su principal instrumento coercitivo y de defensa. Norteamérica y Europa Occidental, con la ayuda de Japón y Australia, se definieron como el "nuevo Occidente", con el capitalismo y la democracia liberal como valores fundamentales, frente al bloque comunista eurasiático, encabezado por la Unión Soviética y China. El choque se volvió ideológico.

La caída del Muro de Berlín y la cortina de hierro modificaron las perspectivas del victorioso Occidente. Algunos ideólogos liberales vieron en la derrota del imperio soviético el advenimiento del "fin de la Historia" en el que el liberalismo político y económico, impulsado por la Alianza Atlántica, se convertirían en norma mundial. En medio de esos aires el tercer milenio arrancó con un nuevo desafío: el extremismo islámico. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 inauguraron una era marcada por la llamada "guerra contra el terror" que ha tenido en Oriente Medio, principalmente, y Europa y Norteamérica, su principal escenario. Occidente cerró filas frente al islamismo radical.

Pero los errores de Estados Unidos en Irak y Afganistán no sólo han hecho más inseguro al orbe, sino que han golpeado duramente el prestigio de la potencia americana. Desde la era de George W. Bush se observaban ya visos de fisuras en la Alianza Atlántica, ya sea por las dudas de algunos gobiernos europeos respecto a las justificaciones de Washington para intervenir países, o por la desconfianza creciente entre las cúpulas militares y políticas conservadoras de Estados Unidos hacia la "vieja Europa". Barack Obama intentó fortalecer la relación con sus aliados estratégicos y para ello impulsó un tratado comercial con la Unión Europea y un acuerdo global climático sin precedentes, y reforzó la diplomacia en las principales capitales de Europa. Todo esto frente al crecimiento del poder económico, político y militar de Eurasia, principalmente de China y, en segundo término, de Rusia.

Donald Trump se ha empeñado en destruir todo el legado de Obama. Y en ello se ha llevado entre los pies a los antiguos aliados. Ha puesto en duda la viabilidad de la Alianza Atlántica bajo el modelo con el que había funcionado hasta ahora. Ha echado por la borda el tratado comercial con la Unión Europea. Ha roto el pacto por el clima. Se ha retirado del acuerdo nuclear con Irán, de vital importancia para la seguridad y desarrollo de Europa. Ha abierto una guerra comercial con sus socios de ese continente. Y ha desafiado al mundo entero al trasladar su embajada en Israel a Jerusalén y reconocer a esta milenaria ciudad como la capital del estado judío.

La frase que la canciller alemana Angela Merkel profirió durante la entrega del premio Carlomagno al presidente francés Emmanuel Macron en Aquisgrán, resume a la perfección el momento por el que atraviesa Occidente. "Europa ya no puede confiar en que Estados Unidos la proteja". Macron, asintiendo, respondió: "algunas potencias han decidido no cumplir su palabra". Las consecuencias de este distanciamiento ya se observan. Merkel ha dicho que Alemania, el país con más bases militares de Estados Unidos en su territorio, tendrá que incrementar su gasto de defensa, a la par que cada vez se oyen más voces que consideran que la Unión Europea debe formar su propia organización militar. Al margen, la misma Merkel desafió a Trump el fin de semana al refrendar su compromiso con el presidente ruso Vladímir Putin de construir un gasoducto desde Rusia hasta Alemania.

Pero la crisis en Occidente también se manifiesta en la misma Europa. La salida del Reino Unido de la Unión Europea, el crecimiento de partidos euroescépticos y del nacionalismo en estados fundadores, así como el incremento de regímenes antiliberales, ponen en jaque al proyecto europeo. Mientras tanto, China -potencia de régimen de partido único y, por tanto, antiliberal- continúa su marcha ascendente, desplegando sus recursos económicos y diplomáticos en toda Eurasia, África y América Latina para hacer realidad su proyecto de la Nueva Ruta de la Seda. En paralelo, el mundo está de nuevo metido en una carrera armamentista y Estados Unidos, de la mano de Trump, se dispone a convertir su antiguo liderazgo hegemónico en simple dominación sin hegemonía, en donde la amenaza de la fuerza es lo único que importa. De concretarse la fractura de Occidente ¿qué sigue?

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