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Ecos del Día de la Madre

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PADRES E HIJOS

Mañanitas, regalos, desayunos, comidas y cenas, además de halagos y una incontable lista de muestras de amor, cariño y ternura fueron parte del tradicional Día de la Madre que solemos celebrar para recordarle a la autora de nuestros días cuán importante es en nuestra vida, a partir de que ellas hicieron posible la nuestra al unirse a nuestro padre; sin embargo, es triste observar y constatar que en muchos casos, en muchas familias, sólo ese día se le rinde tributo y homenaje, cuando existen otros 364 días en el calendario que se quedan en el olvido cuando se trata de demostrarles esa relevancia que tienen en nuestro corazón.

Así de simple es la realidad en muchos hogares, pues con un costoso regalo se pretende compensar esa marginación y olvido que padecieron durante 364 días (o 363 si se les festejó en su cumpleaños, o 362 si se le obsequió algo en Navidad). O sea, en resumidas cuentas, poco más de 360 días fueron víctimas de nuestra indiferencia, así que lo primero que se nos ocurre es buscar ese regalo que podría hacernos sentir menos mal por haberlas descuidado el resto del año, aunque creo que nada de eso basta.

Quizá a algunos no les remuerda la conciencia el hecho de no haber frecuentado a sus madres cuando tuvieron tiempo para hacerlo, porque pensaron que su progenitora no les necesitaba, que estaba bien y que, por lo tanto, no precisaba de apoyo ni compañía, cuando la realidad es que estas mujeres siempre ansían ver a sus hijos aunque sea por un momento, sin importar que la visita sea de doctor (de entrada por salida, es decir, de unos cuantos minutos), pues lo verdaderamente importante es la intención de saber que la autora de sus días está bien en todos los aspectos.

Recordemos, estimado lector, que para una madre no hay nada más importante que saber que sus hijos se encuentran bien en todos los sentidos, y qué mejor pretexto que ir a visitarlas para que nos vean por un momento y constaten por sí mismas que sus vástagos están bien, y ya de paso aprovechamos la oportunidad para informarnos sobre su salud, su estado anímico, sus planes, sus preocupaciones, en fin, todo aquello que para ellas es relevante, pues finalmente una de sus motivaciones más relevantes para permanecer en este mundo es saber que sus hijos están bien en todos los aspectos.

En ocasiones me he preguntado qué pasa por la cabeza de muchos hijos e hijas cuando, durante días, semanas y hasta meses, dejan de ver, visitar o cuando menos realizarle una llamada telefónica a su madre. Me cuestiono también qué piensan o sienten en torno a si no extrañan a su progenitora, a quien los y las trajo a este mundo para ofrecerles lo mejor que tenía, al grado de quitarse el pan de la boca para ofrecérselos aunque ella se quedara con hambre. Aún no logro entender la naturaleza "humana" de esos vástagos que desamparan y olvidan a sus progenitoras.

Esa falta de sensibilidad para desentenderse de la autora de sus días es incomprensible, porque no tiene justificación el hecho de no acordarse de la madre durante tanto tiempo después de que ella no se separó de los hijos y las hijas cuando más la necesitaron, sobre todo en los tiempos de enfermedad y de adversidad, cuando las carencias económicas golpearon a la familia y ellas supieron afrontar esos momentos de adversidad con una tenacidad a prueba de todo con tal de defender a su sangre, por quienes darían la vida si fuera necesario.

¿Ingratitud? ¿Indiferencia? ¿Insensibilidad? Por supuesto que hay más palabras que podrían describir y abarcar cada caso en particular, pero el común denominador podría ser la falta de memoria (o la ausencia de progenitora, por no decirlo en términos más coloquiales), ya que no es posible que el argumento de muchos hijos es que el tiempo, con sus múltiples ocupaciones, no les permite darse un momento para acudir a visitar a su madre, cuando tiempo es precisamente lo que se desperdicia en otras actividades que no son del todo importantes, aunque esa relevancia se la damos para intentar evadir una responsabilidad y obligación moral que aún tenemos hacia la autora de nuestros días.

De cualquier manera, nunca es tarde para tratar de enmendar el camino y de buscar un mayor y frecuente acercamiento con nuestra madre, pues finalmente ellas tienen una extraordinaria capacidad para perdonar a sus hijos a pesar de que las releguemos en ocasiones hasta un segundo o tercer plano.

Hasta donde sea posible, intentemos ofrecerles algo más que un regalo. Se me ocurre que para ellas el mejor regalo que les podamos dar es nuestro tiempo, que es lo más valioso que tiene el ser humano, así que busquemos esos momentos que podamos dedicarles, más que de cantidad, de calidad, para que en verdad sientan que sus vástagos se acuerdan de ellas y que son importantes en sus vidas y que valió la pena haberlos traído a este mundo y cuidarlos hasta donde sus fuerzas se los permitieron.

¿Sería mucho pedir?

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