Hace 12 años, México llegó a la cita con las urnas sumido en una profunda polarización social y política. Bajo un gobierno panista, el primero de alternancia en siete décadas, los principales contendientes eran Andrés Manuel López Obrador, en una alianza izquierdista encabezada por el PRD, y Felipe Calderón Hinojosa, abanderado del conservador PAN. El PRI, aliado con el Verde, postuló a Roberto Madrazo Pintado, quien desde muy temprano en las campañas se rezagó al tercer lugar de las preferencias electorales. Al final, el encontronazo fue de lleno entre los aspirantes de los extremos del espectro político electoral y el resultado, apretado como nunca antes y altamente cuestionado. Calderón llegó al poder con una merma de legitimidad y en medio de una fuerte polarización.
El escenario hoy es parecido, pero con diferencias insoslayables. El candidato de la izquierda es el mismo, López Obrador, aunque ahora se lanza por la silla del águila, por tercera vez, a la cabeza de una coalición liderada por un partido nuevo, Morena, su partido en toda la extensión, y conformada también por el aliado natural del lopezobradorismo, el PT, y otro partido de reciente creación, el PES, de corte conservador, hecho que contrasta con la línea de los otros coligados.
El candidato de la derecha es un joven de meteórica carrera política que para alcanzar la candidatura tuvo que superar la oposición del grupo cercano al expresidente Calderón, que ahora se ha divido en su apoyo hacia el candidato oficialista o bien hacia la candidata independiente, Margarita Zavala, expanista y exprimera dama. En el Frente que impulsa a Anaya van dos partidos más cargados a la izquierda: el PRD y Movimiento Ciudadano, que hace 12 y 6 años respaldaban a López Obrador, aunque el segundo con cambio de nombre.
Al igual que en 2006, el candidato de la alianza encabezada por el PRI se encuentra en la tercera posición de las preferencias electorales, con la diferencia de que en aquel entonces el Revolucionario Institucional no estaba en el gobierno federal. José Antonio Meade, un funcionario de gabinete sin militancia tricolor, contrasta con el perfil de Madrazo, un priista de cepa, pero el resultado hasta hoy es muy parecido y con la misma alianza con el Verde Ecologista, a la que ahora se ha sumado Nueva Alianza. Es claro hoy, como hace 12 años, que la contienda es entre dos, con un tercero en discordia que aspira a convertirse en fiel de la balanza.
Es en este contexto que la polarización ha vuelto a surgir, y a estas alturas el leitmotiv de la campaña es nuevamente hacer lo posible porque Andrés Manuel López Obrador llegue o no llegue a ocupar la presidencia de la República. Así, estamos volviendo a ver las comparaciones del candidato izquierdista con figuras como Hugo Chávez y Nicolás Maduro y las advertencias sobre el supuesto peligro que representaría que el tabasqueño llegara a la máxima magistratura del estado. Este discurso es impulsado principalmente, como hace 12 años, por los panistas y en menor media por los priistas. En contraparte, López Obrador ha vuelto a abrir sus viejos frentes, en los que las menciones a la “mafia del poder” del llamado “PRIAN”, y los ataques a un sector de la Iniciativa Privada nacional -que abarca a empresas con fuerte arraigo en La Laguna-, son la constante.
Está claro que, una vez afianzados los dos punteros de la contienda, la estrategia de Anaya será tratar de aglutinar ese llamado “voto útil del miedo” necesario para conjurar el “riesgo” del lopezobradorismo, mientras que Andrés Manuel buscará consolidar su perfil como único político capaz de representar el llamado “voto útil del hartazgo” para sacar nuevamente al PRI de Los Pinos y evitar el regreso del PAN. En esta dicotomía, el peligro que se cierne sobre la sociedad mexicana es alto si las cabezas de ambos movimientos no asumen la responsabilidad de actuar con mesura y prudencia. De López Obrador y Anaya, de sus equipos cercanos y estrategias, dependerá qué tan honda será la polarización en esta ocasión.
