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Estados Unidos de Trump

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Hace 15 años, en épocas de George W. Bush, el sociólogo Michael Mann pronosticaba en su libro Un imperio incoherente el futuro a mediano plazo de Estados Unidos: "el imperio estadounidense se convertirá en un gigante militar, un agente económico de segunda fila, un esquizofrénico político y un fantasma ideológico. El resultado es un monstruo deforme y perturbado que se tambalea torpemente por el mundo". Hoy, con Donald Trump en la silla, ¿qué tanto ese futuro ya es presente?

Estados Unidos de América sigue siendo la primera potencia militar del mundo. Cuenta con el ejército mejor armado del planeta, el gasto de defensa más oneroso y la mayor cantidad de bases militares fuera de su territorio continental, incluso más de las que llegó a tener el Imperio Británico en su apogeo a fines del siglo XIX y principios del XX. Su armamento nuclear sólo es desafiado por el que posee Rusia. Sin embargo, la efectividad de ese inmenso aparato militar ha ido a pique desde la Guerra de Irak de 2003, en donde a pesar de haber logrado derrocar al régimen de Saddam Hussein -antiguo aliado de Washington-, la invasión se convirtió a la postre en un desastre que generó el caldo de cultivo para el surgimiento de grupos radicales como el Estado Islámico. Algo parecido ha ocurrido en Afganistán, Libia y Siria, en donde el objetivo de instalar gobiernos estables y afines a Occidente ha fracasado rotundamente.

En paralelo, Rusia y China han acortado la distancia respecto a Estados Unidos en cuanto a capacidad militar se refiere. Aunque sus presupuestos de defensa son considerablemente menores al de la potencia americana, se debe tomar en cuenta que ni Moscú ni Pekín tienen que mantener el inmenso número de bases de ultramar que posee Washington y que consume alrededor de la mitad de sus gastos militares totales. El recorte de distancia también abarca el desarrollo tecnológico, en donde tanto rusos como chinos han concentrado su apuesta para equilibrar el fuerte despliegue norteamericano en Eurasia. Con todo, Estados Unidos mantiene, como pronosticaba Mann, su condición de gigante militar.

En el plano económico, Estados Unidos no es todavía un agente de segunda fila, como preveía el sociólogo británico. No obstante, la Unión Americana tiene hoy, como nunca, un serio rival: China. Si medimos el Producto Interno Bruto en valores nominales, la economía estadounidense sigue siendo la más grande del mundo. Pero la relación con la economía de su más cercano competidor ha encendido las alarmas en Washington.

En la época de auge de la URSS, potencia antagónica de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX, el PIB soviético llegó a representar tan sólo el 40 por ciento del norteamericano. Hoy, el PIB nominal chino representa casi el 70 por ciento del estadounidense y mantiene un nivel de crecimiento tres veces mayor. Sin embargo, si medimos el PIB en valores de paridad de poder adquisitivo, China posee desde 2014 la economía más grande del mundo. A esto hay que agregar el fuerte déficit comercial que mantiene Estados Unidos con respecto a China y la dependencia que guarda Washington con Pekín en el financiamiento de su enorme deuda a través de los bonos del tesoro. Es en este contexto que debe entenderse la obsesión de Trump con la "competencia desleal" china y la guerra comercial que ha emprendido.

Con Trump, como nunca antes, la potencia americana está dando signos de esa esquizofrenia política que anunciaba Michael Mann. Repasemos escenarios. El presidente estadounidense ha replegado a su país de asuntos de primer orden como el combate al cambio climático y la defensa del libre comercio internacional, cuando en años anteriores fue el referente en ambos aspectos. Con su volubilidad, estridencia y actitud pendenciera, Trump ha dañado la relación histórica que Estados Unidos mantenía con sus aliados y socios importantes, Europa y Japón principalmente. La diplomacia norteamericana se encuentra en un nivel tan desastroso que ha hecho prácticamente impredecible cualquier posición.

La contradicción es el sello. Mientras sus asesores y colaboradores cercanos dicen una cosa, Trump dice o hace otra. Esto ha obligado a varios gobiernos a mantener una postura más independiente respecto a Washington o, incluso, en algunos casos, buscar cobijo bajo el manto de otras potencias, como China y Rusia, las cuales han desplegado ambiciosos programas de fortalecimiento de sus posiciones geopolíticas proyectando mayor estabilidad y poder. Con esta óptica hay que leer el acercamiento que Turquía, tercera potencia militar de la OTAN, está teniendo con Moscú; la alianza de facto entre Rusia, Irán y China; el avance de gobiernos y partidos pro Putin en Europa, y la creciente influencia diplomática china en Asia, Europa, África subsahariana y Sudamérica.

En todos lados hay signos claros de la ineficiencia de Estados Unidos en su labor de policía del sistema mundial y guardián de la democracia liberal. Venezuela, en donde Maduro se mantiene en el poder a pesar de todo. Ucrania, en donde Rusia se ha anexionado Crimea y ha fortalecido posiciones en el este del país exsoviético. Siria, en donde los bombardeos de la coalición parecen más patadas de ahogado que golpes estratégicos al régimen de Al Assad, sostenido por Putin. Y el más reciente, Corea del Norte, cuyo régimen, luego de previa consulta y aval de su gran aliada, China, ensaya un acercamiento histórico con Corea del Sur, prescindiendo de la mediación de Washington.

Todo lo anterior, aunado a la renuncia de Estados Unidos en la promoción del libre comercio internacional y el repliegue político en la defensa de los llamados valores tradicionales de Occidente, golpeados todos los días con la retórica trumpiana xenófoba e intolerante hacia la crítica, han convertido a la superpotencia en ese fantasma ideológico del que hablaba Mann y la han puesto en el peligroso camino de transformarse en un tambaleante monstruo deforme y perturbado. A pesar de esto, Estados Unidos sigue siendo un actor no sólo imprescindible sino determinante en el concierto internacional. La pregunta es ¿con Trump, hasta cuándo lo seguirá siendo? La respuesta, sospecho, la tienen Europa y China.

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