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Diálogo

YAMIL DARWICH

Le invito a que en éstos días de recordar la muerte de Jesús, repasemos algunas particularidades de aquellos tiempos, especialmente dónde el Redentor nació y creció.

Jesús vivió en el medio rural, que estaba dominado por dos ciudades: Séforis y Tiberíades, ésta última construida como halago a los romanos dominantes; ambas contaban con una población aproximada de 8000 y 12000 habitantes respectivamente y habían sido construidas por Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, siendo habitadas por nobles, sacerdotes, militares, cobradores de impuestos, comerciantes y sólo algunos campesinos que se habían enriquecido por tener tierras propias.

La desigualdad entre la población era enorme: los ricos citadinos vivían en la opulencia, con casas bien construidas a base de piedra y barro, de techados sólidos de terraplén, estando comunicadas con calzadas de pisos pavimentados, algunas muy amplias, todas bien niveladas y luciendo diferentes monumentos dedicados a dioses o a festejar el poderío del César. Baste escribir que, a la entrada del templo judío, sobre un gran portal se instaló una enorme esfinge del Águila Real, emblema del César y el Imperio Romano; los judíos debían humillarse, pasando debajo de ella, al dirigirse al interior para escuchar las lecturas del Libro Sagrado, oraciones, o los sermones de los sacerdotes.

Galilea -dividida en alta, conteniendo a las montañas y baja, los valles que terminaban en el Lago Tiberíades, que eran tierras fértiles y ricas- con todo el esfuerzo de sus campesinos no alcanzaban a cubrir las grandes necesidades de sus familias, debido a las pesadas cargas que a los pobres les representaban los impuestos que debían cubrir doblemente: al César y a los judíos en el poder.

Los campesinos y pescadores tenían que trabajar de sol a sol, sin descanso, para ganarse un salario que les era pagado en monedas de cobre; las de oro llamadas -mammones- eran para ser atesoradas por los ricos a la espera de tiempos difíciles; las de plata, se utilizaban para el pago de impuestos a los representantes de César Augusto, que acudían puntualmente a cobrarlos, sin aceptar excusas o explicaciones.

Sin existir una clase media numerosa, la polaridad entre pobres y ricos se manifestaba dolorosa e injusta y los desprotegidos debían cubrir necesidades y placeres de los poderosos, hasta costear la construcción -más impuestos- de sus ciudades con sus ornamentos.

Los pobres vivían en casas hechas de barro, con techos de ramas mezcladas con lodo y aprovechando cuevas como habitaciones interiores. Según Karen Armstrong -"La historia de Dios"-, así era la casa de María, mamá de Jesús.

Quienes tenían tierras, debían trabajarlas y explotarlas al extremo, llegando a la necesidad de sembrar en terrenos pedregosos para pagar sus impuestos y no perder sus propiedades, aunque con el paso del tiempo y por el abuso de las cargas impositivas iban endeudándose, hasta terminar -en no pocos casos- como jornaleros o esclavos y las mujeres, al servicio de los ricos en sus palacetes o como prostitutas.

El trigo, el aceite de olivo y frutas eran para pagar impuestos en especie o ser consumidos por las clases privilegiadas; a los pobres les correspondía la harina de cebada y quizás algunos vegetales, raramente un trozo de carne de ave o peces.

Pagar tributo al César, que era el poder invasor-tributus soli-, el impuesto individual asignado a cada adulto de los territorios del Imperio - tributus capitis- y el pago del diezmo a los sacerdotes del templo, eran cargas excesivas.

Además, los campesinos pobres -sin tierras propias- debían de entregar el cincuenta por ciento de sus cosechas para los rentistas, bienes que eran exigidos por los representantes de las autoridades judías.

Por si fuera poco, también debían preservar el grano necesario para utilizarlo como semilla en la siguiente siembra y lo poco que les quedaba era para alimentar a sus familias.

Como usted lee, la extrema pobreza, sumada al trabajo excesivo, dejaban en situaciones injustamente desesperadas a los pobres -los Telonai- quienes tributaban con enfermedades y vidas su condición de abusados.

Eso lo conoció Jesús, por ser uno de los pobres de Nazaret, realidad a la que se rebeló, atacando y criticando constantemente a los poseedores del poder; además, aprovechando su alto dominio del conocimiento de las escrituras, les echaba en cara su pobreza de espíritu.

Por todo ello, era muy entendible la inconveniencia de su existencia y prédica, siendo tentado en diferentes ocasiones y de diferentes maneras para que cediera en sus discursos subversivos, intentando hacerle caer en el error para desprestigiar su postura.

Así que, agotadas todas las posibilidades, los fariseos y saduceos empezaron a planear su muerte hasta lograr, con tretas legaloides, que se le ejecutara, ante la indiferencia de las autoridades impuestas desde Roma.

La pregunta queda en el aire: ¿hemos cambiado en dos mil años desde el nacimiento de Cristo?

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