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Autogol comercial

ANTONIO ROSAS-LANDA

La administración Trump impuso aranceles del 25 y 10% a las importaciones de acero y aluminio, respectivamente. La buena noticia, México y Canadá no pagarán las nuevas tarifas. La mala, el riesgo de una guerra comercial y de un empeoramiento de la economía mundial es latente.

Primero, entendamos que los aranceles se imponen para proteger industrias. La idea es encarecer importaciones de modo que los productores domésticos gocen de ventajas en el mercado.

Pero la triste realidad es otra. Al encarecer las importaciones baratas los precios de los productos aumentan para el consumidor final. Es decir, si el metal con el que se fabricó una lavadora es nacional o extranjero no importa a quien la adquiere. Pero sí es relevante que sea más costosa por el encarecimiento de los insumos.

Y como el acero y aluminio están presentes en todas las cadenas productivas y manufacturas, el mundo puede esperar que los costos en la construcción, autos, camiones, electrodomésticos, herramientas, etcétera, sea mayor.

Por otro lado, una nación sí debe preocuparse por contar con condiciones justas de competencia. No sólo es vital comprar barato, sino que los productores domésticos se lleven una rebanada del pastel, pues de eso depende la creación de empleo y riqueza, así como las contribuciones fiscales que derivan de ambas.

Durante años los países asiáticos, predominantemente China, han ocasionado que el precio del acero baje saturando el mercado con producción barata y abundante. Entre otros factores, el costo de mano de obra ha contribuido a establecer condiciones no amigables. Por ejemplo: un trabajador del acero gana menos de 4 mil dólares anuales en China, mientras que el estadounidense percibe 60 mil. Pero, ¡sorpresa!, China sólo vende 3% del acero que Estados Unidos importa. En realidad, los grandes perdedores con los aranceles son Brasil, Corea del Sur, Rusia, Japón y Alemania que en conjunto aportan el 35% de las compras del metal. Es decir, el señor Trump va en clara andanada proteccionista sacrificando a países "amigos".

Será interesante ver cómo Alemania empujará a la Unión Europea para hacer frente a los aranceles. Y qué medidas tomarán los emergentes Corea del Sur y China, o el envejeciente Japón para responder a Estados Unidos. De imponer aranceles compensatorios a las exportaciones estadounidense la amenaza de una guerra comercial avanzará. Para entender lo que nos deparara, la historia aporta un caso comparativo. En 2002 el presidente George W Bush impuso aranceles del 30% a las importaciones de acero. 21 meses después, y luego de litigios en la Organización Mundial de Comercio con la Unión Europea, Estados Unidos se echó para atrás.

Seguramente los productores de acero estadounidense gozaron de una bonanza efímera, pero el balance fue negativo. Un reporte de la Fundación CITAC concluyó que los aranceles al acero causaron la pérdida de 200 mil empleos en el país -más desempleados que el total de trabajadores acereros que había entonces, 197 mil.

Trump puede negociar condiciones comerciales más favorables para Estados Unidos cuando, en efecto, haya prácticas desleales. Condicionar el acceso al mercado más grande del mundo sí es válido cuando se tienen argumentos.

El problema es que en éste como en otros temas, nadie sabe si Trump entiende lo que está haciendo. Pelear con rivales estratégicos como China es entendible, pero perjudicar a aliados como Alemania, Japón y Corea del Sur sólo tiene sentido en Trumpilandia.

La gambeta comercial puede terminar en autogol para la economía estadounidense, pues el delantero Trump está hambriento por anotar, pero aún no entiende que sus avances son, también, en contra de su propia portería.

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Escrito en: Antonio Rosas-Landa

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