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El pecado de no pensar igual

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

En su lucha por el poder, los partidos y sus candidatos van cultivando ciertas condiciones peligrosas para una nación como la nuestra, en la que no hemos sido educados para una vida auténticamente democrática. El odio que se siembra hacia quienes opinan diferente no es un asunto menor en un país en el que crece, imparable, la violencia.

Es muy preocupante que el debate entre las fuerzas políticas en contienda esté plagado de denostaciones e insultos y que dominen las descalificaciones y las acusaciones que, para colmo, sólo son lanzadas para impactar de manera mediática, porque muy rara vez esos señalamientos se acompañan de denuncias penales debidamente fundamentadas. Se calumnia con absoluta impunidad y de manera sistemática, como si ese fuera el único modo de ganar una elección.

Sin que medie necesidad alguna por las evidencias de lo que se acusa, seguidores y detractores usan a conveniencia las acusaciones lanzadas por los partidos, mismos que no batallan para encontrar medios de comunicación afines o a la venta para difundir sus infundios. Entre el público consumidor de esa información, la experiencia se va tornando cada vez más pasional, reduciendo el espacio para la razón y para la reflexión.

La violencia verbal inunda la comunicación, trastoca la convivencia y destruye las relaciones. Seguidores de uno y otro partido o candidato se ofenden y reaccionan de manera virulenta ante la más mínima provocación. Están absolutamente convencidos de sus posturas; no dejan lugar alguno para la duda, y eso siempre es peligroso.

A los seguidores se les convence que no hay posibilidades para la derrota, se les hace creer que las encuestas son una verdad apodíctica, y que nada más la trampa y el fraude pueden impedir el triunfo de su candidato predilecto. Es el último ingrediente de un caldo de cultivo cuyo producto es la ingobernabilidad del país. Sea quien sea el victorioso en las urnas, será odiado y repudiado por la mayoría. Nadie gana con eso, pero a los estrategas políticos no les importa, lo único realmente valioso es ganar, a costa de lo que sea.

Tras el período de precampañas es poco lo que queda en materia de propuestas. En contraste, las voces de los partidos nos proveyeron de mayores motivos para odiar al prójimo; para desear su desaparición por el terrible e imperdonable pecado de no pensar igual.

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