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Nervios ante el error

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Postular un mal candidato a costa de cuadros y militantes de un partido hundido en el desprestigio, no es la mejor receta para competir en una elección, menos aún para ganarla.

Si a esa fórmula se agregan pleitos y tirones en el equipo destinado a impulsar al abanderado con lastre y sin arrastre, la situación torna aún más difícil. Y si, de extra, el candidato le hace el fuchi al partido postulante y adoptivo porque corre sangre azul por su corazón y venas... no es aventurado vaticinar que ese figurante, quizá, no salga del sótano político donde se encuentra, el cual semeja un calabozo.

En menudo lío se han metido los retoños de Atlacomulco y los nuevos profetas del neoliberalismo al lanzar a un simpatizante que nomás no acaba de decidirse, ni de caer bien dentro ni fuera del partido.

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Garantizar, a través de un administrador, la reelección disfrazada de un grupo selecto y excluyente; el continuismo de un proyecto económico, socialmente desequilibrado e infectado por la corrupción; y garantizar la impunidad a prueba de cualquier tipo de indagatoria o citatorio exige un ejercicio de enorme coordinación, destreza, inteligencia y disciplina política o, bien, el diseño de una operación destinada a alterar el proceso electoral e incidir en el resultado. Preocupa más eso que los rusos.

Colmar una ambición del tamaño de la pretendida por ese grupo no necesariamente se resuelve con postular a un simpatizante impoluto o un cómplice pasivo. Menos todavía si el personaje presume con orgullo carecer de militancia política y, por lo mismo, de estómago para conciliar y acordar con aquellos a quienes les pide hacerlo suyo, sin querer ser él de ellos. Difícil pintar la raya sin alejarse.

Un administrador fascinado por la tarea de aplicar lo ya decidido y hacer lo de siempre no es precisamente un imán, ni atrae multitudes. El rito político derivó en mito electoral. La liturgia no dio lugar a la consagración.

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La precampaña no concluye mañana, pero sí el siguiente domingo y de muy difícil solución se ve el problemón creado por los muchachos tradicionalistas y los modernistas. Sobre todo, cuando su arte estriba en postergar problemas, no en resolverlos.

Unos y otros no experimentaron en lo ocurrido durante las últimas décadas. No se puede cabalgar hacia la virtuosa modernidad cargando costales de vicios, amparados en la tradición o la cultura. No se pueden romper paradigmas haciendo lo mismo. No se puede abrir la economía sin cerrar la corrupción, fortalecer el Estado de derecho defendiendo privilegios o haciendo de la impunidad el sello del delito, ni combatir el crimen asociándose con él.

Meter en una licuadora a Carlos Hank y Carlos Salinas no arroja un brebaje mágico ni un nuevo prototipo de político, sólo alimenta la contradictoria ilusión de avanzar rápido sin apretar el paso o de tentar la modernidad sin soltar el pasado.

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Si, al principio del sexenio, los muchachos de Atlacomulco y los jóvenes financieros hicieron gala de osadía y arrojo al punto de sentar a las oposiciones para pactar por México, al final -en realidad, apenas concluido el primer bienio- los pasmó el miedo y titubeo al traducir en política el proyecto, al intentar pegar el salto de la administración al gobierno, al ver con buenos ojos casas distintas a Los Pinos, al dudar qué hacer con los derechos humanos y no poder garantizar la seguridad. Les ganó la inseguridad, propia y ajena.

El pacto cupular que, primero, hizo fortaleza de la debilidad y los rescató a sí mismos y a las dirigencias opositoras en apuros, terminó por arrojar, después, tres fuerzas fracturadas sin identidad, unas reformas disparejas y una administración sin posibilidad.

El entusiasmo modernizador de los jóvenes de Atlacomulco y los muchachos economistas sucumbió ante la práctica de viejos vicios, las célebres tradiciones del priismo.

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Curioso en todo esto, el abanderado. No deja en claro si sólo quiere figurar como candidato o serlo en serio. No se le ve carácter ni enjundia.

Semana a semana, modifica su postura. Desea paz, felicidad y armonía a los mexicanos, pidiéndoles practicar permanente y no sólo temporalmente esos propósitos y, luego, él mismo los olvida. Ansía convertir al país en una potencia, pero sin mucho mover resortes. Descalifica las propuestas de adversarios y aliados, sin formular la suya. Insulta a sus contrincantes, pero luego los halaga. Rechaza la confrontación, pero habilita a un garrotero como su contravoz. Acusa de torturador a un gobernador, pero él ni nadie de los dirigentes del partido o la campaña visita al supuesto torturado. Lanza iniciativas, sin concretar las anteriores. Y come, abraza y saluda a sus antiguos competidores internos cuantas veces sea necesario, pero sin acordar nada con ellos y tolera el fuego amigo.

Se encartó en la contienda, sin estar resuelto a participar en ella. Difícil determinar si quiere o no. A saber, si puede.

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Sin alinear las acciones del candidato, el partido, el gobierno y la campaña al tiempo de realizar ajustes fuertes, en extremo complicado diseñar y practicar una estrategia. Y, algo peor, cada día, a los retoños y los financieros les surge algún problema donde ellos o algunos de los suyos aparecen involucrados hasta el cuello o se salen del clóset esqueletos.

¿Qué irán a hacer? ¿Decidirá ser candidato y tomar las riendas el simpatizante? ¿Lo dejarán hacerlo? ¿Estarán pensando qué operación llevar a cabo de conjunto? No hay mucho a dónde hacerse... y el tiempo apremia. La precampaña está por concluir.

 EL SOCAVÓN GERARDO RUIZ

Experto en telecomunicaciones, el secretario quisiera dominar también la telepatía y recibir señales sobre su más próximo destino. Qué nervio.

Vaya lío el de los muchachos de Atlacomulco y los jóvenes financieros, el simpatizante no acaba de prender y el desprestigio hunde al partido.

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