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Trump, un año de caos

NUESTRO CONCEPTO

Donald Trump cumplió un año al frente de la primera potencia mundial en medio del cierre de gobierno motivado por la falta de acuerdos en el Congreso para construir un presupuesto. Los puntos que atoraron la discusión -muro fronterizo y programa DACA- tienen que ver con la migración, obsesión del discurso del presidente de Estados Unidos desde su campaña. El hecho simboliza de manera elocuente el común denominador de los primeros 12 meses del magnate republicano en la Casa Blanca: incertidumbre, xenofobia, pérdida de liderazgo, golpes de timón y caos político y discursivo con un nuevo sello, las redes sociales como principal herramienta de comunicación.

El primer saldo -y el más grave- es sin duda la pérdida de liderazgo de Estados Unidos en el mundo, que se ha dado como consecuencia de polémicas decisiones como el abandono o revisión dura de tratados comerciales; el retiro del acuerdo climático de París; el repunte de la generación de energía no renovable y el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, entre otros. Se suma la constante agresión verbal contra algunos países, entre ellos México; el duelo de amenazas, buena parte de ellas absurdas, con regímenes como Norcorea e Irán; el doble discurso con potencias como China y Rusia, y la ambigüedad en la relación con la Unión Europea, aliada histórica e incondicional de Estados Unidos. La otrora prestigiada diplomacia estadounidense ha sido dejada por los suelos, mientras se afianza en el mundo la imagen de una hegemonía en declive y sin proyecto claro de gobernanza mundial.

La relación con sus vecinos y principales socios comerciales también se ha deteriorado. México y Canadá no saben qué esperar del gobierno de Trump, y mientras el desentendimiento o descuido de Washington avanzan respecto a lo que ocurre en América Latina -antes uno de los principales intereses geopolíticos de Estados Unidos-, otras potencias, como China y Rusia, aumentan su presencia e influencia a través de un creciente poder blando, promesas de inversión y acuerdos de cooperación militar. Cada vez son más los analistas internacionales que observan que Donald Trump está aislando a su país con su errática política exterior, misma que ha sido recientemente redireccionada para incorporar de nuevo una retórica beligerante entre potencias propia de la última etapa de la Guerra Fría.

En el interior de la Unión Americana, lo que sobresale es la obsesión del neoyorkino por acabar con el legado de su antecesor Barack Obama, principalmente en lo que toca a la seguridad social, la estructura de apoyo a comunidades con menos posibilidades y la política migratoria. La insistencia de Trump de romper con el “obamismo” ha desatado varias tormentas políticas y sociales y ha propiciado un incremento de la división interna. Sobre este último aspecto resulta preocupante la reaparición cada vez más estridente de voces racistas y misóginas que, amparadas bajo el discurso de Trump, censuran el avance en materia de igualdad y equidad en Estados Unidos. A lo anterior se suma el desprestigio de la investidura presidencial por los disparates y contradicciones del mandatario, quien -por cierto- no ha logrado desmarcar a su gobierno de la posible injerencia rusa en la elección de 2016.

Tal vez en lo único que ha encontrado un respiro el gobierno de Trump es en el ámbito económico, un tema de suma relevancia. La aprobación de la reforma fiscal que contempla la mayor baja de impuestos a empresas y ricos en la historia reciente del país es sin duda el principal éxito del magnate. Como era de esperarse, los buenos números que reporta la economía estadounidense para el cierre de 2017 y principios de 2018 son vinculados por el discurso oficial a la política económica y fiscal emprendida por el presidente republicano. No obstante, algunos analistas advierten que no se puede descartar que las cifras positivas se deban más a la inercia de las medidas aplicadas por Obama que a las presumidas por Trump, ya que éstas apenas están entrando en vigor.

El balance hasta hoy es marcadamente negativo, no sólo para Estados Unidos, sino también para sus aliados y el mundo en general. En la medida en que la incertidumbre crezca en el seno de la primera potencia mundial, los riesgos de conflicto interno y externo también lo harán, y eso no puede ser positivo para nadie.

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