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100 años del Versalles

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CARLOS CASTAÑÓN CUADROS

2017 fue motivo de varios centenarios. La Constitución mexicana. El centenario de la revolución rusa... En lo local, celebramos a la gloriosa escuela Alfonso Rodríguez, bien referida en la páginas del Siglo, por el historiador Roberto Martínez. Pero, antes de que termine el año, no podemos dejar de celebrar también, el centenario del Salón Versalles. El Versalles, como lo conocen los parroquianos, es una de las cantinas más tradicionales de la ciudad. Ahí se respira tradición.

Ubicada en el distrito Colón, esquina de Degollado y avenida Allende, es una cantina discreta, y sobre todo, baluarte de la vieja guardia. Tanto así, que todavía permanecen las mesas de amigos que semanalmente se reúnen a ese precioso arte de la conversación. Mejor aún, acompañado de buenas cervezas de barril, y uno que otro destilado. Lejos de ser un ruidoso lugar, como se acostumbra en los lugares de moda, el Versalles siempre ofrece la ocasión para el descanso. Hacemos una pausa ante el trajín cotidiano, nos refrescamos con un cerveza a punto de congelación. El detalle parece nimio, pero no lo es para una ciudad con despiadados solazos y calorones. Hace no mucho, una encuesta nacional, ubicó al estado de Coahuila en segundo lugar nacional de consumo de alcohol. Ustedes comprenderán…

Al igual que hace cien años, la cantina se convierte en refugio. No será casualidad también, que el Versalles, conserve un ambiente claroscuro ante el inclemente sol. Detrás de sus gruesos muros de adobe y ladrillo, la cantina conserva el estilo tradicional de la primera arquitectura que se levantó en Torreón a imagen y semejanza de un pueblo ferrocarrilero del viejo oeste.

A lo largo de cien años, la cantina tuvo varios propietarios que tuvieron a bien, cuidar la tradición. Sabemos que la cantina inició en 1917, gracias a la referencia que solía repetir uno de los propietarios más particulares: don Bernabé Torres Venegas. De joven, Bernabé solía recurrir al Versalles, y en una oportunidad de oro, tras la conversación con el propio dueño, un señor de apellido Ulloa, logró comprar la cantina en 1945. Desde entonces Bernabé hizo del Versalles su segunda casa. Diariamente ofrecía rica botana a sus clientes. Eran mejores tiempos, así que ofrecía, no pequeñas entradas, sino auténticas comidas. Mole poblano y mole verde, chicharrón de pella, el infaltable caldo de camarón, consomé de gallina, fabada, paella, tacos y tripitas. Ahora, al menú se agrega la infalible carne asada, enchiladas, y un delicioso chamorro que sirven los viernes. Corran por uno.

En esos años se servía la cerveza Cruz Blanca (ya desaparecida), que tenía una fábrica en Lerdo. También la XX de barril y otras de la insignia Moctezuma. Nada había de modelo y especial…

Agitando la clásica coctelera de acero, Bernabé preparaba una bebida legendaria entre los parroquianos de antaño, su propia versión de Gin Fizz. "Vuelve a la vida", a decir de Benjamín Aboytes, quien durante cuatro décadas fue cantinero en el Versalles y me confió como un tesoro, varias historias. Maravillados, los clientes esperaban pacientes su ginebra. Pero sin duda, salta a la vista el carácter de Berna, quien con facilidad alzaba la voz para lanzar sapos y culebras. Cuando las cosas no le parecían, llegaba a correr a los clientes a fuerza de tremendas palabrotas que omitimos para salvaguardar la "buenas costumbres". Pese a lo mal hablado, Bernabé fue muy apreciado por los parroquianos, quienes han hecho del Versalles, "comunión entre amigos". A lo largo del siglo, la cantina mantiene un tono discreto, como quería don Berna, que en aquellos tiempos, solía cerrar a las 8 de la noche para mantener el bueno orden del sector residencial.

Hacia finales de los años 80 y principios de los 90, llegaron nuevos propietarios, que para dicha de los parroquianos, conservaron el sabor del lugar.

Ante todo, en el Versalles se aprecia la conversación y las mesas de amigos, que semana con semana se reúnen. En años recientes, coinciden varias generaciones. Viejos que solían venir de jóvenes, y ahora vienen sus hijos e incluso sus nietos. De esa manera, no es extraño toparse con amigos y conocidos.

Actualmente el Ing. Jorge Villarreal es un fiel representante de la tradición. A él le tocó el momento único y precioso de celebrar el centenario. ¡Salud! ¡Y que vengan 100 más!

Posdata. Hacemos una necesaria pausa. Esta columna descansará un par de semanas, pero regresamos el próximo 10 de enero. ¡Felices fiestas!

Nos vemos en Twitter: @uncuadros

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