Las declaraciones que van soltando los precandidatos ya son importantes. Con ellas se inicia la cadena de ofertas electorales que los comprometiendo ante el electorado cuyos votos se proponen conquistar.
Pero ninguna de las promesas de campaña supera lo que la sociedad mexicana quiere tener: seguridad, empleo y educación. Armados de estos tres factores, lo demás es fácil. Son como la salud, teniéndola, todo se facilita.
Para referirnos a solo de uno de los tres, se enlaza con la economía de libre mercado que se asocia con la democracia liberal que nos rige. Juntos son parte inseparable de la concepción de vida promovida desde los Estados Unidos por su gobierno y las organizaciones cívicas norteamericanas formando con ello un gran paquete político-económico que los Estados Unidos quisieran que todo el mundo adoptara.
La mancuerna sistema económico capitalista-empresarial y sistema político liberal ha regido la vida de muchas de la naciones del mundo occidental desde hace casi 300 años. Anclada en nuestro vecino al norte su activísima promoción desde princpios del siglo XIX ha consolidado su estilo de democracia con su manera de entender la economía. Desde entonces ese binomio penetró en México.
La incapacidad del sistema capitalista liberal, orilló a varios países latinoamericanos a soluciones alternas como los sistemas vigentes en Nicaragua, Cuba o Venezuela que, habiendo sufrido golpes de estado o cruentas revoluciones, no se ve que hayan solucionado el problema de la pobreza y de su creciente brecha entre ricos y pobres, sino los ha profundizado.
El mundo vive una época como la de principios del Siglo XX, la de movimientos populares que denunciaban los defectos del clásico sistema capitalista y demandaban nuevos. Hoy las exigencias no se limitan a un pasado económico. Para lograr cualquier cambio también tiene que abarcarse lo político, solucionando la corrupción y todavía más, reponiendo estructuras básicas de gobierno bajo la lupa de la transparencia. Osos
México experimenta esos mismos síntomas. La cercanía de las elecciones presidenciales ofrece una buena oportunidad para que los candidatos presenten al electorado proyectos de avanzada que sitúen a nuestro país a la vanguardia como en su momento fue la Constitución del 1917 que se adelantó a la socialista rusa.
Los futuros candidatos a la presidencia de tienen que vencer el reto. Andrés Manuel López Obrador se limita a ofrecer una renta a los ancianos y anunciar su gabinete. Ricardo Anaya ha declarado su apoyo a esquemas de salario universal tal y como lo propone CEPAL y ONU. Finlandia está probando este esquema y varios municipios en California están estudiando las ventajas de otorgar salarios a todos.
A medida que avanza la robotización industrial, la drástica promesa de campaña de Anaya responde rescatando a la población empobrecida de México del abandono a que el capitalismo liberal lo condenó. El sector financiero no está de acuerdo con la propuesta porque la base central del esquema económico liberal consiste en señalar que la pobreza es culpa del que no trabaja. Pero esta tesis deja manos libres para la concentración de riqueza en las pocas manos que gozan de las ventajas que niegan a los que no han podido emplearse productivamente frecuentemente por falta de preparación escolar. Aquí la idea de un salario general cobra fuerza.
La propuesta de la renta universal no será la única que emerja de las campañas. Otras surgirán. La pobreza, desigualdad, la inseguridad, el peligro de desestabilización que se vive son realidades hasta para los que creen que nada cambiará. Las futuras administraciones federal y locales tienen que idear soluciones distintas y atrevidas, lejos de la misma nociva condescendencia hacia la perversa globalización que desde hace décadas se repite.
Los candidatos no deben temer exponerse a proponer cambios radicales. Ricardo Anaya responde al reto. Aplausos.
