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El gobierno del partido

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

La ambición electoral ha invertido los términos de la relación del Revolucionario Institucional con el gobierno. Ya no se puede hablar del partido del gobierno, ahora es menester hablar del gobierno del partido.

Si a lo largo del año la administración antepuso el interés electoral al nacional, ahora está resuelta a clausurar su gestión y poner el aparato administrativo -aun a costa de la estabilidad económica y social- al servicio del partido.

No anima el hambre de poder esa aventura, sino el temor al poder si lo gana y lo ejerce una fuerza distinta al tricolor. No es el coraje por conservarlo, es el miedo a perderlo.

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El camino recorrido durante el sexenio -con duración apenas de un par de años- fue de la ilusión a la decepción.

Al primer bienio lo marcaron la generación de expectativas, así como la audacia y la osadía para -a partir de una política cupular- darle un marco jurídico a la idea de transformar a México. En ese primer momento no se percibieron dos cuestiones. Una, la pésima elaboración legislativa de las iniciativas que, a la postre, haría patinar a más de una reforma y, dos, la voraz práctica de la corrupción que puso a la administración contra la pared.

Durante el segundo bienio -periodo en el cual debió aparecer el gobierno- vulneraron a la administración el pasmo y el titubeo al descubrirse su pusilanimidad frente a los derechos humanos y la honestidad. Ahí, la administración perdió la iniciativa y el ritmo, trastabilló y transitó de la política proactiva a la reactiva, agravada por el error en el diseño de la comunicación.

Y, hasta ahora, al tercer bienio lo caracterizan ominosos signos políticos. El boicot, la mediatización o el desmantelamiento de las demandas ciudadanas con propuesta, relacionadas con la transparencia, la rendición de cuentas, la seguridad y el combate a la corrupción. La administración ya no quiere "transformar" a México, sino contenerlo y servir de agencia electoral al partido. Por ello, abdica algunas responsabilidades y renuncia a cumplir con deberes y tareas fundamentales en un Estado medianamente de derecho.

Hoy, el interés electoral predomina sobre el nacional aun a costa de las supuestas reformas estructurales y la estabilidad económica y social. El Salón Morelos de Los Pinos se ha convertido, en estos días, en el salón de usos múltiples del Partido Revolucionario Institucional.

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El cierre del sexenio es delicado y, en un descuido, peligroso.

El manifiesto abandono de la construcción de una policía profesional en combinación con el desmantelamiento del aparato de procuración de justicia y la delegación de la seguridad pública en las Fuerzas Armadas -a partir de una legislación inadecuada para darle un marco jurídico a la tarea impuesta a soldados y marinos- habla del desinterés por garantizarle a la ciudadanía su derecho a la vida, la integridad y el patrimonio. Puede criticarse la propuesta lopezobradorista de perdonar al crimen, pero tolerarlo a partir de la negligencia, la pusilanimidad o, peor aún, la complicidad, no es una contrapropuesta.

El boicot presupuestal e instrumental del Sistema Nacional Anticorrupción revela el temor de hablar de la soga en la casa del ahorcado. La atención prestada a los grupos de la sociedad interesados en acabar o atemperar esa práctica fue la celada para llevarlos al terreno de la participación y, luego, timarlos en la legislación y la habilitación de ese sistema.

La decisión de impulsar a cuadros simpatizantes como los abanderados de un partido incapaz de construir un cuadro propio sin tacha, revela un fracaso insólito en lo que fue una gran oportunidad. Esa decisión trasluce eso y, a la vez, una enorme irresponsabilidad. Poner en juego el saneamiento de Petróleos Mexicanos, el Seguro Social, así como la reforma educativa y la hacienda pública hace manifiesto el propósito de aferrarse al poder no tanto para continuar una obra, como para escapar del miedo a perderlo y verse obligado a rendir cuentas de lo hecho y lo deshecho.

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La paradoja de la decisión de cerrar así el sexenio es el fervor del priismo ante la liturgia que los arrodilla frente al ícono desportillado de un presidencialismo que sólo existe en su imaginación.

Justo cuando la inflación va para arriba como los homicidios, cuando la moneda vuela al ritmo de los desatinos internos y externos, cuando el precio libre de la gasolina es controlado y la desigualdad se profundiza dejando oír el crepitar del malestar social, el priismo venera a la figura presidencial cuando ésta va en declive en su aceptación, calificación y popularidad.

Es evidente que la administración del partido no va tras el voto popular sino del cupular, no va por los votos de a peso sino por los votos de peso y por los pesos para los votos, agitando la bandera del miedo a revisar el modelo económico, la situación social y la estrategia de seguridad. Si al poder arriba un partido distinto al de ellos, las cosas podrían cambiar y siempre es más seguro continuar por la misma senda, aunque no esté muy claro el destino.

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Pueden la administración del partido y el partido de la administración intentar, una vez más, ganar a como dé lugar, fragmentar, comprar o presionar el voto, fracturar al régimen electoral y poner en riesgo la estabilidad nacional, pero no podrán explicar por qué echaron al cesto de la corrupción y la pusilanimidad la segunda oportunidad en su historia.

Allá quienes simpatizan con ellos y se enredan en su bandera, siendo que ésta puede terminar por asfixiarlos.

 EL SOCAVÓN GERARDO RUIZ

Con tanto bache y socavón en la capital, el candidato natural a ganarse el gran agujero era el secretario más creativo del sexenio. A saber, por qué el PRI no lo postuló.

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