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La democracia y los minotauros

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

La democracia moderna comprende desde su concepción una serie de condiciones que en nuestro país nunca se han cumplido de manera plena. De hecho, me atrevería a afirmar que desde hace unas décadas en vez de aproximarnos al cumplimiento de las mismas nos estamos alejando de manera acelerada. Quizás la evidencia más clara de ese alejamiento sea el hecho de que estamos muy convencidos de que, el ejercicio democrático, se trata de que un partido o un candidato o incluso una idea o una postura, se impongan sobre sus competidores mediante algún mecanismo de elección.

Suponer que la democracia consiste en competir es un grave error. Hablar de ganadores y perdedores en una democracia debería advertirnos sobre el problema porque, en una democracia auténtica, todos deberían ganar. El debate de posturas y de los representantes de las mismas, tendría que significar un enriquecimiento de los puntos de vista en disputa, permitiendo la construcción de grandes consensos en los que todos tuvieran auténtica cabida. Sin embargo, en México cada vez más lo que importa es ganar y nada más que eso.

En el terreno más grave, el de los cargos de elección popular, la ambición desmedida de obtener el triunfo en las urnas lleva a los contendientes a hacer todo tipo de trampas con tal de lograr el anhelado botín. Las propuestas fundamentadas son sustituidas por promesas repletas de banalidad y el "haiga sido como haiga sido" se vuelve en la norma y no en la excepción.

Luego viene el saqueo. Al tiempo en que se deterioran los servicios públicos, las arcas se vacían y el patrimonio de los gobernantes se multiplica. Las decisiones de inversión pública están más pensadas en el negocio económico-electoral que significarán que en el beneficio a la población a la que dicen estar dirigidas. En el peor de los casos, veremos obras absurdas que, no obstante, son justificadas de mil maneras -todas ellas también absurdas- por la gran tajada que representan para quienes las están aprobando; y que luego se convierten en elefantes blancos de nula utilidad.

El problema de fondo es el mismo: creer que la democracia se trata de triunfar en una competencia para, con ello, ganar poder, fama o dinero. Decía al principio que estamos cada vez más lejos de una auténtica democracia y ello obedece a que cada vez observamos con mayor normalidad la rebatinga de los políticos y sus partidos y nos hacemos partícipes de ella. Defendemos los colores de unos o de otros como si se tratara de un juego de fútbol. Y el bienestar y la prosperidad generalizados se convierten en seres míticos en los que ya nadie cree. Son nuestros minotauros.

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