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Atrapados en el TLCAN

NUESTRO CONCEPTO

La situación se está complicando en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Tras cuatro rondas de renegociación, ha quedado suficientemente clara cuál es la estrategia del presidente Donald Trump. En el discurso hacia su clientela electoral y en su cuenta de Twitter, el republicano amenaza constantemente con cancelar el TLCAN con la intención de infundir temor a las autoridades y el sector empresarial de México, mientras que en la mesa de diálogo introduce requisitos cada vez más difíciles de aceptar. En paralelo, abre la puerta para que el acuerdo trilateral sea sustituido por uno bilateral con Canadá, sin México, confirmando el papel del matón del barrio que tanto le gusta jugar.

Es evidente que el mensaje de Trump hacia el presidente Enrique Peña Nieto es: o aceptas las nuevas reglas del juego o simplemente no hay juego. Si bien es cierto que, de acuerdo a lo que han dicho varios analistas, Estados Unidos también se vería profundamente afectado por una eventual cancelación del tratado, México cuenta con menos fortaleza y herramientas que su poderoso vecino del norte para hacer frente a las consecuencias de una fuga importante de capitales. Pero las reglas del juego que ahora propone el magnate también son lesivas para nuestro país. Por ejemplo, en el capitulo automotriz, que es el que más importa a Washington, Trump ha formalizado su propuesta de dejar fuera del esquema de cero aranceles a los vehículos que no cuenten con un 85 % de insumos generados en la región. Con esto, la industria automotriz mexicana quedaría parcialmente en desventaja frente al principal mercado mundial.

Pero el presidente estadounidense también quiere una carta blanca permanente para usar el TLCAN a capricho y conveniencia. La exigencia, recientemente formalizada, de poner caducidad de cinco años al acuerdo comercial para revisar cada entonces si se renueva o no, es vista por muchos estudiosos como una medida que asemeja a las alevosas reglas que imponía el Imperio Británico a China a finales del siglo XIX y principios del XX. El problema es que, al igual que los chinos hace más de 100 años, los mexicanos tenemos poco con qué responder para evitar la inclinación de la balanza que propone Trump en su obsesión por eliminar el déficit comercial que su país tiene con México. Claro, la mejor defensa son los intereses de allá que afectaría Trump, carta que no ha sido jugada con mucha eficacia últimamente.

En su visita a este país, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, habló en el Senado de la República sobre un aspecto que su gobierno ha expuesto al estadounidense: la diferencia laboral entre México y los otros dos socios del tratado. Para Trudeau, los salarios y las malas condiciones de los trabajadores al sur del río Bravo representan una seria desventaja que impide que haya un desarrollo económico más equilibrado en nuestro país, a la par que significa un aliciente para que compañías canadienses y estadounidenses prefieran invertir en donde les cuesta mucho menos producir, con todo y la merma de los estándares de calidad. Y aunque el canadiense se pronunció por mantener la sociedad comercial tripartita, no negó la posibilidad de buscar otras opciones.

El escenario parece adverso para México, y lo más grave es que no se observa que el gobierno de la República tenga un plan B claro, más bien parece haber llegado a un callejón sin salida.

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