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El doctor y el Estado

FEDERICO REYES HEROLES

Es mudo, no habla por sí mismo. Todo mundo le atribuye poderes supraterrenales, gran error. En realidad, sufre por su mala fama pues, con frecuencia, lo invocan para escudar debilidades y fobias personales, inventando fantasmas y actos de redención. Los pequeños hablan a su nombre.

Uno se levanta con la necesidad de informarse bien. Un día, por fin, uno se encuentra cómodo en un espacio radiofónico. Con el tiempo surge la confianza, oro molido para las dos partes. En el hallazgo 100.1 se aprende, es plural, por ahí desfilan muchas de las mejores cabezas del país y el radioescucha, en silencio, dialoga con ellos: desde los movimientos en los mercados, hasta la siempre visionaria opinión de José Sarukhán, cruzando por el agitado mundo, el pulso de la opinión pública, la prospectiva con Julio Millán, o los insaciables análisis de coyuntura política. Gracias a las ondas hertzianas, ya tenemos un nuevo hogar y pertenecemos a una comunidad.

Claro, no todos tienen las mismas preferencias. Algunos sucumben ante la voz de fulanita o los deportes con zutanito. Pero de eso se trata en una democracia, en una sociedad abierta, de tener opciones y ejercerlas. Y así, después de calzarse los tenis y comer algo de fruta, o emprender la aventura en el coche, uno se refugia en su hogar radiofónico. El Doctor está de malas por el tráfico, el Doctor comenta apasionado la falta de previsión frente a los desastres naturales, el Doctor, que por cierto muere por la ópera y es un gran lector, hombre culto, entrevista a jefes de estado, embajadores, académicos, escritores y da entrada a diferentes organizaciones de la sociedad civil para que expongan sus ideas. El Doctor fomenta el debate, interés de mercado incluido, y siempre ejerce su capacidad provocadora dentro de los límites de la mesura, está en su naturaleza.

El Doctor encuentra una fórmula muy eficaz de elaborar a bote pronto argumentos sobre el día a día, a bote pronto, pero con información, a bote pronto, pero con una visión académica de largo plazo, sin concesiones a los simplismos o superficialidades. Y así La Tertulia, con una dama, María Amparo, y dos varones, Ricardo y el anfitrión, Leonardo, se convierte en una cita obligada, los contertulios se lanzan a escudriñar declaraciones, a desmenuzar antecedentes, a especular construyendo "escenarios". El Doctor ejerce en grado mayor su calidad de provocador, saca el espadín del sarcasmo, da una voltereta y de pronto ya trae el florín de la ironía. El radioescucha no siente pasar los minutos, mientras las millas se acumulan y los recorridos se aligeran. No es un debate, casi siempre es (era) una función de gala en la cual la inteligencia y el uso cuidadoso del lenguaje desplegaban sus mejores suertes.

Al terminar, jadeando, uno piensa, este es el nuevo México, el que creció en libertad y la ejerce a plenitud, el que no conoce límites, ese México que es irrenunciable y que, por el contrario, deseamos ampliar. Es el México que observa al mundo y ya por hábito compara, propone sin tapujos o falsos nacionalismos las experiencias exitosas de otros países. Es el México que razona con cifras y no con corazonadas, el que puede tener su "corazoncito" -eso sí- con tal o cual partido o ideología, pero que ejerce con seriedad una profesión y la ofrece al público, el México que nos hace sentir orgullosos por haber transitado hacia la modernidad y la libertad.

De pronto, un día martes, el Doctor nos hace saber urbi et orbi, que dejará de habitar ese edificio amplio, seguro, de varios niveles de interés, con múltiples puertas y ventanas, con torre mirador que él diseñó. ¿Por qué, cuál es el motivo? Ya fuera del aire lo aclara, le han pedido deshacerse de dos colaboradores. De inmediato la memoria se subleva, Pegasus lo más reciente. ¡De nuevo censura! Se lo pidieron a los concesionarios, fue debido a las disquisiciones de las tertulias anteriores. Qué hubo grave, y aunque lo hubiera habido o acaso es persecución. Y de inmediato se levanta fortalecido el monstruo de la sospecha que mora entre nosotros, en nosotros. La empresa aclara, fueron los costos. Nadie les cree. El estado amordazado sangra, nada tiene que ver.

El problema es que no habla por sí mismo, siempre tiene intérpretes, traductores-traidores. La pluralidad fortalece al estado, pero incomoda a los gobernantes. ¿Había alguna necesidad de estado de callar La Tertulia, espacio de sensatez? Ninguna. Pésimo negocio para el impopular gobierno. Sino fueron ellos que den la cara. La simple duda alimenta al monstruo. O será de nuevo la vieja historia, disfrazar las debilidades y fobias personales de "razón de estado". Más vitaminas para el monstruo de la desconfianza que se regocija de la pequeñez humana.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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