La madre y su hijo se encuentran con bien. (ESPECIAL)
Jessica Mendoza ya se encontraba en la sala de parto, llevaba seis centímetros de dilatación, de pronto, el suelo empezó a temblar.
Ella es madre primeriza; sin embargo, su instinto le cegó de lo que estaba ocurriendo en la Ciudad de México, con el sismo que al medio día del 19 de septiembre de este año encendió las alarmas.
“Pese a todo lo que ocurría a mi alrededor, seguí con mi alumbramiento. Me aislé por completo: no escuchaba nada. Solo recuerdo que estaba mi médico, las enfermeras, una doula, mi marido y mi madre. Ellos abrían paso entre el caos para poder dar con un espacio seguro”, narra Jessica.
Y ese espacio seguro donde pudo continuar con su labor de parto, terminó siendo una banqueta, la cual se ubica en la esquina del sanatorio donde estaba siendo atendida, en las calles de Durango y Sonora, en la Roma Norte.
En ese sitio, policías construyeron con sábanas una especie de hospital de campaña improvisado.
Ahí, sin anestesia ni intervención quirúrgica, utilizando sólo material como gasas esterilizadas, guantes y un aparato para medir la frecuencia cardíaca del neonato, Jessica dio a luz. Posteriormente, ella y su hijo fueron trasladados a una sala especialmente habilitada para acoger a los pacientes que tuvieron que abandonar las habitaciones del centro hospitalario donde originalmente estaba ingresada, según da cuenta de ello El País.
Ahora, Jessica considera que lo ocurrido fue un parto milagroso y lo justifica con su instinto maternal, al tiempo que no deja de agradecer al equipo que le apoyó, para lograr dar vida aún en medio del caos.
