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Torreón 110, un panorama

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

El viernes 15 de septiembre Torreón cumplió 110 años como ciudad. En poco más de un siglo, la capital lagunera ha alcanzado las dimensiones y el desarrollo que a otras urbes les han costado varias centurias. Torreón se consolidó como centro de población a finales del siglo XIX y principios del XX en un mundo liderado por un Imperio Británico que comenzaba a mostrar signos de agotamiento, en pleno auge del carbón y el algodón y en los albores de la era del petróleo. El contexto político estaba marcado por la consolidación del sistema republicano en México, la exigencia de democracia y los brotes de violencia debido a la desigualdad económica imperante. Torreón se configuró como un pujante centro atípico, cuya economía dependía del cultivo y procesamiento de la fibra blanca y con una planeación moderna notable que contrastaba con lo abigarrado de las ciudades más antiguas. Hoy, 32 veces más grande en extensión y 26 veces más poblada, Torreón es una de las 15 ciudades-metrópoli más grandes de México, que se debate por superar sus rezagos acumulados y encontrar su vocación en un mundo regido por una declinante hegemonía estadounidense, en el inicio de la era de las energías renovables y en medio de la revolución de las tecnologías de la información.

Gracias a diagnósticos y datos recabados y generados por instituciones como ONU-Hábitat, IMCO, Implan y Observatorio Ciudadano, ha sido posible trazar un mapa de los retos que enfrenta Torreón a 110 años de haberse convertido en ciudad. El primero de ellos, sin duda, es el que tiene que ver con el crecimiento urbano, el cual se ha dado de forma desproporcionada y desordenada en las últimas décadas. La mancha urbana se ha expandido más de lo que lo ha hecho la población, lo que es de por sí un problema debido al alto costo de los servicios públicos. Pero también ha habido una clara omisión de las autoridades a la hora de supervisar el surgimiento de nuevos complejos habitacionales, los cuales se han convertido en guetos que rompen la continuidad y cohesión de la ciudad, a la par de que en muchos casos las urbanizaciones han sido deficientes y en superficies inadecuadas o mal preparadas. El alto costo de los servicios se traduce en servicios deficientes. La lógica especulativa de quienes poseen la tierra ha imperado sobre la lógica del desarrollo urbano ordenado, un fenómeno que se evidencia con la falta de respeto por los planes rectores, que ya están rebasados.

El crecimiento urbano y la dinámica socioeconómica han hecho de Torreón, Gómez Palacio, Lerdo y Matamoros una entidad metropolitana. Pero por mor de la incapacidad de las autoridades locales y estatales de ponerse de acuerdo, no se ha conseguido que esa entidad redunde en unidad metropolitana. No sólo las normas son distintas, sino también las prioridades. Los calendarios electorales y los celos jurisdiccionales son los principales obstáculos para la coordinación entre las cuatro ciudades, algo que se replica en los gobiernos estatales, quienes lejos de utilizar los recursos del fondo metropolitano para obras que impacten en un contexto ídem, terminan usándolos para tapar los agujeros de sus presupuestos de inversión pública. La consecuencia de esto es que la metrópoli ha crecido no sólo desproporcionadamente, sino también de forma desigual y excluyente. Es fecha que no se cuenta con un transporte metropolitano eficiente ni reales alternativas de movilidad en una zona conurbada en donde el auto sigue siendo el gran privilegiado, con todo y la mala planeación y ejecución de las obras de infraestructura vial y el deficiente equipamiento urbano.

Desigual también ha sido el desarrollo económico. Unas cuantas familias concentran la riqueza, las tierras y el poder monetario, frente a una clase media débil aún, en riesgo constante de precarización, y un sector popular que vive al día entre el creciente clientelismo político y la fuerte presencia de grupos del crimen organizado. Más allá de esto, resulta sintomático que la principal fuente de riqueza siga siendo la misma desde hace un siglo: la tierra. Torreón es el corazón de un emporio agropecuario que si bien ha desarrollado un sector comercial fuerte y una industria nada despreciable, continúa dependiendo en buena medida de la explotación rústica. Esto implica una presión de riesgo medioambiental, principalmente por la extracción de agua del subsuelo en cantidades mayores a las de la recarga de los mantos freáticos. A lo anterior hay que sumar la presencia de industrias contaminantes como la metalúrgica y de extracción y procesamiento de materiales de construcción.

Como en muchas otras ciudades de México y América, la seguridad es una de las principales preocupaciones de gobierno y sociedad. Es cierto que los índices delictivos hoy no son tan alarmantes como los registrados hace cinco años en Torreón. Pero también es cierto que no se ha construido el entramado institucional y social necesario para conjurar el peligro potencial de una nueva ola violenta. En los últimos meses, inclusos, delitos que se pensaban "controlados" han repuntado sin que se observe un trabajo más profundo de las autoridades civiles. Y la realidad es así que hoy sigue siendo necesaria la presencia del Ejército Mexicano en las calles, y que un militar sea quien encabece la estrategia de seguridad de toda la región. Con sus matices, es posible asegurar que en este rubro los gobiernos locales y estatales no han trascendido la superficie de la estadística para trabajar de lleno en la construcción de una ciudad más segura, pacífica (en toda la extensión de la palabra) e incluyente.

Por último, son insuficientes aún los avances en materia de democracia y rendición de cuentas. A pesar del creciente reclamo de un sector de la ciudadanía, no se ha conseguido garantizar los espacios de la sociedad civil en la toma de decisiones de la vida pública del ayuntamiento. Por ejemplo, los regidores siguen siendo electos en planilla con el alcalde bajo criterios de cuotas y no de representatividad territorial. Los consejos ciudadanos que se han creado en su mayoría son una simulación o, en el mejor de los casos, instrumentos de legitimación del poder, cuando no herramientas para fracturar a la sociedad civil. La rendición de cuentas -concebida como mecanismo de supervisión y sanción a detalle de la función pública- prácticamente es inexistente El divorcio creciente entre ciudadanía y grupos de poder político hacen urgente la reforma del ayuntamiento, el gobierno más cercano a la gente, para incrementar de forma efectiva los niveles de participación ciudadana, la cual es determinante para superar éste y todos los retos antes mencionados.

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