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Visión antropocéntrica

A la ciudadanía

Gerardo Jiménez González

Hace nueve años el antropólogo Eckart Boege publicó el libro "El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México", el cual transmite, entre otros, un mensaje que debemos tomar en cuenta: los pueblos nativos en su devenir milenario sobre el territorio que hoy conforma nuestro país, configuraron una cosmovisión del ambiente que les rodea basada en sentirse parte de la naturaleza. Traducido al castellano significa que entendieron esa pertenencia como una forma de vida y no a la inversa, principio que les ha permitido cuidar la tierra y la vida que sobre ella emerge.

Dice Boege que actualmente los territorios indígenas ocupan entre el 12 y 20 por ciento de las áreas del planeta bajo manejo humano, áreas que, particularmente en México, se encuentran mejor conservadas, donde la naturaleza ha sufrido menores alteraciones. Un dato relevante indica la diferencia sustancial entre la alimentación de los pueblos indígenas basada en cerca de 1,500 especies de plantas, mientras que el sistema alimentario mundial solo se sustenta en 15 especies principales; de estas últimas el 15 por ciento provienen de las plantas domesticadas en Mesoamérica, cuyo germoplasma principal se encuentra en los territorios de los pueblos indígenas.

Por qué tal diferencia? Boege dice que los pueblos indígenas han coevolucionado con los ecosistemas, han efectuado una selección de los genotipos acorde a las condiciones ambientales que prevalecen en los lugares que habitan como sucede con casi 350 generaciones de siembra de maíz. En esta coevolución también se encuentra el origen de su rica diversidad cultural que integran las lenguas, tradiciones, ritos y demás rasgos que unida a su diversidad biológica convierten a México en uno de los países más diversos en términos bioculturales.

Que implica lo anterior? Donde queda el conocimiento generado a través de la investigación científica en que se sustenta el desarrollo agrícola e industrial del país? Acaso los pueblos indígenas muestran a través de su cosmovisión una forma de ver al mundo más evolucionada que aquella visión creada por la población mestiza que predomina entre la población mexicana, porque conservar la naturaleza es un rasgo evolutivo que distingue a las sociedades actuales, fundamental para la persistencia de la especie humana, considerando que el 45 por ciento de los ecosistemas naturales del mundo están severamente impactados y han dejado de ser funcionales.

Es tiempo de que en el seno de las comunidades científicas se induzca una reflexión sobre la filosofía en que se basa el conocimiento científico, misma que hasta hoy denota rasgos utilitarios, de resolver problemas como la satisfacción de la demanda de alimentos sin importar como ocurra, tal es el caso de los cultivos transgénicos sobre los cuales aún se desconocen sus impactos en la biología y salud humana y, por tanto, quiérase o no deben acotarse. La ciencia debe reflexionar sobre su filosofía más allá de las exigencias que le imponen los modelos económicos de producción que se basan prioritariamente en la obtención de ganancias, menospreciando el valor de la naturaleza y la propia vida humana.

Mientras que los pueblos indígenas han coevolucionado con la naturaleza, quienes formamos la mayor parte de la población, aquella que como en México es mestizo-criolla, creamos ecosistemas artificiales, transformamos los ecosistemas naturales acorde a nuestras necesidades de producción y consumo, los volvemos no funcionales como ocurre con ese 45 por ciento señalado que ha perdido su capacidad de brindar los servicios ambientales indispensables para mantener la vida en el planeta, y que de seguir así las cosas se estima que los ecosistemas naturales aún funcionales para el año 2025 se reducirán de 55 por ciento que aún quedan a solo un 25 por ciento.

Esta forma de ver la vida que caracteriza a la especie humana como la más exitosa en el planeta al imponer su dominio sobre las demás especies, que le hace un especie depredadora de los recursos que la naturaleza nos provee, que ha subordinado su funcionamiento al de la economía y sociedad humana, que está alterando los equilibrios ecológicos y generando continuas crisis ambientales cuya expresión relevante hoy en día a nivel global es el cambio climático o regional la sobreexplotación del agua, es la visión antropocéntrica que hemos construido en la corta vida que tenemos en la tierra.

El dilema civilizatorio de encauzar el desarrollo por el camino de la sustentabilidad, que concilie los procesos que ocurren en la naturaleza con los de la economía y sociedad humana, que le imponga mayor racionalidad al capitalismo depredador de los recursos naturales y explotador del hombre o le sustituya por otro sistema económico menos destructivo, obliga de manera ineludible a transformar la visión antropocéntrica por una nueva visión más armónica con el entorno en que vivimos.

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