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Peña y el terremoto

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Los desastres son para los malos políticos una tabla de salvación. Les brindan la oportunidad para mostrarse preocupados, sensibles y solidarios ante la ciudadanía, haciendo que las malas decisiones, corruptelas y los errores de sus gestiones se olviden, aunque sea por un momento. Algunos, incluso, recuperan un poco de su popularidad maltrecha. Por supuesto, la ocasión debe ser aprovechada porque sus resultados no se dan de manera automática; pero, con una intervención más o menos decorosa, que no se arriesgue con declaraciones desafortunadas, se suele salir bien librado.

Como los desastres, sobre todo los naturales, no pueden ser programados, los políticos apelan a la oportunidad del fenómeno. Es mejor que llegue un día después de que, por ejemplo, se reveló un escándalo de corrupción a que suceda antes de que se destape la cloaca. Mejor si pasa cuando acaban de proclamar una ley polémica que cuando todo está en calma.

Por supuesto, entre peor sea el político y más relevante su cargo, la posibilidad de que un desastre sea oportuno se incrementa, simplemente porque sus acciones de ineficiencia y corrupción son más frecuentes y notorios. Tenemos el caso de Trump, por ejemplo, que debe estar altamente agradecido por la llegada de Harvey a Texas e Irma a Florida, pues ha mantenido a muchos de sus compatriotas preocupados por su sobrevivencia mientras él continúa cometiendo las barrabasadas que han caracterizado su administración.

En México para Peña Nieto cualquier día pareciera ser oportuno para un desastre: son tantos y tan diversos los problemas de su gestión que prácticamente no hay día en que no venga a bien cualquier distractor. El sismo del pasado jueves por la noche, por ejemplo, llegó la misma semana en que se dio a conocer la llamada "Estafa maestra" y justo el día en que, la noticia, era que uno de los helicópteros que trasladaba a reporteros que lo acompañaba en una gira por Oaxaca había sido alcanzado por un cohetón lanzado por manifestantes que se oponían a su visita; hecho gravísimo que se ocultó tras la tragedia ocasionada por el terremoto.

Como era de esperarse, Peña Nieto apareció desde muy temprano en la madrugada haciendo lo que le correspondía para atender a las víctimas de temblor. Frente a las cámaras, el presidente se mostró en su versión más estadista que hasta ahora le conocemos: sobrio y puntual en sus declaraciones. Pero, ya fuera de las cámaras -las de televisión que no las de los celulares- vimos otra vez al tipo frívolo e indolente, incapaz de comprender lo delicado de la situación que enfrenta el país. Concentrado en lo anecdótico, Peña lució más atento a su propia experiencia. La realidad de sus gobernados poco parecía importar.

Se trata de un asunto meramente de percepción. Se trata de preguntar porqué, siendo que se destinan tantos miles de millones de pesos para promocionar su imagen, nadie de su equipo cercano impide que los demás nos enteremos de quién es Peña Nieto en corto.

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