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Democracia sin demócratas

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

Nuestra democracia cumplió ayer 20 años. Fue un primero de septiembre de 1997 cuando por primera vez en la historia, tras unas elecciones organizadas por un instituto electoral ciudadanizado, con certeza en los resultados, tuvimos un Congreso sin mayoría del partido en el poder, pero sobre todo sin mayoría para el partido de siempre, el PRI.

Por primera vez PRD y PAN tenían juntos más de la mitad de los votos y aquel día un diputado de oposición presidió el Congreso y como tal contestó el tercer informe del presidente Zedillo. Fue Porfirio Muñoz Ledo a quien le tocó esa tarea y comenzó así su discurso: "Este acto encarna sueños y simboliza aspiraciones democráticas de los mexicanos. Es condensación de historia. Aquí desembocan y toman nuevo cauce luchas perseverantes y aun sacrificios en contra del poder absoluto, de sus arrogancias y excesos, y en favor de la libertad y la dignidad…"

Veinte años después de aquel acto de condensación de la historia, la niña de los ojos de nuestra generación, el hijo de todos, creció como un ser feo y deforme. Nuestra democracia es un adolescente obeso, miope, torpe, caprichoso y, lo que más nos enfurece, terriblemente ineficiente. Sus padrinos, los partidos, se apropiaron del engendro e hicieron de su cuidado y desarrollo un modus vivendi.

¿En qué fallamos? Me atrevo a decir que el peor de los errores fue pensar que se podía imponer una democracia por decreto, que la democracia era el fin y no el vehículo para la transformación del país.

Dice mi amigo Fernando González que lo verdaderamente sorprendente de la transición mexicana es que construimos una democracia sin demócratas. Y es ahí, me parece, donde se explica buena parte de la frustración. Diseñamos y construimos una democracia para asegurar la transición pacífica del poder, pero no para construir nuevas formas de relación entre Estado y sociedad; no para debatir el futuro deseado; no para escuchar al diferente ni para reconocernos como iguales ante la ley. No hay queso sin leche (salvo en Lagos de Moreno, según decía Hugo Gutiérrez Vega) ni habrá democracia sin demócratas.

Gran parte de la discusión de los últimos años se ha centrado en la necesidad de una nueva transición, en la construcción de una nueva república que ponga al día la instituciones para que funcionen de acorde a las necesidades del país. Pero servirá de muy poco crear una nueva república e incluso hacer una nueva Constitución si quienes la habitan son (somos) ciudadanos que no entienden, creen y practican la democracia. La construcción de una Democracia 2.0 pasa necesariamente por el desarrollo de nuevas ciudadanías. Ese es el reto de la democracia adulta, pero son procesos largos que no se miden en años sino en generaciones. Ahora sí que, parafraseando al expremier británico, Gordon Brown, en la construcción de la democracia lo más complicado son los primeros cuatro siglos.

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