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La gente del mezquite

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CARLOS CASTAÑÓN CUADROS

El pasado jueves 17 de agosto, en el Museo Arocena, tuve el honor de presentar la reedición del libro, La gente del mezquite (Gobierno de Coahuila, 2017, 340 páginas), realizado por el gran historiador y académico, Carlos Manuel Valdés. Desde su primera publicación en 1995, no dudamos en decir, que el libro pronto se convirtió en un clásico de la historiografía del noreste mexicano. No sólo porque renovó el conocimiento histórico, sino además, porque abrió un importante horizonte que el mismo autor se encargó de nutrir en las siguientes dos décadas. De esa manera, quienes hemos seguido con atención la obra de Valdés, podemos advertir claramente que ha construido un continuum interpretativo del noreste, a partir de las huellas y cenizas de los grupos nómadas que habitaron lo que hoy es el territorio de Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y Texas. A vuela pluma, menciono algunas obras que ya sea, individual o colectivamente, nos ofrecen un denso panorama del también llamado septentrión novohispano: La ruta del horror (2013), Historia de protección y depredación de los recursos naturales en el valle de Saltillo y la sierra de Zapalinamé (2013), Atlas de los indios de Coahuila (2015), Sociedades y culturas en el río Nadadores (2015), y próximamente, en Plaza y Valdés, la publicación de su tesis doctoral.

La gente del mezquite propone una historia sobre los relegados por la historia, es decir, los llamados despectivamente, "indios bárbaros", chichimecas, salvajes a lo que había que desterrar, según la visión de unos "civilizados". De esa manera, el historiador reivindica a las culturas nómadas que vivieron en la región durante 12 mil años, pero que desaparecieron en un lapso de 250 años. ¿Dónde están esos indígenas?, ¿qué quedó de ellos?, ¿por qué se dice que en el Norte no hay indígenas?

El libro nos adentra al nomadismo como una forma de vida, lo cual, como lectores, nos confronta a pensar desde otra visión humana. Quizá, una que nos parece impensable. Los indígenas de noreste "no estaban hechos para la inmovilidad", nos dice su autor. Mientras avanzamos en la lectura de La gente del mezquite, quisiéramos que el libro no terminara, porque en realidad tenemos más preguntas y no terminamos de imaginar ese inmenso territorio que ahora pueblan otras sociedades radicalmente distintas.

La investigación se basa en fuentes archivo, y constantemente va de la historia a la antropología, donde incluso, en un capítulo, describe la sabia dieta de los indígenas: "Los nómadas, dentro de su primitivismo habían encontrado la forma de cocinar empleando tres de las más importantes técnicas conocidas: asar, cocer y hornear".

Tras la colonización del Norte, dos mundos chocaron, pero sin lograr integrarse. Más bien, uno borró al otro dramáticamente. Leamos a Valdés: "Las sociedades de que me ocupo no tenían una organización estatal. No eran productivas ni generaban ganancias, por lo que no cabían en el sistema económico de los conquistadores. No aceptaban reducirse ni asentarse en pueblos, por lo cual eran incompatibles con los afanes de los misioneros. Por éstas y otras razones parecidas se les ha negado un lugar en la historia, y cuando se les toma en cuenta, solamente es para exhibirlas como sociedades de contraste, incapaces de ingresar a la civilización".

Los nómadas fueron vistos, no como personas, pero sí como mercancías. Por lo mismo, al no integrarse a la colonización, fuero objetos de violencia para ser vendidos como esclavos. Hay que decirlo con todas sus letras, los padres fundadores del noreste fueron esclavistas. Paradójicamente, uno de ellos, Carvajal, el fundador de Nuevo León, fue condenado cruelmente no por promover la esclavitud, sino poder ser judío.

Esta situación, de estado de guerra permanente, forjó un carácter entre los colonizadores, "los hechos de armas se confundieron con los simples robos u homicidios normales en toda sociedad. La anomia se estableció en las provincias norteñas y en ellas permaneció por mucho tiempo llevando a toda una sociedad a vivir en un estado en el que la ley la establecía el interés de los unos, la depravación de los otros, el oportunismo de los más".

La lectura de La gente del mezquite, sacude el polvo de la complaciente historia tradicional, más todavía, nos ofrece un espejo enterrado, un pasado que fue, materialmente, borrado.

¿Qué nos queda de los primeros habitantes? Leamos a Valdés: "El rescate de la cultura nómada se empezó a dar hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando la mayor parte de los grupos existentes ya estaba desapareciendo ante el avance del colonialismo y el capitalismo". Continúo con la cita: "Los últimos coahuiltecos de que se habla, de acuerdo con los datos que he encontrado, son los que partieron de Monclova hacia México, para ser remitidos a Veracruz. ¿De ahí a dónde? Al fenecer el siglo XVIII todo pareció mejorar para los españoles y empeorar para los indios. Éstos fueron perseguidos hasta la saciedad con verdadera saña. Ya no se trataba de asentarlos ni de convertirlos. Ni siquiera de explotarlos. Se trataba de exterminarlos.

La gente del mezquite, nos lleva a pensar en las instituciones de dominación, pero más todavía, en la forma de vida de los eternos peregrinos.

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