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El odio viaja en auto

NUESTRO CONCEPTO

En una semana, el mundo fue testigo -nuevamente- del dolor y la destrucción que el odio puede ocasionar. Dos acontecimientos de naturaleza distinta, en ambos lados del Atlántico, pero hermanados en el fondo por un cáncer que se está expandiendo: el fundamentalismo.

El sábado 12 de agosto en la pequeña ciudad estadounidense de Charlottesville, Virginia, un joven de 20 años a bordo de un automóvil embistió a un grupo de manifestantes que protestaban contra el racismo de asociaciones supremacistas blancas que se dieron cita en esa localidad para impedir el retiro de una estatua de un héroe confederado. El saldo del atropellamiento intencionado: una mujer de 32 años muerta y otras 19 personas heridas.

Cinco días después, el jueves 17 de agosto, en la gran urbe española de Barcelona, Cataluña, un joven de 22 años a bordo de una furgoneta arrolló a decenas de personas que caminaban por La Rambla, uno de los principales paseos turísticos de la llamada Ciudad Condal. Más tarde, cinco jóvenes a bordo de un carro intentaron hacer lo mismo en el paseo marítimo de Cambrils, a 100 kilómetros al suroeste de Barcelona. El saldo de ambos atentados: 14 muertos y por lo menos un centenar de heridos.

Aunque las motivaciones son distintas en apariencia, hay aspectos que forman parte de un común denominador. Ambos son actos terroristas. El primero, de carácter doméstico con fuertes connotaciones raciales neonazis. El segundo, de carácter externo con un trasfondo de extremismo islamista. Pero de los dos lamentables sucesos llama la atención la juventud de sus perpetradores y el ánimo de exterminio de los mismos, de acabar con lo que es diferente a ellos, con los que piensan distinto o representan lo "indeseable". Es el odio en su máxima expresión.

En esta ocasión se han servido de un bien cotidiano que han convertido en arma letal, el auto. Pero en otros momentos y latitudes, los acólitos del odio se han valido de bombas, aviones, rifles y cuchillos para cometer sus crímenes.

Aunque para muchos en principio no existe vínculo alguno entre Charlottesville y Barcelona, lo cierto es que se trata de hechos hermanados. Estados Unidos es gobernado hoy por una persona que defiende un discurso claramente xenofóbico y, en muchos casos, racista. La retórica de Donald Trump le ha abierto las puertas a los grupos de extrema derecha que creen que su país sólo le pertenece a los blancos. En ese sentido, exigen y aplauden toda medida que criminalice al inmigrante, principalmente al hispanoamericano y al de origen musulmán.

Europa, por su parte, se encuentra inmersa en una disyuntiva: por un lado los gobiernos líderes de la Unión Europea defienden los valores de apertura, fraternidad y tolerancia para con las personas que han tenido que salir de sus países de origen en África del Norte o Medio Oriente a consecuencia de la guerra y la represión; por el otro, existen también políticos y grupos de extrema derecha que demandan un cierre de fronteras y el rechazo y, en su caso, expulsión de los refugiados muchas veces por las mismas razones esgrimidas por los supremacistas norteamericanos. Un día después del atentado de Barcelona, un grupo de neonazis marchó por las calles bajo la consigna anacrónica de "fuera moros".

Como mundo, estamos viviendo una nueva era de radicalización e incertidumbre. Como comunidad occidental (América y Europa) nos encontramos frente a un dilema que, sin duda, debe ser resuelto cuanto antes: ¿cómo brindar seguridad a nuestras sociedades sin atentar contra los valores que soportan a esta civilización? Un buen comienzo pudiera ser cortar las raíces del fundamentalismo en todas sus formas y dispersar sus caldos de cultivo, que es donde se está envenenando a un sector de la actual generación.

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