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Primeros saldos de la era Trump

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Primeros saldos de la era Trump

Primeros saldos de la era Trump

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La retórica explosiva, irreverente y a veces contradictoria del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se ha vuelto una espesa cortina de niebla que impide ver lo que se está moviendo en materia de política exterior y el posible daño que le está haciendo a su país y al sistema mundial que la superpotencia encabeza desde hace poco más de medio siglo. Porque contrario a lo que el magnate republicano defiende en su limitada oratoria, hacer a "América" grande otra vez y hacer de "América" una luz para el mundo, lo que se observa más allá de sus mensajes de twitter y sus invectivas públicas es que Estados Unidos ha venido perdiendo el liderazgo que poseía. Hay quien dirá que este liderazgo tiene años replegándose frente a la multiplicación de estados-nación que ejercen una influencia cada vez mayor en lo político, económico, militar y cultural, y es probable que tenga razón. Pero es innegable que con Trump ese repliegue se ha agudizado. Por momentos, da la impresión de que el actual inquilino de la Casa Blanca está aislando a su país sin medir las consecuencias.

Si bien puede tener cierta lógica para algunos el endurecimiento de la política migratoria con el afán de aceptar sólo a los inmigrantes que pueden aportar lo que necesita Estados Unidos en estos momentos -una posición que han asumido otras naciones como Canadá y Reino Unido-, las formas xenófobas que está siguiendo el presidente norteamericano son completamente cuestionables. Trump ha emprendido con sus discursos incendiarios una campaña contra quienes hasta hace poco veían a Estados Unidos como una tierra de oportunidades negadas en sus países de origen o, en casos extremos, una tabla de salvación de sus vidas. El estado-nación que se forjó con las manos y las mentes de personas procedentes de todos los rincones del mundo hoy no sólo cierra parcialmente sus puertas sino que lanza una consigna de odio hacia todo aquello que se vea o se escuche diferente. Proteger las fronteras, un derecho de cualquier país, no debe ser sinónimo de racismo ni xenofobia. Y en el caso de Trump lo es.

Grave también es el hecho de que sin ningún tipo de escrúpulo o miramiento, el presidente de Estados Unidos ataque verbalmente a otros gobiernos o países, como es el caso de México, que ha sido el más maltratado por la retórica trumpiana. El republicano y sus partidarios han estigmatizado a este país como una tierra de criminales y gente que sólo quiere ir a Estados Unidos a causar daño además de aprovecharse de toda la riqueza de la superpotencia. Esta visión no puede ser más absurda e ignorante. Y esto no quiere decir que la política exterior y de vecindad seguida por Washington en el pasado haya sido de fraternidad o caridad para con los demás países del mundo o los que limitan con sus fronteras, pero hasta la llegada de Trump había por lo menos un respeto por las formas y un cuidado por mantener la relación en los términos de la normalidad diplomática. No en vano llegó a considerarse a los Estados Unidos como una referencia mundial en el ejercicio de la diplomacia, insisto, con todos los errores y vicios que pudiera tener. Eso se está perdiendo, junto con el liderazgo ético que detentaba.

Como primera potencia económica, Estados Unidos tiene una responsabilidad moral y pragmática en la búsqueda de soluciones al grave problema del calentamiento global, un fenómeno que sólo desde la ignorancia o mezquindad se puede negar. En ese tenor, la administración de Barack Obama impulsó en el marco de la Conferencia de la Naciones Unidas sobre Cambio Climático un gran acuerdo internacional que se tradujo en el histórico Pacto de París en 2015. A pesar de sus debilidades, este acuerdo por el clima reunió por primera vez a prácticamente todos los países del orbe, incluyendo a las más grandes economías. El objetivo era claro: disminuir la emisión de gases de efecto invernadero para mitigar el incremento gradual de la temperatura del planeta, una medida que implica forzosamente modificar el modelo de desarrollo económico actual basado en la explotación de hidrocarburos. En renuncia a este liderazgo, Trump no sólo sacó a su país del acuerdo -decisión aplaudida sólo por la oligarquía petrolera- sino que firmó compromisos de dar un nuevo impulso a industrias sucias como la del carbón. Es decir, una reversa total.

Pero tal vez sea en el ámbito del libre comercio internacional en donde más daño le esté haciendo Trump a los Estados Unidos, país que fue la punta de lanza de la nueva globalización a finales del siglo XX y principios de éste. Otra vez en reversa, el gobierno del republicano ha denostado los tratados de libre comercio que, desde la lógica de sus creadores, habrían de mantener el eje de la economía mundial en Norteamérica. El Tratado de Asociación Transpacífico (TTP), firmado por naciones de América y Asia para hacer frente al acelerado crecimiento de China, y la Asociación Trasatlántica de Comercio e Inversión (TTIP), proyectado para crear entre Europa y Estados Unidos la mayor zona comercial del orbe, en conjunto con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), permitirían a la superpotencia afianzar y prolongar su hegemonía. Pero Trump ya sacó a su país del TTP, suspendió las negociaciones del TTIP y busca renegociar el NAFTA bajo condiciones que resultan inaceptables para México, lo cual apunta a una cancelación del mismo que sería traumática para las tres economías involucradas.

Es evidente el efecto que está teniendo el "estilo" de la administración Trump. El repliegue del liderazgo estadounidense en un sistema mundial que hunde sus raíces hasta el inicio de la era moderna en el siglo XVI y XVII y que ha conocido la alternancia de por lo menos tres agentes hegemónicos -los imperios neerlandés y británico antes del americano-, está dejando un vacío que no tardará en ser llenado. Pero mientras eso ocurre y como detalla Giovanni Arrighi en su trilogía sobre el sistema mundo moderno, seguramente observaremos un incremento del caos sistémico con la proliferación de focos de tensión y posible conflicto en el plano internacional y dentro de los propios países centrales y periféricos.

¿Quiénes pueden aprovechar esta coyuntura? De momento se observa que en el liderazgo moral Alemania y Francia buscan ocupar el lugar de Estados Unidos y afianzar de paso una visión más independiente para la Unión Europea. En el ámbito económico, China, que viene trabajando desde hace lustros para convertirse en la mayor nación generadora de riqueza material e intelectual, está en fase de despliegue de su más ambicioso proyecto: la Nueva Ruta de la Seda, mientras levanta la mano para relevar a Estados Unidos en la defensa del libre comercio internacional, lo cual resulta paradójico para algunos tratándose de un país gobernado por un régimen que se dice comunista. Y, por último, en el plano militar y diplomático, la Rusia de Putin es una gran beneficiaria del aparente repliegue estadounidense y del desorden que impera dentro de la Casa Blanca y entre ésta y sus aliados internacionales tradicionales, incluyendo a los integrantes de la OTAN. Moscú se observa cada vez más seguro en sus pasos en Europa del Este, Medio Oriente, Extremo Oriente -en donde profundiza su alianza con China- y ahora también en América Latina, con el caso Venezuela como el más evidente.

Pero sería ingenuo pensar que Estados Unidos va a renunciar fácilmente al rol que juega en el mundo o que lo hará tranquilamente. Tal vez la fórmula que está aplicando Donald Trump no sea la correcta, pero la promesa e intención sigue siendo la misma: engrandecer a su país, sea lo que sea que entienda por ello el magnate. La inestabilidad y lo impredecible de sus acciones y reacciones lo vuelven más peligroso aún y abren la posibilidad de que ante un juego en el que perciba que está perdiendo, actúe de forma más agresiva sin considerar el consenso internacional o la opinión de los antiguos aliados de Washington. Y frente al emergente escenario geopolítico ya se ve con quiénes busca iniciar una nueva etapa en sus relaciones para cercar a sus potenciales enemigos. En Europa, Reino Unido y Polonia. En Medio Oriente, Israel y Arabia Saudita. En Extremo Oriente, Japón y Corea del Sur. ¿Estamos frente a un nuevo riesgo de confrontación mundial fragmentada? La respuesta es material para otro artículo.

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