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Va el resto

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

En tres operaciones y un capricho, el presidente Enrique Peña Nieto se juega su resto en estos días. Un capital de por sí disminuido, pero a fin de cuentas el sobrante que, bien o mal invertido, determinará el legado de su herencia y los términos de su salida.

Esas operaciones son el control de la asamblea priista que ampliará o reducirá su margen de maniobra para designar un candidato cercano a él, aunque ya no sea quien quería; el arranque de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte que perfilará el curso de la economía nacional; y la estrategia de equiparar a Andrés Manuel López Obrador con Nicolás Maduro que, en un descuido, podría incentivar una fuga de capitales en éste y no en el próximo sexenio. El capricho, sobra decirlo, es Gerardo Ruiz Esparza que lejos de reparar, profundiza el socavón de la administración.

Las operaciones no son sencillas, importantes variables escapan al jefe del Ejecutivo. El capricho es la tentación autoritaria o la inocultable atadura que lo hace conservar a un colaborador insostenible, así sea éste el emblema de la corrupción, la negligencia y la pusilanimidad.

Si el mandatario mal invierte su resto, su herencia será la de una crisis política y el quiebre de su partido, una crisis económica que arrastrará al país, a él y a quien lo suceda, y una crisis diplomática marcada no por plantar postura soberana frente a otro país semejante, sino por someterla al dictado de una potencia. El capricho, en esa circunstancia, será la decisión de convertir el socavón en el mausoleo de una administración que nunca pudo constituirse en gobierno.

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Por esos azares que los políticos nunca consideran, el calendario y la agenda hicieron de agosto el mes donde el jefe del Ejecutivo pondrá en juego su resto.

Tan pronto como la semana entrante, el priismo fijará no tanto los términos de la selección de su abanderado a la elección presidencial, como la posibilidad de presentarse a la contienda unido y en condiciones competitivas, ocupando hoy el tercer lugar de las preferencias electorales.

Si el grupo tricolor, encabezado por el presidente Enrique Peña Nieto, pretende doblegar a la militancia e imponer las condiciones para, en cuestión de meses, postular como candidato a uno de los suyos, el partido del gobierno podría sufrir una fractura expuesta o interna que, más allá de su carácter, disminuiría las posibilidades, aun cuando su candidato resultara simpático a una porción de la ciudadanía.

Si el mandatario no calibra bien la correlación de fuerzas al interior de su partido y sus operadores no dan la talla, manifiesta o calladamente grupos del priismo podrían jugar las contras durante la campaña o, de plano, correrse a diestra o siniestra en apoyo al abanderado de otra fuerza.

La operación no es sencilla, el PRI carece de los votos necesarios para sacar adelante a su candidato. Sin embargo, postular a un priista descafeinado o empanizado con posibilidad de atraer el voto ciudadano tampoco es garantía si no cuenta con el respaldo de la estructura y la maquinaria del partido.

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Al margen del resultado de la asamblea tricolor, a la siguiente semana arrancará en Washington la primera ronda de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

En ese campo, la administración sí cuenta con un equipo de operadores avezados. Empero, el mandamás del equipo estadounidense es un esquizofrénico y, si bien esa ronda no tendrá un carácter conclusivo, sí perfilará el tenor de las siguientes y, con ello, el curso que pueda seguir la economía mexicana.

El punto frágil del equipo mexicano es que, a fin de contar con un plan B, resolvió revisar y ampliar acuerdos a contrarreloj con el Pacífico, Europa, Brasil y Argentina. Se entiende el esfuerzo, pero esos operadores se ven presionados y asediados por la cantidad de frentes abiertos.

Todo sin mencionar el antecedente establecido por la administración mexicana que, al perfilarse durante la campaña las posibilidades del hoy presidente Donald Trump, se precipitó y dejó ver docilidad y debilidad ante su socio principal. Y, claro, además está la esquizofrenia y desesperación de ese socio, un factor de incertidumbre cualquiera que sea el curso de la renegociación del Tratado.

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Ir y venir, viajar y acumular millas no supone construir una política exterior, quizá hable de un pasajero con gran resistencia ante el constante cambio de horarios, pero no de un canciller excepcional formado en unos cuantos meses.

La firmeza con que el secretario Luis Videgaray responde a Nicolás Maduro y defiende a su jefe, Enrique Peña Nieto, ante los arrebatos del lamentable mandatario venezolano es la debilidad de oído cuando por enésima vez Donald Trump reitera en Hamburgo la tontería de pretender que México pague el muro en la frontera con Estados Unidos. El común denominador de ambas reacciones es la falta de ubicación no frente a la circunstancia mundial, sino a la nacional.

El punto no es si México debe tolerar al sátrapa venezolano, sino si cuenta con resortes y autoridad para defender una auténtica postura soberana hacia el sur, el norte, el este y el oeste.

Videgaray debería revisar, al menos, si vale la pena sacarle raja electoral al desastre del gobierno de Nicolás Maduro equiparándolo con lo que podría ser el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. No vaya a ser que la política del miedo cobre fuerza antes de que concluya este sexenio y reediten, sin querer, el error de diciembre de Salinas.

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Se juega, pues, su resto el presidente Enrique Peña Nieto en estos días. Si las operaciones le resultan, ¡hombre!, debería abandonar el capricho. Gerardo Ruiz Esparza es capaz de transformar el socavón en la fosa del sexenio.

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