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Trump no tiene la culpa

WALTER ASTIÉ-BURGOS

Confrontamos tiempos bizarros, inverosímiles y trágicos -cuyas nefastas consecuencias aún son difícil pronosticar- de la historia de Estados Unidos y de la política mundial. Por ser más que obvio, no es necesario reseñar la inestabilidad, la torpeza, los conflictos, la vulgaridad, la demagogia, el populismo, el racismo, la xenofobia, el caos, etc. etc., que la elección de Donald Trump ha traído consigo.

Sin pretender defender a semejante personaje y menos su patológica conducta destructiva, debemos reconocer que ni el señor de la mentira barata, ni el raquítico 25 % que lo llevó a la Casa Blanca, son responsables de la actual tragicomedia. La culpa es de los partidos republicano y demócrata que, torpe, egoísta y ciegamente abonaron el camino para la aberración que padecemos.

La elección de Ronald Reagan en 1984 materializó el proyecto de la extrema derecha, de las grandes corporaciones y de los millonarios de apoderarse de la Casa Blanca y de la agenda nacional con el fin de beneficiarse a costa de las mayorías.

Lejos de que el demócrata Bill Clinton (1992) modificara esa destructiva tendencia del tejido social, la acentuó, pues como continuó dando rienda suelta al neoliberalismo, se le consideró el "mejor presidente republicano producido por el Partido Demócrata".

El remate estuvo a cargo de baby Bush (2000) con su irresponsable política de desregulaciones para favorecer a los ricos y a Wall Street, que desembocó en la devastadora crisis económica mundial del 2008-2009.

Obama (2008) trató de componer las cosas, pero le faltaron arrojo y malicia política para enfrentar la descomunal resistencia de la ultraderecha reaccionaria a sus planes.

Como el capitalismo salvaje y deshumanizado implantado propició que casi la mitad de la riqueza del país se concentrara en el 1 % de la población, se produjeron hordas de desposeídos y pauperizados que, abandonados y traicionados por los dos partidos tradicionales, votaron por un aprendiz de populista. Su inclinación no fue tanto por el megalómano Trump, sino contra el establishment político, elocuentemente representado por Hillary Clinton. Las consecuencias del visceral voto antisistémico están a la vista.

Ese fenómeno no es privativo de EU El hartazgo de la población con los "políticos profesionales" que sólo sirven a sus propios intereses y a sus amos capitalistas que los financian (a lo que se añaden los conflictos de interés y la corrupción), está por doquier, ya que el 0.7 % (34 millones de personas) ha acaparado en las últimas décadas el 45 % de la riqueza mundial, en tanto que 80 supermillonarios poseen lo mismo que tiene el 50 % de la población mundial. Mientras muchos luchan cotidianamente para sobrevivir, unos cuantos desperdician millones de dólares en cosas superfluas.

La justificada indignación ha rechazado a los políticos tradicionales que han propiciado semejante aberración, y apoyado a candidatos antisistema, aunque al final resulten ser desastrosos. Ejemplos de lo anterior son Trump; Chávez y Maduro en Venezuela; el Brexit en la Gran Bretaña que achacó la penuria de los desposeídos a la política de una Unión Europea que ha favorecido más a las corporaciones que a los ciudadanos; varios fallidos nuevos gobiernos que surgieron de la Primavera árabe, contra los antediluvianos dictadores provenientes de la guerra fría, etc.

El fenómeno inevitablemente se reflejará en nuestras elecciones del próximo año, puesto que -por razones de sobra conocidas- el malestar ciudadano es enorme. Basta señalar que la Cepal acaba de informar que el 80 % de la riqueza del país ya se ha concentrado en tan sólo el 10 % de la población.

En virtud de que hasta en semejante aberración copiamos al vecino del norte, la tendencia también será imitar la medida antisistema que ellos tomaron, de suerte que los mexicanos votarán por alguien ajeno al desprestigiado political establishment. Los riesgos son enormes, pero al igual que en EU será una llamada de atención a la clase política y económica de que necesitamos un cambio de fondo que no puede provenir de los partidos tradicionales y sus respectivas rémoras.

Los republicanos y los demócratas se alejaron de sus bases, y de la misma forma que hoy pagan las consecuencias de ello, nuestros ineficientes y distantes políticos sufrirán la misma suerte.

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