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Angustia y amnesia

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

La angustia de las cúpulas tricolor, albiazul y negriamarilla por encontrar o contratar un candidato presidencial competitivo, flexible y carismático -de preferencia, sin mucho tinte partidista-, les dificulta resolver el crucigrama tridimensional desarrollado por su propia esquizofrenia: pedirle apoyo al electorado, ignorándolo como ciudadanía; violar y burlar leyes electorales mal hechas por ellos mismos, sin degollar a los consejeros encargados de aplicarlas; y anunciar un grandioso y prometedor futuro, mientras se hunden en el presente.

Los dirigentes políticos y los suspirantes presidenciales son tan colosales como cínicos. Dicen conocer el país como la palma de sus manos, pero se les escurre entre los dedos. Presumen contar con fantásticas fórmulas de solución a los problemas, aun cuando no tienen muy claros los problemas. Juran no estar distraídos en la próxima elección, pero no ven, entienden ni les interesa cuanto hoy ocurre. Critican al adversario de su predilección por no hacer lo debido, pero calcan lo que está haciendo. Aseguran que en su partido todos caben, pero repudian a quienes les compiten dentro. Temen un incendio, pero los tienta la caja de cerillos.

Dicho en breve y ampliando el comentario de un lector, los dirigentes no dirigen, los gobernantes no gobiernan, los servidores no sirven, los funcionarios no funcionan y los (pre)candidatos no son cándidos, aunque claro todos se declaran estadistas encubiertos. La diferencia entre ellos es minúscula, de matiz, no de grado. Confiar en que quienes denigran la política van a rescatarla es tanto como pedirle a un pirómano soplarle a las velitas; buscar entre iguales uno distinto es elegir donde no hay qué escoger.

La crónica de cuanto sucede en estos días es la nota necrológica de un régimen insepulto.

Lo ocurrido en la delegación Tláhuac revela infinidad de cosas. La capital no es el lunar blanco de la República negra. El crimen sí ofrece empleo, cuenta con un inmenso ejército de reserva y, por ello, con una base social que asume esa actividad como un oficio y lo defiende. La desconfianza entre las autoridades de distintos niveles, en particular entre las fuerzas de seguridad, prevalece y coordinarse es un riesgo. Los certificados de buena conducta que la Procuraduría expide a los candidatos cuando lo solicitan los partidos, al parecer se elaboran en la plaza de Santo Domingo. El crimen organizado o desorganizado traspuso la última frontera.

El homicidio de dos personas en el tianguis localizado en los límites de la delegación Iztapalapa y el municipio de Nezahualcóyotl es también una revelación. La frontera entre los estados y las regiones naturales son un agujero en la división político-administrativa del régimen. Un hoyo negro donde el crimen progresa a todo dar, mientras los dirigentes políticos y los legisladores eluden dictaminar el mando único o mixto, así como la ley de seguridad interior porque los cacicazgos perderían oportunidades con la reducción de facultades. El cobro del "derecho" de piso, por lo demás, es asunto generalizado y emparentado con el moche, el diezmo y la comisión consabida y ni quién piense en amputarse la cartera. Si es preciso tomar postura y decisión frente al problema, quizá convendría elevar a rango legal ese "derecho" porque, dicho con honestidad, criminales y políticos lo cobran por igual. Si el doble tributo se ha expandido, mejor legalizarlo. Quizá, el SAT podría firmar convenios con los cárteles para no duplicar esfuerzos y hacer más eficiente la recaudación.

El surgimiento de autodefensas en la Ciudad de México es menester pararlo. Más allá del derecho a la legítima defensa, el fomento y luego la condena oficial de las autodefensas en Michoacán y Guerrero dejó un exagerado olor al hierro de la sangre y la pólvora quemada, con cierto tufo de complicidad entre crimen y política. Tolerar las autodefensas donde la inseguridad gobierne, obligaría además a diseñar el justo reparto de resorteras automáticas.

El socavón del Paso Exprés, ahora, será un puente porque el refrán es sabio: al mal paso, darle prisa. La renuncia del secretario Gerardo Ruiz Esparza es tema de vecinos, grupos y líderes sociales, no de dirigentes partidistas ni de precandidatos presidenciales porque, en esa materia, todos los partidos tienen algún gobernante con obra que le pisen y, ni qué, licitador no come carne de contratista. Lo mejor es disfrutar el juego de voleibol entre el gobierno federal y el de Morelos y, eso sí, evitar el derrame del asunto porque el partido que esté libre de culpa en obra pública mal hecha que arroje la primera licitación. Por lo demás, es facultad del Ejecutivo remover a sus colaboradores, pero no a sus socios y el respeto al moche ajeno es la paz de la comisión.

La crónica funeral de estos días podría alargarse. El desinterés de dirigentes y precandidatos por la negociación del Tratado de Libre Comercio, la falta de respuesta al espionaje de activistas y periodistas, el arranque del sistema anticorrupción sin fiscal ni magistrados, el enigma de por qué los consejeros detectaron en Coahuila lo que negaron en el Edomex, el bárbaro incremento de homicidios dolosos... Temas cotidianos que, al parecer, no corresponde abordar a los arquitectos del porvenir, los dirigentes y precandidatos. El futuro es de ellos, no el presente.

A saber, hasta dónde llegará la esquizofrenia de dirigentes políticos y precandidatos. Fuera de duda queda que es muy difícil seducir al electorado, ignorándolo como ciudadanía; normar una elección con reglas mal hechas e inservibles; prometer un futuro sin poner los pies sobre la tierra.

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