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Rasgar la política

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Desgarrado el tejido social durante los últimos once años hasta entronizar la violencia como expresión de un bárbaro lenguaje, ahora, la clase dirigente rasga a golpe de disparates el tejido político. Quedará entonces sólo el frágil entramado económico que, en un arrebato, esa élite podría deshilachar sin darse cuenta, creyendo asegurarlo.

Si la cadena de errores pudiera atribuirse exclusivamente al Ejecutivo con la certeza de que la visión y entereza de los otros actores garantizan la institucionalidad y la civilidad de la política, la circunstancia no provocaría la inquietud que genera. La realidad, sin embargo, no ampara esa esperanza.

La angustia derivada de su propia ineptitud y negligencia está propagando entre la clase política una miopía próxima a la ceguera, un desbocamiento sin rumbo, una estratagema disfrazada de estrategia y un mezquino instinto de sobrevivencia falto de solidaridad con la nación. Parece epidemia.

Esos otros actores no desactivan, precipitan el peligro en ciernes.

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Los congresistas -en turno, los panistas- no parlamentan ni legislan, como tampoco equilibran y sujetan al Ejecutivo. No. El deber lo condicionan al interés en juego o al pago en especie (posiciones y prebendas) que recompense su disposición a transar. En su descompostura, el Legislativo ya no es arena del debate y el acuerdo, es la mesa donde los tahúres juegan, incluyendo a la ciudadanía en la pila de fichas que engrosa la apuesta. Cuantos más pendientes legislativos, políticos y presupuestales se acumulen, así revistan un carácter extraordinario de urgente resolución, mayor la posibilidad de sacar raja.

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Los dirigentes del panismo y el perredismo no lideran a su partido, encabezan si acaso su interés grupal, tribal o personal. Si en el rejuego se parte el partido, qué importa. Ellos mismos ya lo dijeron: por sí solos no pueden con los tricolores y los morenos. Tal es su desesperación que confunden una cuarteadura descomunal con un frente amplio.

No logran bautizar el frente, pero ya tiene apodo: hueso, aunque sea sin retazo. No atinan a armarlo, pero por sí solo se desintegra. No consiguen explicarlo, pero lo justifican: la derecha y la izquierda unidas aseguran la prerrogativa. Quieren salir del cuadro y caminan en redondo.

Y a los partidos satélites les fascina ensayar frentes y alianzas, no es para menos: la puntada recotiza su precio. Migajón también llevan las teleras.

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Complementan a los dirigentes los precandidatos presidenciales. Refrasean el himno: "Mas si osare un extraño adversario llenar con su base tu urna, piensa ¡oh, partido querido! que un precandidato en cada militante te dio".

Los suspirantes sacan ficha y forman fila, asegurando contar con pase automático a Los Pinos. Con cuadros de tan alto nivel, adiós se debería decir al régimen sexenal para dar paso al régimen semestral. Sólo así se podría aprovechar tanto estadista en ciernes.

No importa si pueden, quieren. Y eso basta. Ante la calentura política, quién no pide que lo destapen.

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Ante ese cuadro, la mitad más uno de los ministros de Justicia rechaza ser actor de reparto en el concurso de disparates.

Encabezado por Luis María Aguilar, el elenco integrado por los ministros Alberto Pérez Dayán, Margarita Luna Ramos, Eduardo Medina Mora, Jorge Mario Pardo y Javier Láynez se asocia al desprestigio de los legisladores priistas y panistas. Avalan la prolongación de la magistratura electoral de Indalfer Infante y José Luis Vargas, así como de Felipe Fuentes y Reyes Rodríguez. Legalizan la transa política y deslegitiman al Tribunal que enjuiciará la magna elección del año entrante.

Al diablo que la jugada pone en peligro la independencia judicial, la seguridad jurídica y la irretroactividad de leyes. Mejor participar del concurso de desaciertos, que salir de la escena.

Además, si los consejeros electorales han perdido credibilidad y confianza, lo indicado es poner a tono a los magistrados. Árbitros y jueces electorales están emparejados. Vaya resolución inapelable.

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Los demás actores no se quedan atrás.

La mayoría de los gobernadores goza la falta de contrapesos en sus estados y la ausencia del gobierno federal, viste de casimir su alma cacique. Los gobernadores ausentes sólo pelan los ojos. Los exmandatarios en fuga aprietan el paso y a los presos en el extranjero les gana la risa. Los diputados locales remontan la curva de aprendizaje en el cobro de "moche" y los alcaldes, el potosino Ricardo Gallardo a la cabeza, se las ingenian para burlar a la ciudadanía.

Al expresidente Vicente Fox le puede ya no ser el más popular de los populistas y se hace el chistoso. El expresidente Felipe Calderón presume con orgullo ser el padre de la estrategia de muerte y el desprecio por la política. El presidente Enrique Peña se siente espiado y besado sin derecho, y ni quién le diga mejor no moverle más al asunto.

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Nada le dice a esa élite el brutal incremento en el consumo de drogas que, más allá de alertar de un peligro, exhibe una tragedia cifrada en más de ciento cincuenta mil muertos y treinta mil desaparecidos, así como el fracaso de una estrategia basada en perseguir y no en prevenir el delito.

Nada le dice el pujante negocio de los huachicoleros incentivado por el gasolinazo, ni el grave repunte de los homicidios dolosos y la red de agujeros del nuevo sistema penal acusatorio, ni el resurgimiento de autodefensas en la Riviera Maya, ni la militarización de la inseguridad.

Nada le dice la realidad porque, para ella, es más fuerte el ansia de sobrevivir la caída de un régimen desahuciado y, por lo mismo, rompe el tejido político.

Desesperada, esa élite sólo imagina sirenas y escucha con atención su canto.

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