Me confieso amante del aguacate. No hay más. Ya sea en guacamole, caldos, sopas, lonches, ensaladas o simplemente, en rebanadas, el aguacate es una de esas delicias de la comida. Verde que te quiero verde. Todo en él es excelso: textura, sabor, y hasta color. En el arte de la gastronomía no sólo cuenta el gusto, también la vista. Por lo mismo, en la mesa, el aguacate nos da una lección por su apariencia. Tras el negro de su cáscara rugosa, viene lo mejor. Un verde exquisito.
¿Qué sería de la cocina mundial sin el aguacate mexicano? Tristes serían las cocinas sin la compañía del aguacate. ¿Ustedes se imaginan el mundo de la comida sin aguacate? A todas luces estaría incompleto. Como protagonista o acompañante, el aguacate no debe de faltar. En la mesa es un protagonista infaltable. Ni que decir en el Norte sobre las comilonas carnívoras siempre acompañadas de verde. Por ejemplo, cada carne asada es la ocasión perfecta para el guacamole. No importa que por estos días casi se equipare el kilo de carne con el kilo de aguacate. Hasta en 90 pesos se llega a vender. No obstante, querido lector, no piense que esta celebración del aguacate es por mero antojo, o pura glotonería. Lo confirmo: es eso, y algo más.
En la historia de la civilización, el aguacate ocupa un lugar entre las grandes aportaciones del Nuevo Mundo. Al igual que el chocolate, el aguacate es uno de los manjares que dio México al mundo. De esa tamaño la relevancia de la fruta. Más reciente, una historia cercana a nosotros muestra cómo el consumo de aguacate ha marcado las costumbres de los usamericanos. Tanto así, que no hay Super Bowl sin guacamole. Para la reivindicación de las palabras y la cultura, el nahuatlismo "ahuacamolli" o guacamole, también es de exportación mundial. No sólo exportamos fruta, sino palabras.
Tan sólo, la final de la NFL entre los Halcones de Atlanta y los Patriotas de Nueva Inglaterra, demandó 100 mil toneladas de aguacate mexicano. Y todavía hay pequeños políticos en los Estados Unidos que quieren dinamitar el Tratado de Libre Comercio. Más vale que lo piensen dos veces, que el próximo partido se suspende, si no hay aguacate mexicano.
Cada generación reescribe la historia o la interpreta según sus circunstancias. De esa manera, en el pasado, la Suave Patria escrituró un establo, pero hoy sus veneros no son de petróleo, sino de aguacate. Ustedes pensarán que exagero por la pasión hambrienta de aguacate. Pero hace tiempo que el petróleo es una industria decadente en México, con excepción de Carlos Romero Deschamps y sus secuaces. Lo que fuera cornucopia y delirio presidencial -"Tenemos que acostumbrarnos a administrar la abundancia"-, hoy es agonía del sector. Lo interesante del punto son las líneas que se han cruzado. Mientras el valor del petróleo cayó desde 2012, la producción de aguacate en el país lo superó. Por supuesto, esas tendencias de mercado no son para siempre, sin embargo, el gusto mundial por el aguacate ha consolidado una industria valiosísima en el país. Tanto así, que acaba de superar al petróleo. El año 2016 bien podría ser recordado como el año del oro verde. Veamos algunas cifras. El valor de las exportaciones de petróleo fue de 17 mil 491 millones de dólares. La cantidad suena bien, y hasta impresionante, con el pequeño detalle que las importaciones de ese sector ascendieron a 19 mil 867 millones de dólares. Hagan ustedes el corte. Un déficit de 2 mil 376 millones de dólares. ¡Nada más! Mientras los hidrocarburos representan una industria deficitaria, el aguacate logró ganancias de 2 mil 227 millones de dólares. Quizá algún día se recupere el precio del petróleo, pero mientras eso sucede, el oro verde ya lo rebasó. México gana más dinero por exportar aguacate, que por petróleo. Sin duda, es signo de que estamos en otros tiempos, y sobre todo, otra economía.
No sé ustedes, pero mejor ya me voy por mi guacamole.
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