El actual conflicto electoral de Coahuila es por culpa del PRI de los Moreira, cuyo estilo fraudulento y depredador se sostiene hasta estos días, que muchos esperamos sean los últimos días del moreirato.
Aunque hemos presenciado desde el inicio del proceso una elección de estado, el conflicto estalla el día de la jornada en el momento en que Miguel Riquelme se autoproclama vencedor, antes de la hora de cierre de las casillas. No se requiere ser un experto en política para entender que si el candidato oficial del gobierno en turno trata de sorprender con un madruguete, es porque está perdido. Tampoco se necesita ser Maquiavelo para que Guillermo Anaya en su papel de candidato opositor, se diera cuenta de que los Moreira se quieren robar la elección.
Las posturas de ambos candidatos que se proclaman vencedores no deben medirse con el mismo rasero. Ante el conflicto de que significa quedarse callado o desmentir a Riquelme con los datos de los que disponía en ese momento, Anaya opta por reaccionar de inmediato atribuyéndose el triunfo, para defender los votos que los ciudadanos pusieron en sus manos, como corresponde a la obligación que tiene al respecto.
La responsabilidad histórica del conflicto recae tanto sobre el PRI de los Moreira y de su candidato títere, como a cargo del Instituto Nacional Electoral (INE), que al incorporar los sistemas electorales de los estados, en este caso conservo la vieja y corrompida estructura del Instituto Estatal y de Participación Ciudadana de Coahuila (IEPEC) controlada por los Moreira, que pasó casi intacta a convertirse en árbitro de las presentes elecciones, ahora como Instituto Electoral de Coahuila (IEC).
A lo anterior se debe que violando la Ley, el IEC suspendiera el Programa de Resultados Preliminares (PREP) cuando aún faltan de subir al sistema los datos de más de mil casillas, que representan el treinta por ciento de la votación. Con pésima intención que solo la complicidad o la ingenuidad pueden negar, el atorón ocurre en un momento en que aparece arriba Riquelme, en contradicción con los resultados del Conteo Rápido difundidos por el propio IEC, que ponen a Guillermo Anaya por encima de su oponente.
Esta suspensión del cómputo aunada a que los paquetes electorales estuvieron en las sucias manos de Fuerza Coahuila en el trayecto de las casillas al IEC, hacen sospechar que algunos paquetes hayan sido manipulados mediante el viejo sistema de alquimia que implica una falsificación artesanal de las actas, cuya práctica fraudulenta que nos retrotrae treinta años atrás, creíamos desterrada de los procesos electorales de este país.
Además de apoderarse de la documentación electoral como le vino en gana, la policía estatal denominada Fuerza Coahuila actuó como brazo armado del moreirato reprimiendo ciudadanos a discreción en la víspera y a lo largo de la jornada, tal y como está documentado en videos que circulan en las redes sociales. La represión se ensañó en Ciudad Acuña y en otras partes alejadas de los reflectores nacionales, en los que tiene presencia destacada la Unión Democrática de Coahuila, partido local que participó en las elecciones en alianza con el PAN.
La falta de presencia nacional de la UDC hizo que la estrategia represiva del moreirato la viera como presa fácil, por lo que en esos lugares la ciudadanía fue salvajemente azotada para atemorizar al resto de los coahuilenses. Lo anterior dio la oportunidad a muchos hermanos nuestros de aquella región del Estado, de escribir páginas heroicas que hoy forman parte de nuestra historia.
La porquería con la que ha manchado el PRI de los Moreira esta elección, no es suficiente para eclipsar al sol naciente que ha significado la participación ciudadana en el proceso. Venciendo el miedo y deseosa de recuperar su libertad, una ciudadanía puesta de pie ha votado diciendo que Miguel Riquelme no puede ni debe ser gobernador de Coahuila porque perdió la elección, y porque el setenta por ciento de los coahuilenses quieren un cambio.
