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La ilusión amenazada

FEDERICO REYES HEROLES

Iluso es el engañado que cae en sueños quiméricos, sin cimientos. Pero, en el otro extremo, cuáles son las consecuencias de la muerte de la ilusión. La política también es ilusión, querer un mejor país, imaginarlo diferente inyecta energía a la vida. Cuando la ilusión enferma, los países languidecen. Es el caso de México.

Algunos lo querrán más próspero, o con mejores carreteras, o con más árboles y menos contaminación o más áreas deportivas. Otros comenzarán por lo elemental, una mejor vivienda, estabilidad en los precios, limón, jitomate, carne, huevo, aguacate. O quizá mejor transporte, más seguridad, empleo. Las elecciones sirven para eso, para renovar los mandos políticos y sembrar ilusiones. Sí podemos, lo vamos a lograr, nuestro municipio, o estado, o país será más... Las elecciones son también una competencia para ilusionar. El riesgo es el engaño. Quien habla del futuro engaña inevitablemente. Hay sin embargo diferencias mayores entre quienes creen en propuestas que resultan equívocas o falsas y los que saben que están mintiendo. Lo primero -la mentira involuntaria- es parte de la condición humana; lo segundo es demagogia, perversidad disfrazada de política.

De nuevo, la ilusión es un detonador de la energía social, de la imaginación que nutre la actividad humana. Cuando hay ilusiones, propuestas concretas, creencias, no religiosas, seculares, la política extrae lo mejor de sí misma. Pero cuando esa competencia obligada y normada, las elecciones, se centra en la denostación, las contiendas se degradan y caemos prisioneros de un torbellino que nos arroja a las tinieblas. En esas estamos. Diez y ocho años de denostación sistemática en el nivel federal y en múltiples elecciones locales, han provocado una esquizofrenia dolorosa y muy costosa.

La economía, si bien no muestra gran vigor, está sana. Crece, poco, pero crece; el salario se recupera un poco; se crean muchos empleos; la inflación respingó, pero está en niveles aceptables y controlables; el consumo galopa; el crédito se incrementa; las exportaciones ascienden y el huracán Trump podría incluso fortalecernos. Sin embargo, la percepción popular es que estamos a punto de caer al barranco. ¿Ilusiones? ¿Cuáles?

La inseguridad y la corrupción minan con razón cualquier optimismo, envenenan la ilusión. Nadie se salva, la competencia ahora es para ver quien arroja más lodo, basta con mirar los debates en el Estado de México. Ahí está una muestra de lo que podría ser el 2018. Y llueve sobre mojado, el votante se ha alejado de las ideologías, derecha, izquierda o centro dicen poco. Se reserva su decisión hasta el último tramo de la contienda y además es ese votante "indeciso" el qué decide. Cerca del 50 % en el estado de México. ¿Y en función de qué decide? Ya no es la militancia partidaria, ni la definición ideológica, son las impresiones. El impresionismo político nos gobierna e igual está retratado en el "Brexit", que en el triunfo de Trump. Ese impresionismo llevó a la ultraderecha francesa ha obtener una porción del electorado que en sí misma es un gran triunfo. Macron abre la esperanza, el "Brexit" y Trump pueden ser las excepciones. La racionalidad política todavía sobrevive.

Pero esa racionalidad sólo afloró con la segunda vuelta. Contra del riesgoso impresionismo necesitamos atemperadores de los impulsos, de las reacciones que provocan entre otras fuentes, las redes sociales, diques contra la irracionalidad que gobierna la decisión inicial de los votantes. Un escándalo o un ciber-ataque todo lo cambian. De nuevo el aviso del Estado de México, cómo gobernar con el 70 % de voto en contra y qué inclinará al final la balanza. Impredecible. Pero basta con mencionar la segunda vuelta para provocar el incendio de AMLO y del PRI que sólo ven una dedicatoria y sólo piensan en sí mismos. Las razones para ir a una segunda vuelta ahora son varias, por supuesto garantizar gobernabilidad con una mayoría consistente. No es matemático es probabilístico. Con gran frecuencia se conforma esa mayoría.

Pero ahora se suma otro factor mayor, la irracionalidad que provoca el impresionismo. Los gobiernos de víscera, de enojo, de impulso, que surgen del estómago, de la plaga de impresiones, necesitan nuevos anclajes de sensatez. Prolongar el período de reflexión, obligar a un cálculo de las consecuencias de un voto, es una fórmula mínima para contender con la inyección de irracionalidad que los tiempos han traído a la política, inyección que puede ser letal. De eso se trata.

Arrinconada por los asesinos de la ilusión, por los mercaderes de la desesperanza, por los ladrones del optimismo, por los profesionales del pesimismo, por el trasiego de la degradación de los modernos impulsos destructivos por vía digital, la política necesita una reconstrucción. ¡Ay Sartori!, cómo hace falta tu mente ingenieril.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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