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Chantaje

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MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

El "si nos vamos nosotros, regresa la violencia" no es una promesa de campaña, es una amenaza que los aspirantes del PRI a las gubernaturas del Estado de México y Coahuila no cesan de lanzar en la búsqueda de infundir miedo para impedir que la alternancia ocurra en esas entidades. Sus pruebas: el incremento en homicidios dolosos que, efectivamente, ha ocurrido en Tamaulipas, Veracruz, Durango y Chihuahua, estados en los que fueron derrotados en las elecciones de 2016.

Lo que no dicen, es que en general hay un repunte en la violencia en todo el país. De hecho, enero de 2017 fue el arranque de año con más asesinatos desde 1997, cuando se comenzó a llevar ese registro. Tampoco reconocen que en lo que va del año, en 25 de las 32 entidades federativas, Coahuila incluido (aunque todavía no de manera alarmante como puede apreciarse en el Índice de Paz del IMCO) se ha elevado el número de homicidios con respecto al año pasado.

Se trata, entonces, de una argucia electorera que difícilmente va a dejar de ser utilizada, cuando quienes la emplean sólo están pensando en su futuro y no en el de sus estados. No son, por supuesto, los primeros. El voto del miedo se ha convertido en una estrategia común en nuestra sociedad promovida por ciertos asesores sin escrúpulos a los que tampoco les importa el país, a veces, como sucede con Antonio Sola, porque ni siquiera es el suyo.

En el fondo, el problema es que se apela a las emociones en la búsqueda del voto. Los actores políticos de todos los partidos están intentando conectar con las vísceras de los electores y no con su intelecto. En otras palabras, nos tratan como si fuéramos estúpidos, incapaces de comprender nuestra realidad, de identificar los problemas, sus causas y los diversos caminos que se ofrecen para su solución.

Esperanza, miedo o venganza son, en cambio, lo que la mayoría de los políticos en campaña intentan colocar en sus mensajes, lo que poco contribuye a construir una ciudadanía que después los acompañe en la difícil tarea de sacar adelante al país. A los peores políticos, quizá eso les convenga porque así eliminan posibles testigos del saqueo que se disponen a realizar desde los cargos públicos que ocuparán si el voto los favorece. Pero, para aquellos que pese a sus prácticas electoreras intentan realmente hacer algo por su terruño, el desinterés ciudadano termina jugando en su contra, condenándolos a fracasar en sus gestiones, porque nadie puede sólo ante la dimensión y profundidad de los problemas.

Llevo década y media anulando mi voto y me renacen las ganas de volverlo a hacer, cada vez que, en vez de intentar convencerme, me tratan de chantajear.

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